Opinión


José Ramón López Rubí Calderón*


Sobre el uso de los veneros del diablo y los recientes pasos de López


Estoy en contra de la privatización de PEMEX. Porque estoy a favor de un Estado (democrático) fuerte (rico fiscalmente, independiente financieramente, funcional institucionalmente, capaz administrativamente y resistente políticamente). Y, en este caso, un PEMEX bajo control estatal -y un buen control estatal- resulta necesario para el fortalecimiento del Estado, a su vez condición necesaria para la aparición real en sociedades atrasadas, como la mexicana, del Estado de derecho y, por tanto, sucesivamente, del bueno gobierno y avance socioeconómico (conclusión analítica histórica, no creencia ni gusto personal a priori). Soy liberal no enemigo del Estado (el auténtico liberalismo, a la Stuart Mill, en cuya obra se encuentra prevista como propuesta radical de acción estatal una especie de “ingreso básico ciudadano universal garantizado”, que es eje de uno de los grandes debates actuales del verdadero progresismo europeo1). Ergo, no amigo de la burocratización por sistema ni de la política y los políticos autoritarios, nacional-patrioteros y patrimonialistas: los enemigos del Estado democrático, es decir, del Estado de, por y para los derechos y libertades de los ciudadanos (que no de esa nada arbitraria llamada “voluntad del pueblo”). No a la privatización de PEMEX, sí a su buen control estatal. Porque el margen de maniobra y potencial del Estado dentro del terreno de la explotación eficiente del petróleo con fines de redistribución social de riqueza no se han agotado. No se trata de que por consigna el Estado salga (neoliberales) o se quede (“nacionalistas revolucionarios” o, lo que es igual, ignorantes históricos de confundida retórica popular) sino de que, estando donde esté, no deje de hacer todo lo que puede hacer. Tal es nuestro caso: políticos pasados y ciertas políticas gubernamentales, no el Estado y sus variantes democráticas de diseño como tales, demostraron no ser ni poder ser agentes de desarrollo bajo las circunstancias todas. Desde mi perspectiva, en México, el Estado (democrático) es un instrumento mal usado, subutilizado (tal y como la política democrática). La persistencia de monopolios y oligopolios es una muestra (cosa plenamente antiliberal, que viene a ilustrar de nuevo un punto que siempre he defendido: liberalismo no es igual a neoliberalismo; sólo por desconocimiento o dolo se puede afirmar lo contrario)2. La tarea, el reto, es mejorar la gestión estatal de PEMEX –se repite: porque es posible y viable- y, asimismo, mejorar la relación del resto del cuerpo estatal con su corazón petrolero. Esto último significa la concreción de una cabal Reforma del Estado (y que cada parte cumpla correctamente su función) y una más amplia reforma presupuestaria y fiscal no regresiva (y no se motive el parasitismo impositivo sobre PEMEX). Desde luego, el combate a la corrupción (en empresa y sindicato) es otro asunto clave; en esto, no debería tomarse a la ligera ni dejarse a un lado.


¿Hay que aceptar inversión privada en la actividad petrolera? Primero, debe quedar claro que “privatización” e “inversión privada” no son lo mismo. Aquí se habla de privatizar como lo que es (en relación a un todo, PEMEX): transferir el control –operación, toma de decisiones, manejo de las ganancias- de un ámbito público-estatal a uno estrictamente privado (en este caso, de tipo mercantil). Quien esto escribe no tiene inconveniente alguno con la inversión privada, siempre y cuando siga al fin general superior de mayores utilidades públicas por efecto de una regulación estatal realista, clara, transparente y sólida que promueva la eficiencia, induzca la rendición de cuentas e incentive la investigación e innovación técnicas. Hay que terminar de construir esa regulación -porque la inversión privada ya existe. ¿Más inversión de este tipo y dónde? ¿Por qué? Tales son las preguntas que deben estar en el centro del debate. De hecho, he ahí el debate.


Uno de los problemas principales de la coyuntura nacional es el “debate” público. Como siempre, todos y cualquiera quieren meter su cuchara sin importar que esté rota, chueca, sucia u oxidada. O a “medio terminar”. ¡Maldita la hora en que en este país se dio creer que “pluralidad” y “pluralismo” son sinónimos! (En medios, que no son órganos de representación, al otorgar espacios, no debería tenerse igual consideración con ideas y posiciones desigualmente sustentadas, ya que ello obstaculiza la deliberación racional y no abona al beneficio de lo público). También como siempre, reinan los juicios rápidos, los cuentos de fantasía y terror y las baratijas sentimentales. De debate real, casi nada. Lástima: si los modelos de intervención pública “Elenita Poniatowska” (la tierna candidez, el uso del corazón y no de la cabeza)3, “Manuel Bartlett” (la búsqueda de la revancha política) y “Astillero” (la reaccionaria exaltación discursiva priista4) siguen reproduciéndose, sumados al modelo “Televisa” por todos conocido, mucho más difícil será llegar al fondo de “los grandes problemas nacionales” (Molina Enríquez dixit), entenderlos, entendernos, generar opciones válidas de solución y tomar buenas decisiones (en Puebla están presentes estos modelos, pero el que abunda es el modelo “Juárez payaso travestido”: tontos que se dicen liberales juaristas por el solo hecho de ser laicos/laicistas, como lo son o pueden ser los socialistas, comunistas, republicanos, anarquistas, autoritarios, nacionalistas y hasta muchos conservadores y derechistas5, pero que todo lo demás que dicen y hacen es iliberal o antiliberal). Y continuará la puesta en escena de empresarios políticos como el Peje postelectoral. “La vacilada”.


