Hay algo que casi nunca nos dicen cuando se habla de seguridad: no todo depende de patrullas, cámaras o leyes. Gran parte de la tranquilidad de una comunidad empieza en algo mucho más sencillo… y más poderoso: cómo nos llevamos con quienes viven alrededor.
Y no me refiero solo a saludar por compromiso. Hablo de conocernos, de confiar, de organizarnos. Alexis de Tocqueville, un pensador del siglo XIX, decía que las asociaciones entre ciudadanos eran la verdadera fuerza de las democracias. No lo dijo por poesía: lo dijo porque cuando la gente se une, las cosas cambian.
Piénsalo con la famosa teoría de las “ventanas rotas” de Wilson y Kelling. No habla solo de cristales. Dice que, si una ventana se rompe y nadie la arregla, manda un mensaje: “aquí a nadie le importa”. Y ese mensaje abre la puerta al desorden. Lo mismo pasa en nuestras calles: cuando dejamos pequeños problemas sin atender —un foco que no se reporta, un rumor que nadie aclara, un malentendido que dejamos crecer—, estamos dejando que el abandono se note.
En cambio, cuando los vecinos se involucran, la historia es otra. Un saludo en la mañana, alguien que avisa que vio algo raro, un grupo de WhatsApp donde se comparten desde alertas hasta chistes… todo eso dice: “aquí nos cuidamos”.
Y no es que el gobierno se aparte. Al contrario: las autoridades deben estar ahí, fortaleciendo y acompañando. Creando comités vecinales, capacitando en prevención, abriendo canales de comunicación. La seguridad funciona cuando hay un puente sólido entre comunidad y gobierno, y ese puente se construye con contacto constante.
Elinor Ostrom, premio Nobel, lo resumió bien: la cooperación no se decreta, se practica. Y practicarla es fácil: conocernos por nombre, saber a quién llamar, notar cuando algo no está bien.
La seguridad no es un regalo, es una conquista diaria. No se trata solo de leyes ni de policías, sino de personas que deciden cuidar su propio espacio y el de los demás. Una comunidad que se une, que se conoce y que actúa como una sola voz, es un territorio donde el miedo pierde poder.
Porque un vecino atento es más fuerte que una cámara, y una comunidad organizada es más disuasoria que cualquier muro. No esperemos a que algo pase para reaccionar; hagamos que las calles cuenten nuestra historia, no la de quienes quieren arrebatárnosla. Y todo empieza con un gesto simple: unirnos. Porque juntos, incluso lo que parece imposible, se vuelve inevitable.