El sistema político mexicano está asistiendo a un funeral silencioso: el del PRI. No habrá llanto, ni honras fúnebres. Solo el eco de lo que fue el partido más poderoso de América Latina, reducido hoy a una sigla vacía, sostenida por los últimos que aún viven de ella. Lo que queda del PRI son los restos de una maquinaria sin aceite, sin ideología y sin alma. Su desaparición no será una tragedia; será un trámite histórico.
En ese escenario de descomposición, el PAN se rearma. Pero no hacia el centro, sino hacia la pureza ideológica de sus orígenes. Conservador, religioso, cerrado. El PAN ha decidido no competir con ideas nuevas, sino con valores antiguos. Mientras el país cambia, el panismo se atrinchera. Y quizá ahí está su fuerza.
Movimiento Ciudadano, en cambio, huele la oportunidad. Se disfraza de juventud, de aire fresco, de tercera vía. Pero detrás del discurso naranja hay cálculo frío. MC no busca ser oposición: busca ser bisagra. El puente entre un PAN envejecido y un electorado que no quiere volver al pasado, pero tampoco se convence del presente. Su éxito radica en vender futuro sin comprometerse con nada.
Y lo que viene es eso: la alianza inevitable. PAN y MC caminando juntos, primero en 2027, después en el 2030. Una coalición de conveniencia que tratará de vestir el conservadurismo con ropa moderna. El riesgo es evidente: sin verdaderos liderazgos jóvenes, sin figuras que hablen un nuevo lenguaje, la fórmula se agotará antes de comenzar.
Pero todo sea por intentar desbancar aunque sea un poco la arrolladora máquina morenista.
La nueva generación política no será solo cuestión de edad, sino de discurso. Y si los partidos no lo entienden, otros lo harán por ellos. Porque la política, como la naturaleza, aborrece el vacío. Y el vacío que deja el PRI ya está siendo ocupado.
El país se acerca a un punto de inflexión: o nace una verdadera nueva vía con rostro joven y narrativa moderna, o veremos, otra vez, cómo los mismos de siempre se pintan el cabello y se retratan bajo luces nuevas de una supuesta oposición.
La muerte del PRI no es el fin de una era: es el principio de una competencia por los despojos del poder.
