El sistema político posrevolucionario fundado por Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas del Río y Miguel Alemán Valdés comenzó su declinación cuando el aparato de poder se cerró a la sociedad y la disidencia comenzó a salir a las calles en 1968. El sistema político posneoliberal tiene fuerza electoral, pero podría estar cometiendo los mismos errores del PRI de cerrarse a la sociedad disidente.
Al sistema político del PRI la fortalecieron las tres decisiones estratégicas fundamentales: el partido del Estado, la estructura corporativa en modo fascistoide de los sectores determinantes en la lucha de clases bajo control y el bienestar social en lugar de democracia. Al sistema político de Morena no le está dando tiempo para construir su trípode del poder: el partido Morena no es todavía del Estado, los sectores corporativos productivos de la lucha de clases han desaparecido y por lo tanto la economía no se ha dinamizado y la sociedad tampoco se conforma con los subsidios directos y una parte de ella quiere reglas democráticas.
Este marco de referencia puede explicar un poco las razones de que un gobierno con una aprobación de casi tres cuartas partes comience a enfrentar en la calle manifestaciones expresivas y plurales como la ola rosa o la Generación Z, la inestabilidad en seguridad se le está convirtiendo en un problema de gobernabilidad y sobre todo de seguridad nacional y el bienestar social regalado no se ha convertido en bienestar familiar, comunitario y social o ascenso de clase.
La argumentación oficial que le acredita a la derecha y ultraderecha nacional e internacional el patrocinio de las últimas protestas Z puede ser cierta en el primer piso de los análisis, pero no explica cómo la G-Z no ha crecido como masa pero ha sido ser capaz de tener una convocatoria de plural disidente y opositora como las que tuvieron hacia finales del Gobierno del presidente López Obrador y en lo que lleva apenas la administración de la presidenta Sheinbaum Pardo.
Al PRI se le comenzó a deshacer la estructura sistémica cuando el partido se olvidó de la sociedad y se centró en las lealtades de la clase política que también le dio la espalda a los intereses populares. Con un poco de pedagogía política, se puede establecer que el sistema político priista constó de seis pilares: presidente de la República, PRI, estado de bienestar, acuerdos con sectores invisibles, ideología como pensamiento histórico y Constitución.
La clave de la hegemonía del PRI no estuvo en el control fácil de sindicatos, campesinos y clases medias, sino en la manera en que desde el poder presidencial y a veces al margen del partido se establecieron compromisos formales con los diez sectores invisibles que apoyaban en privado y criticaban en público: medios de comunicación, intelectuales, empresarios, oposición leal, Casa Blanca, iglesia católica, indígenas, movimientos sociales no corporativos, poderes fácticos criminales y corruptos y la burocracia del poder.
López Obrador desde la disidencia y luego el poder institucional no pudo reconstruir la estructura priista de poder: Morena no es un partido corporativo, el Estado de bienestar apenas se distrae con dinero regalado en becas, los sectores invisibles pasaron de la lealtad sistémica a la confrontación, el discurso de la cuarta transformación no alcanza a ser ideología social y la Constitución perdió su liderazgo histórico.
La estrategia de Morena para convertirse en sistema político comenzó con la estructuración y el control de las bases sociales mayoritarias dependientes de los recursos públicos en modo de subsidio, pero López Obrador pareció no entender el error del presidente Carlos Salinas de Gortari que se cerró a la negociación con otras corrientes político-ideológicas y su grupo tecnocrático no supo darle funcionalidad al sistema neoliberal; aunque se dijo en otro contexto, una frase de Salinas ha servido para explicar por qué se le deshizo entre las manos el régimen priista ante las quejas de la oposición: “no los veo ni los oigo”.
La sociedad mandó mensajes muy claros en la segunda mitad del sexenio de López Obrador cuando salió en miles a las calles en modo de ola rosa o sociedad conservadora a defender sobre todo al INE y a la Suprema Corte, tampoco supo potenciar la figura de la candidata coalicionista Xóchitl Gálvez Ruiz. Ahora la Generación Z no existe ni siquiera como grupo de presión pero que fue un concepto que detonó la participación de todos los sectores marginados por la 4T el sábado 15 de noviembre.
A las 4T le faltan estrategias sistémicas que entiendan el nacimiento, auge y crisis del sistema priista y los mensajes del Zistema Z y por eso la narrativa gubernamental se ahoga en la dirigente morenista Luisa María Alcalde Luján en modo de un Alfonso Martínez Domínguez del viejo PRI.
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