El dato fundamental que define las expectativas reales de la política económica de la 4T 2.0 radica en la tendencia oficial del Producto Interno Bruto para el sexenio 2025-2030: la meta de 2.5% promedio anual en ese período que fijó hace un año el arranque del Gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo bajó a 2%. Esto quiere decir que en México podría tener este sexenio el modelo conocido como crecimiento con pobreza.
El dinero entregado directamente a sectores más desprotegidos en diferentes grados de pobreza puede disminuir algunas restricciones de marginación, pero no completa las necesidades de ingresos para convertirse en detonadores de nuevas clasificaciones sociales en el espacio de los marginados; es decir, son ayudas de gasto y no nuevos niveles de bienestar social.
El dato del PIB ha sido desdeñado desde la presidencia de López Obrador justamente porque encierra interpretaciones que van más allá de la suma de bienes y servicios producidos por el país cada año y se presentan como elementos analíticos para cruzarse con las caracterizaciones de marginación y pobreza.
La frustración en el alcance de las cifras prometidas por López Obrador al iniciar su sexenio revela también que la economía no se puede planear como deseo sino que es el resultado de pesos y contrapesos en la producción y distribución de la riqueza y luego en una lucha por el bienestar en modo tensión dinámica que también se mueve en el modelo de economía suma cero: lo que gana un sector lo pierde otro.
López Obrador se comprometió un PIB de 2% en los dos primeros años de su gobierno, de 4% en los dos segundos años y de 6% al final de su periodo, para hacer un promedio ideal –y desde luego revelador– de un promedio anual sexenal de 4%, pero después de que el largo ciclo neoliberal 1983-2018 solo pudo conseguir con muchas dificultades un ritmo de crecimiento promedio anual sexenal de 0.9%.
El PIB sirve para evaluar expectativas. Aquí se ha repetido que la economía mexicana debe crecer en promedio anual consistente en 5%-6% para atender las necesidades de más de millón de mexicanos que se incorporan cada año por primera vez a la población económicamente activa y que requieren no solo de salarios, sino de prestaciones sociales que consideran las leyes.
Abajo de esa cifra no puede ocultarse el hecho de que cada año se acumulan no solamente los mexicanos que ingresan al empleo y no lo tienen en cada año sino que van acumulándose cada año desempleados directos e indirectos. En el ciclo neoliberal 1983-2018 se fueron amontonando millones de mexicanos fuera de los rangos de la economía del bienestar legal; y un poco como precisión de datos, las últimas cifras mensuales oficiales del empleo revelan que el 54% de los trabajadores mexicanos –más de la mitad del total– están ubicados en el rumbo de la informalidad, es decir, fuera de los salarios legales y desde luego sin prestaciones sociales.
El desafío de la 4T fue precisado con certeza por López Obrador: terminar con el ciclo del neoliberalismo económico que sigue deslumbrando con cifras de comercio exterior, pero que en realidad esos ingresos no se derraman en la sociedad no propietaria y por tanto México sigue arrastrando en estos casi siete años de posneoliberalismo los rezagos de desigualdad social propios del neoliberalismo.
Los Criterios Generales de Política Económica de ocho años de 4T revelan la caracterización realista del presupuesto público: neoliberalismo puro de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto y populismo neoliberal en los últimos siete años, caracterizando al populismo neoliberal como aquella política económica que plantea objetivos sociales y opera con presupuestos de bienestar, pero que no modifica los dos sustentos básicos del neoliberalismo: el capitalismo salarial y sobre todo la estabilidad macroeconómica que sigue dependiendo del control de la inflación y no del objetivo del bienestar social.
La mala noticia de una tasa promedio de 2% anual para los próximos siete años está reflejando el otro pasivo de la 4T: mantener el mismo modelo de desarrollo y equilibrio productivo del neoliberalismo y solo ir permitiendo presupuestos limitados de asignaciones de gasto a los más pobres por entrega directa, pero manteniendo la misma planta productiva que no puede crecer más allá de 2% por incapacidad estructural y porque su maquinaria no tiene forma de aumentar los volúmenes de bienes y servicios sin generar presiones inflacionarias.
El desafío de la 4T fue construir un nuevo aparato industrial y agropecuario con mecanismos de fortalecimiento dinámico de la demanda, lo cual debió de haber comenzado con una reconversión industrial que el Gobierno de Salinas de Gortari negó al firmar el tratado comercial con EU y que el lopezobradorismo tampoco ha tomado en consideración, pero con los datos de que sin un nuevo modelo de desarrollo industrial de agropecuario el país no podrá crecer más de 2% promedio anual.
En ese contexto, el 2% promedio anual sexenal de PIB solo está adelantando que el actual puede ser otro sexenio de subdesarrollo y que el gasto social tendrá que sostenerse con deuda pública.
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