Alexis da Costa Alexis Da Costa
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Del tricolor al naranja: la misma ruta, distinto uniforme

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Del tricolor al naranja: la misma ruta, distinto uniforme
Del tricolor al naranja: la misma ruta, distinto uniforme

Lo confieso: cada vez que figuras políticas se mueven de un partido a otro, me detengo a pensar en lo que eso significa. No es que migrar de siglas sea en sí un pecado; las ideas y los proyectos también cambian. Lo que me inquieta es cómo ocurre y qué deja detrás.

La llegada de Néstor Camarillo y buena parte del priismo poblano a Movimiento Ciudadano es un ejemplo claro. No es solo un fichaje: es un oleaje. Administrativos, operadores, antiguos liderazgos… todos saltan a un partido que, hasta hace poco, presumía de ser la alternativa. Y mientras tanto, los cuadros que sostuvieron a MC cuando apenas buscaba la confianza de la gente se preguntan en silencio: ¿qué lugar quedará para nosotros?

Porque la política, decía Hannah Arendt, “no se sostiene solo en el poder, sino en el reconocimiento”. Y ese reconocimiento no se compra con una nueva camiseta. Se gana con trabajo de calle, con constancia, con la confianza que se teje en cada barrio. La verdadera pregunta no es si MC “reemplazará” al PRI, sino si sabrá integrar a los que llegan sin traicionar a quienes lo hicieron posible cuando nadie apostaba por ellos.

Recuerdo que la primera gran fuga del PRI se fue a Morena: los que tenían fuerza, los que olían a poder. Ahora, los que quedaron —los que no fueron invitados a esa mesa— miran a MC como un puerto seguro. Es legítimo buscar un nuevo espacio; todos tenemos derecho a cambiar de ruta. Pero si el cambio se convierte en avalancha sin diálogo, si se arrasa con quienes construyeron antes, lo que se erosiona no es la estructura del partido, sino la confianza de la gente.

Como decía Alexis de Tocqueville: “la fuerza de las asociaciones es más fuerte que la de las leyes”. Si trasladamos la idea: los partidos no son solo logotipos; son redes, costumbres, cacicazgos locales y confianza personal. Un jefe municipal que cambie de sigla puede arrastrar su aparato municipal, pero la lealtad del votante no es automática: se gana con campañas, con presencia cotidiana y con respuestas tangibles. Por eso, la maniobra de Camarillo es poderosa en el corto plazo, pero no garantiza, por sí sola, que Movimiento Ciudadano tenga alguna ventaja.

La política local ya siente estas corrientes. En municipios clave —pienso en San Martín Texmelucan— el reacomodo es evidente. Allí, proyectos como el del dos veces candidato Abraham Salazar se juegan su propio futuro. Si los recién llegados del PRI rellenan espacios y, además, Movimiento Ciudadano termina en coalición con el PAN, ¿qué lugar quedará para el equipo de quien aún cree que “la tercera es la vencida”?

Y mientras tanto entre tanto reciclaje lo que Puebla realmente necesita no es un partido que herede lo que otro dejó, sino una forma de hacer política que respete las raíces mientras se atreve a crecer. Que dé la bienvenida a los que llegan, sí, pero sin olvidar a quienes sostuvieron el andamio cuando nadie miraba.

Al final, la política no se gana con atajos ni con alianzas de conveniencia, ni con desbandadas hechas al vapor. La gente lo siente en sus barrios, en sus plazas, en las conversaciones que nadie graba: no quieren partidos que jueguen con sus vidas como si fueran piezas de tablero, ni “terceras vías” que repiten los mismos errores con disfraz distinto. Lo que buscan es presencia, escucha y decisiones pensadas, no impuestas desde un escritorio. Mientras se confunda rapidez con eficacia, estrategia con espectáculo y conveniencia con responsabilidad, cualquier intento de renovación se vuelve apenas un espejismo. La verdadera política empieza cuando el ciudadano deja de ser un espectador y vuelve a ser el centro, y entonces, y solo entonces, la esperanza puede brotar de verdad.

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