El expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León ha logrado deslumbrar a la prensa liberal extranjera con el mito de que él logró la transición de México a la democracia al reconocer la victoria electoral del panista Vicente Fox Quesada en julio del 2000.
Sin embargo, la historia política secreta de esa decisión nada tuvo que ver con impulsar a la democracia electoral, sino que Zedillo optó por Fox y el PAN porque representaban la continuidad del proyecto económico neoliberal que habían fundado Miguel de la Madrid Hurtado y Carlos Salinas de Gortari y porque el PRI en el 2000 regresaría al populismo.
La gran crisis política de 1994 en la sucesión presidencial con el asesinato de Luis Donaldo Colosio explica los comportamientos actuales de Zedillo. Colosio había pactado con Manuel Camacho Solís disminuir la prioridad del Tratado de Comercio Libre y el modelo neoliberal de mercado implícito, para darle preminencia a la reforma político-democrática que Salinas se había negado a incluir entre los argumentos para definir la candidatura presidencial.
Un día antes del asesinato de Colosio, Camacho había reconocido la validez de la candidatura del sonorense, lo había felicitado con más de tres meses de retraso y había dejado entrever que habría colaboración, después de una cena una semana antes en casa del político oaxaqueño Luis Martínez Fernández del Campo donde se selló el pacto político Colosio-Camacho.
Colosio se fue a la gira a Baja California con la decisión tomada para cambiar la estructura de la campaña: Zedillo dejaría la coordinación y pasaría a ser jefe de gobierno del DF y un colosista puro tomaría ese lugar, el zedillista Liébano Sáenz también saldría de prensa del PRI y en su lugar llegaría Martínez Fernández del Campo y ya estaba enviado el mensaje a donde tenía que enviarse de que Joseph Marie Córdoba Montoya –el patrocinador de la precampaña electoral de Zedillo– trabajaría en el gobierno mexicano hasta el último día de noviembre, pero ni un minuto más.
El discurso del 6 de marzo fue el indicio dejado por Colosio de que el neoliberalismo de mercado con alto costo social tendría que ser pausado para decisiones de justicia social casi en modo populista, porque no quería utilizar ningún discurso público oficial para volver a pedirle perdón a los pobres –como lo hizo López Portillo– por no haberlos sacado de su postración.
Zedillo, pues, fue el presidente de la consolidación del neoliberalismo De la Madrid-Salinas y toda su política anticrisis de 1995 sacrificó a las clases populares. El mensaje de Zedillo de que mantendría una “sana distancia” del PRI fue muy claro con respecto a la sucesión presidencial del 2000: un candidato neoliberal, ya fuera Guillermo Ortiz Martínez o José Ángel Gurría Treviño. El PRI atrapó a Zedillo en su ingenuidad y le puso candados a la candidatura presidencial con requisitos que no cumplían ni Ortiz ni Gurría, y Zedillo no tuvo más remedio que poner a Francisco Labastida Ochoa, un político débil y sin definición.
Las elecciones presidenciales del 2000, en consecuencia, advirtieron que la victoria del PRI sería la derrota del proyecto neoliberal del Tratado con Estados Unidos y ahí fue donde Zedillo encontró una salida tangencial: poner a Labastida como candidato del PRI, amarrarle las manos al partido y mandar el mensaje de que Fox era la garantía de la continuidad neoliberal por una razón que ya estaba negociada en secreto antes de las elecciones: la designación de Francisco Gil Díaz como secretario de Hacienda y todopoderoso presidente económico en funciones, con el dato conocido de que Gil era el jefe de los Chicago boys mexicanos o del bloque neoliberal Banco de México-Hacienda.
En este escenario, Zedillo nunca pensó en instaurar la democracia sino optó por facilitar la transición con la alternancia al PAN como partido político sin proyecto económico y representante de los intereses neoliberales del empresariado comercial, industrial, financiero y bancario. Gil Díaz, que fue profesor adjunto nada menos de que el gurú del neoliberalismo Milton Friedman en la Universidad de Chicago, se llevó a trabajar inclusive a Hacienda en el sexenio de Salinas y en su área de la Subsecretaría de Ingresos nada menos que a Arnold Harberger, el socio de Friedman en la asesoría neoliberal al Gobierno de Pinochet en Chile. Ahí estaba, pues, el dato mayor de que la elección del 2000 no era entre viejo priismo y democracia electoral, sino bloquear el regreso del populismo priista nacionalista-revolucionario para beneficiar el neoliberalismo desde Hacienda con Gil Díaz como el verdadero poder presidencial.
Así que Zedillo no debe ponerse la medalla de la transición democrática en México, porque solo frenó al PRI tradicional para que ganara el PAN del neoliberalismo de Gil Díaz, quien por cierto había sido jefe de Zedillo en el Banxico.
El grupo neoliberal de los Chicago boys de Gil Díaz se mantuvo con Agustín Carstens (FMI) en Hacienda con Calderón y el grupo se extendió a Peña Nieto con Luis Videgaray –hoy socio del yerno de Trump, Jared Kushner– del grupo neoliberal de Pedro Aspe Armella. López Obrador reventó la continuidad neoliberal y la política hacendaria regresó al área populista.
Zedillo no facilitó la transición, sino que usó el poder presidencial para imponer la continuidad neoliberal salinista.
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