En la junta auxiliar Xaltepec llegó la hora de llorar a sus muertos. Las preocupaciones por la reconstrucción de las viviendas, la angustia por encontrar a los desaparecidos se suspende para velar y enterrar a los chiquillos de las familias Pérez y Orozco.
Pequeños ataúdes blancos recorren un camino de tres kilómetros con un cortejo que sortea los obstáculos, ya que el lodo, árboles y derrumbes obstruyen el camino al camposanto.
Luego de velar los cuerpos desde las primeras horas del lunes, el primer cortejo fúnebre en salir a las calles devastadas de Xaltepec con los restos de sus familiares a cuestas fue en la casa de los Pérez, donde los hermanos de la pequeña Miriam de 10 años lloraban su muerte mientras caminaban tras el féretro blanco.
En hilera desfilaron desde la que fuera su última morada, los restos de Anahí de 10 años; Tony de 3 y Arely de 5 años; asimismo, partieron con los restos de Elías de 7 años mientras que Lidia de 19 años y su hijo Daniel de 2 fueron trasladados a una comunidad vecina para ser sepultados ahí.
Rufino Cruz Domínguez trata de controlar a sus hijos adolescentes, sin embargo, no logra soportar las lágrimas y estalla en llanto por la muerte de sus hijas Arely y Miriam.
La calle principal del pueblo que conecta “a todos los lugares” es rápidamente tomada por el cortejo fúnebremente de los Pérez, mientras que los militares que realizan las labores de limpieza en la zona continúan su trabajo ante el paso de los familiares que cantan y rezan por el “eterno descanso de sus muertos”.
Metros más adelante, la familia Orozco se unió al cortejo fúnebre, mezclándose con los Pérez para emprender el largo y sinuoso camino hacia el cementerio de la localidad que irónicamente se ubica en la punta de uno de los cerros que se desgajó 48 horas antes y les arrebató la vida.
Deudos trasladan féretros por 3 kilómetros de terracería
Aunque la calle principal se encuentra pavimentada, el lodo y piedras que cayeron de los cerros a causa de la tormenta Earl dejaron el camino sinuoso y resbaladizo, convirtiéndose en el primer obstáculo de aquellos que decidieron cargar los féretros de diferentes tamaños donados por el Ayuntamiento de Huauchinango.
Tras cruzar la capilla de la Virgen de la Natividad ante la mirada de los militares que limpian las calles, la marcha fúnebre llegó a los linderos de la comunidad y en un camino de terracería comenzaron a escalar el cerro.
Cruzando los sembradíos, llegaron al arroyo que baja de entre las montañas de la zona y cuyo Puente construido por los pobladores ya no existía, por lo que brincando entre piedras cruzaron el cauce para seguir el largo camino hacia el cementerio.
Los caminos rurales se volvieron más ruinosos exhibiendo la magnitud de la tragedia ocurrida días antes en la comunidad.
Las puntiagudas rocas no impidieron que los deudos y amigos de las familias enlutadas los siguieran por casi tres kilómetros hasta llegar al pequeño cementerio de la comunidad poblado por escasas treinta tumbas que ahora se convertirían en la compañía de las víctimas de Earl.
Madres lloran a sus hijos y se aferran a los féretros
Aunque los Orozco profesan el catolicismo y los Pérez el cristianismo, esto no se reflejó en la emotividad de los sepelios, donde la madre de Marco Antonio Orozco de 10 años de edad no resistió lanzarse sobre el ataúd de su hijo mientras clamaba al cielo que no se lo llevara.
Por su parte, los Pérez decidieron cantarles y dedicarles unas palabras antes que los sepultureros comenzarán a palear la tierra sobre sus cajas.
Las lágrimas y sollozos invadieron el lugar y lo impregnaron de un ambiente fúnebre que se agudizaba conforme la tierra cubría los ataúdes y poco a poco dejaban de ser visibles mientras los allegados a los deudos rezaban como queriendo mostrar su apoyo.
Mientras que los Pérez volvieron a su casa intentando continuar con sus vidas y reconstruir su patrimonio, los Orozco regresaron a la cruda realidad en la que uno de sus miembros de un año cuatro meses de edad sigue desaparecido, clamando por hallarlo y darle la sepultura que se merece.