La diputada local Kathya Sánchez Rodríguez presentó una iniciativa, tanto en conferencia de prensa como en sesión ordinaria del Congreso, para declarar al Festival de la Luz y la Vida que se realiza en el municipio de Chignahuapan, como parte del patrimonio cultural intangible de Puebla.
La diputada del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) explicó que la iniciativa es fundamental para que las nuevas generaciones conozcan esta tradición, la cual celebrará 30 años en 2026 y que, a lo largo de su historia, ha mantenido un ritual representativo del viaje de las almas al Mictlán.
La propuesta busca otorgar reconocimiento a nivel mundial tanto a los organizadores como a los actores que participan en el evento, con el fin de garantizar que las nuevas generaciones continúen realizando estos rituales.
La rueda de prensa estuvo encabezada por la diputada Sánchez Rodríguez; Héctor Castilla Arroyo, director general del festival; Miguel López Vega, cronista y pionero; así como Silvio López Briseño y Denisse Guzmán Ruiz, actores dentro del ritual.
En su edición número 29, el festival fue encabezado por el gobernador de Puebla, Alejandro Armenta Mier, en compañía del presidente municipal de Chignahuapan, Juan Rivera Trejo, quienes dieron apertura a la festividad celebrada del 30 de octubre al 3 de noviembre de 2025, y que recibió a más de 15 mil personas.
Entre las actividades destacadas estuvieron la Caminata de las Antorchas, que partió del zócalo hacia la laguna, así como espectáculos en el agua con música, danza y teatro.
El director general del festival, Héctor Castilla Arroyo, describió durante el encuentro con medios la historia y narrativa del festival, la cual relata el tránsito hacia el descanso eterno. Según esta tradición, después de morir el alma es recibida en Mictlancingo y posteriormente avanza a otro nivel antes de llegar a los nueve ríos de la conciencia, que representan pruebas de voluntad y fortaleza mental. Las primeras pruebas implican enfrentamientos simbólicos con deidades, siendo la primera Xólotl.
Antes de ello, a la persona fallecida se le sepulta acompañada de un perro de pelaje bermejo de raza xoloitzcuintle, que funge como guía espiritual y cuyo comportamiento refleja la manera en que el difunto trató a los animales en vida. Si el alma supera la prueba, el animal se convierte en un ser protector, permitiéndole avanzar y cruzar la laguna en su compañía.
Asimismo, destacó que en los espacios donde se realiza el ritual, se conservan objetos de las ceremonias pasadas, de manera similar a como las personas acostumbran dejar objetos en los panteones.
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