GAMBITO POLITICO


Alejandro Chacón Morales

27/10/2009

LA AUSENCIA DE LA RAZÓN POLÍTICA


La política -dice Weber- es un mundo de valores, de voluntades, de fines e intereses. Eso es precisamente lo que algunos ciudadanos observamos diariamente en el comportamiento de los distintos actores partidistas.


Cada uno de ellos tiene definidos sus fines y en razón de esto también establece sus propios intereses individuales o de grupo, mismos que por lo general no coinciden o se contraponen con los de la sociedad.


En ese sentido, la política ejercida en ese tenor se nos muestra como una eterna contienda de los dioses: El reino de la pasión y el panteón donde yace sepultada la razón.


Pero la política también es, agrega el pensador alemán, el ámbito de la fuerza, del poder, de la coacción y la violencia. Esta visión Weberiana resulta muy acorde y útil para entender lo que sucede en todo México, pero en particular en el estado de Puebla.


Y es que el uso del poder político por parte del grupo gobernante -pero sobre todo la forma en que lo ejercen- se basa precisamente en el uso legítimo de la fuerza para someter a todos aquellos que no comparten los proyectos de la cúpula gubernamental.


El sometimiento por la vía de la amenaza y/o el chantaje se ha vuelto una práctica común, pero también lo es la complicidad de un grupo muy reducido de empresarios que, en el afán de seguir enriqueciéndose de las bondades del Gran Patriarca, se ha convertido en el grotesco promotor del zavalismo.


Lo mismo sucede con la metamorfosis de columnistas políticos convertidos en ga(ce)tilleros de papel, con los periodistas convertidos en empresarios o con empresarios convertidos en promotores del periodismo.


Otro ejemplo de este tipo de política son los recursos para ejercer presión contra los presidentes municipales que no se alinean con el proyecto gubernamental. En este renglón, las referencias más representativas son la aprobación de la cuenta pública y la demora en la transferencia de recursos federales.


En ese contexto… ¿Tiene algo de moderna esta manera de ejercer el poder político en Puebla?... ¿Posee algún don democrático este estilo de gobernar?... No, en lo absoluto.


El actual gobierno que amenaza con vivir otro sexenio es un auténtico retrato de lo que el francés François Xavier Guerra describió sobre el llamado antiguo régimen: Un gobierno que ante su frágil legitimidad legal es sustituido con gran pujanza por una legitimidad premoderna, en la que la autoridad se asume como un verdadero patriarca.


Para decirlo en términos Weberianos: El patriarca logra la aceptación de la sociedad; el que ordena es el “señor”, los que obedecen sus “súbditos”. Es decir, su legitimidad está fundamentada en mecanismos coercitivos que nada tienen que ver con la democracia ni con la estricta legalidad.


Así las cosas, no ha sido precisamente este sexenio el de los grandes consensos. Tampoco el gobierno que se distingue por conducir el poder por la vía del diálogo, mucho menos ha sido el sexenio de una autoridad incluyente o de profunda vocación democrática.


La mesura, el respeto al disenso, la humildad y urbanidad políticas son sepultadas por el filo de la soberbia, el triunfalismo y la exclusión.


El grupo gobernante olvida -por ignorancia quizá- que ni siquiera Porfirio Díaz ni los herederos del llamado antiguo régimen (los fundadores del PRI) se atrevieron a excluir a sectores políticos, económicos y sociales importantes para mantener la legitimidad.


Y digo que es muy probable que lo ignoren porque -salvo una o dos excepciones- continuamente dan muestras de su pequeñez cultural e intelectual.


Basta recordar que Calles, Cárdenas, e incluso Manuel Ávila Camacho, entendieron la importancia de no dejar a nadie fuera del sistema.


No debemos entonces extrañarnos de la forma en cómo los marinistas consumarán la imposición. Sí, aunque la política que ejercen carezca de toda razón.


Uno de los muchos filósofos que insistió en el vacío y crisis de la política fue Cornelius Castoriadis, quien dijo que “… Los políticos ya no tienen un programa, su único objetivo es seguir en el poder…”: Cualquier parecido con la realidad poblana es mera coincidencia.


Lo más grave es que empresarios, periodistas, comunicadores y uno que otro personaje disfrazado de intelectual viven en la cómoda complicidad del poder al afirmar, algunos con resignación, otros con cinismo que “Éste no es el mejor de los mundos posibles (el del marinismo), sino el único que hay”… Así de grave están las cosas.


Caballo por Peón


Ahora bien, este tipo de política irracional nos conduce sin duda alguna a pensar en el papel de los legisladores federales, pues cualquiera que sea el argumento para defender su lamentable actuación en el Congreso de la Unión -después de impulsar el incremento del IVA- es políticamente indefendible.


En ese sentido, lo que conveniente para el mozuelo dirigente Alejandro Armenta y los diputados federales (la mayoría coaligados con Javier López Zavala) es hacer uso del silencio, pues sería un recurso mucho menos deshonroso que emitir discursos demagógicos, como empiezan a realizar algunos.


Y es que tanto los líderes partidistas como los legisladores cometieron los dos pecados mortales de todo político: Omitir finalidades objetivas y actuar sin responsabilidad, lo que nos lleva irremediablemente al laberinto de la desconfianza.


Así pies, debemos considerar que la confianza política está ligada a la cimentación de la legitimidad. Es un fenómeno social de carácter moral en el que la resolución por la vía legal importa poco o nada para la sociedad, y en el que el tiempo juega un papel crucial.


Es, de la misma manera, un proceso que debe concertarse entre los actores y la sociedad.


En condiciones de mayor apertura democrática, la construcción de la credibilidad y confianza en los actores políticos, así como en las reglas e instituciones, constituye uno de los mayores retos de todo gobierno o de cualquier representante electo democráticamente.


Un gobierno que goza de la confianza de los ciudadanos dispone de amplios márgenes para tomar decisiones incluyentes. Pero una vez instalada la desconfianza sus efectos se constituyen como amenazas graves para el mantenimiento del orden y la gobernabilidad de la sociedad.


De hecho, una de las causas más importantes que le permite la entrada a la ingobernabilidad es la pérdida de confianza de los representantes ante los ciudadanos, que en la mayoría de las veces son ocasionados por el incumplimiento de las expectativas y compromisos generados por algún candidato convertido en gobierno, diputado o senador, o por las contradicciones -visibles a los ojos de la sociedad- entre el discurso y las acciones.


Jaque Mate

 

Volver a construir la de por sí mermada confianza de los ciudadanos hacia los políticos, y en especial hacia los legisladores priístas, será sin duda alguna la tarea más difícil en un momento en que sus habitantes son por historia, identidad y política, extremadamente desconfiados.

 



 
 

 

 
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