La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo terminó su primer año de gobierno con una aprobación que se ha mantenido arriba de 70% y con un manejo exitoso hasta ahora del agobio del Gobierno del presidente Donald Trump, pero ingresa a su segundo año con tres pasivos que parece ser que no tienen solución a corto plazo: la seguridad en cuanto al comportamiento agresivo de los cárteles que siguen dominando territorios de la soberanía el Estado, el estancamiento económico a largo plazo abajo del 2% promedio anual y la dominancia personal del ex presidente López Obrador.
Y como punto especial e inesperado, el factor corrupción que involucra en el ambiente mediático a piezas claves de la continuidad del proyecto lopezobradorista, que está contaminando el ambiente de la administración y que no encuentra respuestas concretas por parte del grupo lopezobradorista, sin duda porque aplican el método del sexenio anterior de que la única corrupción que importa no es la que existe sino la que afecta popularidad.
En ese sentido, el cierre del primer año de Gobierno de la presidenta Sheinbaum no tuvo que ver con los saldos de una crisis en colapso que se esperaba y que logró encauzarse por los canales institucionales, sino en la declaración de hace unos días en una gira de que el presidente López Obrador (no ex) vive en el corazón de todos los mexicanos.
Y aunque la gestión de la presidenta Sheinbaum tiene márgenes de maniobra por haber sabido esquivar las balas de plata estadounidenses, de todos modos ha iniciado su segundo con una agenda propia que pudiera estarse contaminando mediáticamente con el lastre del lopezobradorismo involucrado en presuntos casos de corrupción. Hasta ahora, el cálculo presidencial en Palacio Nacional está sopesando el efecto social del clima contra la corrupción que domina los medios y la conversación digital y analizando con mucha precisión su efecto real en el ambiente popular, y hasta ahora los primeros datos tienen que concluir que el tema corrupción-Adán Augusto López Hernández todavía está encapsulado en el círculo rojo.
En lo que sería de la agenda estrictamente del Gobierno actual, cuando menos tres temas se presentan como fundamentales:
1.- El crecimiento económico general necesita ir más allá de los beneficios asignados directamente de dinero a beneficiarios personales, porque de todos modos los ingresos públicos dependen más bien de la actividad económica. Y ahí el dato es pesimista: la política económica y la estrategia de desarrollo que se han definido no alcanzan a modificar la expectativa depresiva de un PIB promedio anual menor a 2% en todo el sexenio, cuando la meta mínima es de 4%.
En este punto, la presidenta definió con claridad su proyecto de desarrollo en el Plan México como una forma de reordenar lo poco que se tiene en materia productiva y ponerse metas hipotéticas de largo plazo imposibles de alcanzar con una capacidad productiva como la que se tiene de menos de 2%. El desafío para la administración de la presidenta Sheinbaum radica en un nuevo modelo de desarrollo que implica la acción rectora del Estado para recomponer la planta productiva, pero resulta que todos los recursos públicos se están yendo a subsidios improductivo a la marginación y la pobreza.
2.- La seguridad ha entrado en una doble dimensión: la seguridad pública de hechos que afectan las propiedades de los ciudadanos ha disminuido, pero peligrosamente ha crecido la actividad delictiva de cárteles y grupos que se mueven en los espacios de la seguridad interior, es decir, donde las estructuras de los delincuentes disputan territorio, gobierno y sociedad y realizan actividades de tráfico de drogas hacia Estados Unidos, aumentando la violencia de cárteles y grupos delictivos en Michoacán, Guerrero, Guanajuato y Sinaloa.
3.- La estructura de gobierno entró después del primer año de la administración en una zona de redefiniciones: los recomendados –para caracterizar de un modo a las figuras políticas impuestas por López Obrador y que le impiden movilidad a la presidenta Sheinbaum– se han convertido en un pasivo en modo de lastre para la actividad de gobierno que Palacio Nacional está impulsando más allá de la representatividad de figuras que están teniendo todavía el control de hilos del poder político-administrativo.
Lo que han dejado en claro los años sexto y séptimo del lopezobradorismo es un escenario en modo de dilema: si la presidenta Sheinbaum no tiene la capacidad de control sobre los órganos de poder del Estado, sus expectativas podrán seguir teniendo aprobación inevitable pero por sus resultados tendrían una pérdida de consenso.
En los vigentes tiempos políticos del viejo régimen, cada sexenio comienza en los hechos en el segundo año y definen sus expectativas para lo que resta de la administración.
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