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Lector de Pruebas


Gerardo Lino


LIBRO DEL FRACASO, VI

 

Pero además, ¿por qué lo seguíamos si ya no nos daba clase?


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Míralo al que se arriesga!
Cogido de una cuerda amarrada
De un árbol de considerable altura
Se abalanza hacia la superficie de la poza
Vuelve a la orilla sin dejar de ver el agua
Se impulsa con los pies pisando el aire
Se flexiona en el tandeo sin encorvar
Las piernas y vuela otra vez sobre su poza
Que lo espera a ocho metros en picada
Suelta la cuerda en el punto calculado
Se dispara un instante hacia arriba
Cara al cielo piernas juntas pies en punta
Manos apretadas a caderas codos brazos unidos con el tronco
Desciende con el mentón al pecho vertical
Mirando el plano que se acerca
Penetra perpendicular de pie
Vuelto uno con las aguas


|


Míralo al que se arriesga!
Sobre la superficie se abalanza
Sin mirar hacia el agua encoge
Las piernas de súbito se suelta
Masa informe se precipita
Su espalda contra el plano azota con su espalda contra el suelo de las aguas
Pesado concreto se hunde


|


Míralo al que se arriesga!
En el punto cenital del equilibrio
Se ovilla en un latido
Empuja el aire con la testa
Gira de frente abrazándose las piernas
Doble mortal adherido a una barra de aire adherido
Se extiende se despliega jabalina lanza se torna clava
Yemas uñas palma dorso tríceps torso corvas plantas uñas yemas
Hilos de salpicadura cierran el acto


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—¿Crees que lo quiera publicar Manzur?
—Puede que sí.
—¿Cómo lo ves?
—Me acuerdo del ladrón.
—Cuál!
—Sí: con el que el Gordo nos sacaba del sopor: “Siquiera el ladrón se arriesga: puede matarlo el dueño de la casa; si lo atrapan, puede perder su libertad; puede que no gane mayor cosa con lo que pudo llevarse. Al menos tiene esa virtud. Ustedes, ahí aplastados en sus bancas, con toda la mesa servida, ¡qué arriesgan! Ustedes nunca arriesgan nada! No tienen nada que perder!”
—Creo que no estuve en esa clase —reparó Lucino.
—Si lo decía un día sí y otro también; lo contó por lo menos cuatro veces.
—No, pus no me acordaba... yo lo hice más que nada acordándome de cuando fuimos a La Tovara.
—“A ver quién se avienta!”, gritó Manzur cuando apenas nos acercábamos a la poza... Pero todavía en el manglar, qué cabrón. Y ai va La Campamocha, siempre de loco, ¿te acuerdas?, de bruces como si le hubieran aplicado un resorte.
—Sin pensar lo que hubiera debajo de la lancha, cocodrilos...
—De a perdida, que se atorara en las raíces.
—O en el lodo del fondo, quién sabe cómo es.
—Qué rico se sentía entrar en el agua de la poza en medio del calor! Oye, pero allí ninguno de nosotros se tiró esa clase de clavados.
—Puro panzazo, bombas, espaldazos.
—Como el del segundo, ¿eh? Ya parece que alguno se hubiera lucido así.
—No, pero me gustó mejor de esa manera. ¿Crees que me lo critique?

—Por supuesto. Te va a salir con su “qué es eso, Luc, a ver, qué – es –  e-so de ‘Míralo al que se arriesga!’, mmujú”.


 

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