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Temas Constitucionales


Guillermo Pacheco Pulido

 


Soberanía o Integración

 

En medio de las discusiones relacionadas con las reformas a las instituciones del Estado, no debemos perder de vista que a nivel internacional continúa el difícil desarrollo de la mundialización. Este proceso ha generado y seguirá generando graves dificultades a las naciones y en particular a las personas, pues además de la migración y la pobreza, se empieza a percibir un fenómeno de contradicción social por la falta de cohesión.

 

Es indudable que hemos dejado atrás aquella etapa en la cual el concepto tradicional de la soberanía implicaba no sólo la capacidad de autogobernarnos, decidiendo con ello nuestras leyes, autoridades y proyectos para alcanzar un mejor nivel de vida mediante el desarrollo. La llamada globalización mantiene un ritmo de cambios profundos y acelerados, que las personas y las instituciones no pueden medir adecuadamente y con ello, de manera automática, se está produciendo una división entre naciones dominantes y naciones excluidas, al tiempo que ese mismo fenómeno se produce entre ciudadanos exitosos y personas sin oportunidades.

 

Parece entonces, que nos encontramos ante un dilema histórico pues, por un lado, pretendemos preservar ciertas autonomías pero por el otro, debemos incorporarnos a los procesos de integración regional y global. Bueno sería que, conjuntamente con las reformas en trámite, se discutiera y se hiciera saber a todos, cuál es el verdadero rumbo de nuestro país: aislarnos o incorporarnos en la mundialización. Seremos un país tan sólido ideológicamente qué alcancemos a construir los nuevos tiempos?

 

No podemos dejar de observar ciertos fenómenos que nos indican pasos perfectamente definidos de integración. La aceptación obsesiva a las reglas del mercado internacional en el sentido de generar apertura económica a los capitales, finanzas públicas equilibradas, acceso a todos los inversionistas en áreas que antes habían sido consideradas estratégicas y exclusivas como los sectores energéticos, de telecomunicaciones y de alimentos.

 

Tampoco nos sorprende los planes especiales para el combate al narcotráfico con apoyo o asesoría de otros organismos internacionales y nacionales, pues entendemos que el combate al narcotráfico, al contrabando y a la piratería, entre otros, son fenómenos delictivos que nos muestran el lado negativo de los procesos de integración económica.

 

Es necesario observar que existen manifestaciones que aconsejan una mayor integración de los Estados Nacionales y, si bien existen modelos alternativos, el de mayor éxito, sin duda, lo es el alcanzado por la Unión Europea. La globalización absoluta parece ser un reto que nos tomará, cuanto menos, todo este siglo, pero la integración regional parece ser un proceso sin retorno.

 

Con razón de lo último mencionado, se habla insistentemente en la necesidad de que en América del Norte se planteen estrategias únicas en cuestiones tan importantes como el manejo de las aduanas, las normas laborales, las normas oficiales en materia industrial y ecológica, el manejo estandar de esquemas de salud, de producción de alimentos, de sistemas de comercialización y de controles de calidad. Todo lo anterior, y los precios que observamos cada día son más semejantes en los tres países del norte del continente americano, nos habla de un proceso de integración del que poco se ha reflexionado, máxime cuando ahora se plantea la posibilidad de la incorporación de una moneda común para América del Norte, para lo cual, hay que observar el extraño acercamiento del valor del dólar canadiense con el norteamericano.

 

Para los mexicanos pudiera parecer, de primera vista, que la integración permitirá, por lo menos en el mediano plazo, elevar el nivel de vida, sin embargo, no podemos olvidar el gran problema de la desigualdad material en la que hoy todavía vivimos y es, en este sentido, indispensable avanzar en las reformas que permitan políticas sociales que eliminen la extrema pobreza, reduzcan las desigualdades inadmisibles y generen una situación de pleno empleo para todos y cada uno de los que lo necesitan.

 

Se trata de armonizar, en consecuencia, dos preceptos que nuestra Constitución contiene, derivados del concepto de soberanía, establecido en el artículo 39 y sus relacionados, y lo que establece el artículo 25 de nuestra Carta Magna, que refiere la rectoría del Estado destinada al desarrollo nacional, mismo que debe ser integral, sustentable, democrático, que fomente el crecimiento económico y el empleo, produzca riqueza y genere su justa distribución.

 

Se aprecia entonces que, nuestro proyecto nacional contenido en la Constitución no pugna contra la globalización, si se permite una integración humanista que permita un decoroso y mejor nivel de vida de todos los mexicanos. Necesitamos de un pacto social sin renuncia de derechos. A ello nos deben conducir los dirigentes.

 

No aceptar que integración sin desarrollo es productor de confrontaciones permanentes, nos llevará a una situación de mayor polarización política y social, que difícilmente podremos manejar ante fenómenos como la extrema pobreza, la delincuencia, la migración, las adicciones y la violencia que se presenta en todos los niveles sociales del país. Estas circunstancias ni siquiera serán beneficiosas para los intereses legítimos de los inversionistas y líderes internacionales, pues los riesgos serán mayores que los beneficios y por ello, tenemos la obligación de insistir en moderar los procesos de integración, en la medida de la solución de problemas urgentes que no podemos dejar de atender.

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