Los porristas académicos y periodísticos de López Obrador dicen que es un político no pragmático. Están equivocados. Acaso muchos se equivoquen con toda intención después de la caída del Muro de Berlín: en su mayoría, no son radicales sino políticamente correctos: viven su vida pública dándose a sí mismos atole moral con el dedo de la autocalificación de izquierda “verdadera”: lo que desean y buscan es que siempre y bajo cualquier circunstancia se les vea como y llame “izquierdistas”. Nada más. Otra puesta en escena. En realidad, no predican con el ejemplo ni son ajenos al cálculo político. Por ello, en tan sólo 12 años han abrazado y defendido (retóricamente las más de las veces) a personajes y proyectos contradictorios entre sí pero llevados a la cima de “la izquierda mexicana”: Cárdenas (paternalista priista), Marcos (primero guerrillero marxista, después demócrata y hoy multiculturalista indigenista), López Obrador (conservador echeverrista). Todo suponiendo que en sus movimientos se podría gestar “el nuevo sujeto revolucionario”. Pero también haciendo gala de pragmatismo que niegan: adhiriéndose en automático al máximo exponente de la moda local de izquierda… para no quedarse atrás en la competencia por el izquierdismo en un ambiente en el que por nada (por conveniencias personales) se acusan fantasiosamente de “hacerle el luego a la derecha” o ser “agentes del imperialismo”. Esto es: por temor a que el despliegue de un pensamiento crítico pleno (equidistante de izquierdas y derechas, o autocrítico dentro de las primeras) los haga objeto de los atajos de adjetivación que toman los farsantes, los imbéciles del lugar común y los quebrados intelectualmente. ¿Qué hay ahí: conclusiones de pensamiento y revisión histórica sólidas que llevan al apoyo de una acción política específica que persigue una causa racionalmente preferida, con toda la incertidumbre que eso implica, o apoyo a cualquier cosa que grite estar al servicio de grandes causas paraguas como la justicia social? Si regresamos a Puebla basta preguntar: ¿cuántos de los académicos y periodistas de la izquierda “clásica” publicaron artículos argumentativamente críticos del claramente neoliberal gobierno estatal durante el escándalo de las violaciones a las garantías individuales de Lydia Cacho? ¿Cuántos lo hicieron con regularidad? Sobran dedos de una mano. ¿A quién o a qué sí le hicieron el juego? ¿A la derecha priista? ¿A Calderón? ¿A Beltrones? (Sólo se sigue su lógica, que conste). ¿Cuántos, además de desgañitarse repetitivamente contra el FMI, critican lo que pasa política y económicamente en el lugar en el que viven? (Y ahora aparecen cínicos como aquel que se ha quejado mediáticamente de que en cierta facultad no se tomó una postura crítica pro derechos humanos frente al caso Cacho ¡cuando él no tocó a este acreditado gobierno de derecha ni con el pétalo de una línea crítica! Ahí están los archivos de par de páginas electrónicas). En fin. López Obrador es otro pragmático. Uno un tanto heterodoxo. El pragmatismo pejista se evidencia con su alianza con Norberto Rivera Carrera y su consiguiente veto a la Ley de Sociedades de Convivencia cuando fungía como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México; la entrega comercial del Centro Histórico de dicha ciudad a Carlos Slim; la incorporación a su campaña presidencial y equipo postelectoral de los operadores de los fraudes electorales del PRI; su alianza con partidos negocio que nada tienen de izquierda real como el PT y Convergencia; su pelea por la dominación de un partido (único vehículo para participar en elecciones, institución que no manda al diablo porque no es tonto; aquello de “al diablo con las instituciones” es un discurso selectivo); así como en algo en lo que sus porristas ven una actitud no pragmática: la “resistencia contra el fraude electoral”, que no es sino la invención “goebbeliana” de un chisme: “me hicieron fraude”6. Enrique Krauze y Leo Zuckerman se equivocan al decir que la conducta de AMLO es consecuencia de convicciones de fondo religioso: lo es de la suma de ambición de poder, rústica estrategia política e ignorancia ensoberbecida en el marco de un sistema de gobierno presidencial y una extendida cultura política presidencialista.


