La Casa Colorada, emblema histórico de Izúcar de Matamoros y símbolo de la lucha independentista encabezada por Mariano Matamoros, fue cerrada al público este fin de semana para celebrar el cumpleaños del presidente municipal Eliseo Morales Rosales. El acto, aunque festivo, representa una nueva muestra del uso patrimonialista del poder y el desdén por la memoria histórica.
El inmueble, restaurado tras los daños sufridos en el sismo de 2017 y reinaugurado como sede del Ayuntamiento y museo municipal, fue ocupado como espacio privado: música de banda, varios pasteles y una mesa adornada con mantel blanco y regalos —entre ellos, una bolsa de la tienda Liverpool— marcaron el tono del evento.
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Morales Rosales, originario de Tilapa, ha sido reiteradamente señalado por la población izucarense por su escasa vinculación con el municipio que ahora gobierna. El uso discrecional de un recinto patrimonial no solo refuerza esa percepción, sino que plantea una pregunta de fondo: ¿hasta qué punto las autoridades comprenden el valor simbólico de los espacios públicos?
La Casa Colorada no es un salón de usos múltiples. Es el lugar donde Matamoros organizó las primeras fuerzas insurgentes con disciplina militar, antecedente directo del Ejército Mexicano. Su apropiación para un festejo político-personal refleja una actitud que minimiza el papel de la historia como fundamento del presente.
El episodio no es menor. En tiempos donde la legitimidad se construye también desde la imagen pública, convertir un sitio histórico en escenario de celebración personal es, al mismo tiempo, una provocación y una muestra de desconexión con el significado del cargo que se ostenta.