La llegada de los danzantes al Cerro de San Miguel volvió a ser uno de los momentos más significativos en la antesala del Festival Huey Atlixcáyotl, donde se reafirma la unión entre devoción, tradición cultural y raíces ancestrales.
Este fin de semana, decenas de grupos realizaron la tradicional peregrinación hacia la Ermita de San Miguel Arcángel.
Con su andar y ofrenda, pidieron luz y fortaleza para los pueblos originarios que se presentarán en la gran fiesta que cada año congrega música, danza y color en la Plazuela de la Danza.
Un cerro con historia milenaria
El Cerro de San Miguel no solo es un símbolo religioso para la población atlixquense, sino también un espacio con profundo valor arqueológico. Investigaciones recientes del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) confirmaron la existencia de un templo prehispánico bajo la actual capilla. Durante los trabajos se hallaron pisos y muros de piedra con lodo, fechados entre el Preclásico tardío y el Posclásico temprano, además de fragmentos de cerámica y herramientas rituales.
Los especialistas señalan que este teocalli habría tenido al menos dos etapas constructivas y pudo estar dedicado a divinidades como Tláloc, Macuilxóchitl o Quetzalcóatl. En crónicas antiguas y en la memoria colectiva de Atlixco, se mantiene la idea de que el cerro fue centro ritual donde comunidades indígenas ofrendaban danzas y flores a esas deidades.
El ascenso de los danzantes no es únicamente una expresión de fe contemporánea, sino también el eco de un pasado ceremonial que confirma al Cerro de San Miguel como un espacio de confluencia espiritual desde tiempos ancestrales.
Hoy, entre rezos, música y pasos de danza, los participantes mantienen viva una práctica que enlaza la devoción a San Miguel con las raíces prehispánicas de Atlixco, recordando que esta tierra ha sido, por siglos, escenario de encuentro entre culturas y creencias.
Con ello, el inicio del Huey Atlixcáyotl se reviste no solo de fiesta, sino de historia y memoria.
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