Entonces, ¿dónde debe situarse una estupidez como la que dijo López Obrador el 30 de enero de 2007: “se es mexicano o se es traidor”? No en la “defensa de la patria” sino en la de su supervivencia político-electoral. En el contexto político y proyecto electoral del propio Peje. El tema “reforma energética”, transformado en “privatización de PEMEX”, se presta para que López Obrador, porque le conviene, ahora se envuelva en la bandera mexicana y eche mano de un discurso “patriótico” (que no es sino patriotero). Eso es todo. La “vacilada” que el mismo Peje ha confesado ya. Frente a la coyuntura nacional y sus interpretaciones presentes, está reaccionando políticamente, no patrióticamente, para sacar raja político-electoral. Consciente de y humillado por su derrota en 2006, sin cargo público, con una poderosa corriente del PRD que lo resiste al interior del partido, empecinado en las “bondades” políticas de un liderazgo carismático (sabe cómo son muchos mexicanos), rodeado por oportunistas, “restauracionistas” y ofuscados (Noroña, el derechista confeso Federico Arreola, Monreal, Camacho, Muñoz Ledo, etc.), le queda aprovechar toda oportunidad para demostrar a la gente (mejor dicho: a cierta gente) que él sí es "bueno" y el resto son "los malos". Hoy -porque se puede justificar, si bien torciendo la realidad- toca al “bueno” decir que también lo es porque es “patriota”; por tanto, que los “malos” también lo son porque quieren “vender a la patria”. “Gente (pueblo): ¿por quién hay que votar más la siguiente vez (ya que en la primera la cantidad de votos no fue suficiente), por quienes son buenos y están de tu lado o por quienes son malos y están en tu contra?” El maniqueísmo estratégico. De hecho, esta supuesta izquierda del (es)pejismo se dice no pragmática pero en realidad lo es. Simple y sencillamente, el estado cultural (especialmente la “bronceada” y chata visión de la historia nacional) de partes de la sociedad mexicana le permite llegar pragmáticamente a la corrección política, explotarla, y no ser vista como pragmática.


Conclusiones: Roger Bartra está en lo correcto: “la izquierda [que no es la figura y liderazgo de López Obrador, ni se reduce al reducido PRD] podrá eludir el peligro de convertirse en una especie en extinción si recupera el ejercicio de la razón y de las ideas. Es importante abandonar la costumbre de las rabietas irracionales y de las envidias venenosas. Los buenos sentimientos de amor a la patria y a los pobres no logran sustituir la reflexión, el estudio y el conocimiento. No detendrá la extinción tampoco la recuperación de formas residuales como la ideología nacionalista revolucionaria del PRI o una radicalización que vuelva los ojos al pasado marxista y leninista”.


Entiéndase: el patriotismo es sólo una emoción; de nada sirve para “ayudar a la patria” en ausencia de muchas otras cualidades que no son inherentes a un patriota. Éste puede ser inútil, peligroso o contraproducente si, además y sobre todo, no es inteligente, capaz, ético y está bien asesorado. Muchos patriotas han fracasado, así como varios más han terminado por provocar desastres y tragedias. Además, como lo dijo el gran crítico literario Samuel Johnson, “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.


Quien se preocupa por el futuro de la izquierda como opción real, quien sabe que sólo de ella pueden salir cambios socialmente positivos y profundos al statu quo, la critica con argumentos, de otra forma contribuye a su estancamiento, involución o suicidio. Incluso a su derechización. Un izquierdista que guarda silencio frente a los yerros, omisiones, incongruencias y despropósitos de líderes, partidos y movimientos que enarbolan causas identificadas con la izquierda, traiciona a éstas. La izquierda está obligada a ser autocrítica. Y está en su interés serlo. Estar con la izquierda no equivale obligatoriamente a estar con una figura (López Obrador), ni viceversa. Como no estar con ella no equivale obligatoriamente a estar con “la derecha”. Decir lo contrario es una aberración fascistoide cuya única intención es inhibir la crítica en gente bienintencionada e inocente. O hacer gala de una ignorancia supina.


No a la privatización de PEMEX, sí a un mejor Estado. No porque lo diga un político ahora vestido de padre de la patria, no por nacionalismo, por racionalidad pública.

 

*** He argumentado ampliamente contra la ultraderecha (Intolerancia primera época, Cambio, Aportes, Replicante, etc.). Aquí sólo apuntaré algo sobre el spot de los ultraderechistas en que el Peje es igualado con Hitler y compañía: además de exageradamente inexacto, de carecer de contextualización cierta que haga válida una comparación siquiera, es kafkiano: la ultraderecha descalificando a López Obrador porque sería, según ellos, como otros ultraderechistas. Vaya. Pero tienen razón: la ultraderecha es mierda que hay que (terminar de) enterrar.


El Peje tiene muchas cosas criticables, hay que criticarlo por ellas. Nada más. No es un estadista, no es un patriota, no es uno de los líderes progresistas que México necesita, es un político astuto con un discurso cada vez más reduccionista y deshonesto, un conservador que no fue un gran gobernante y que quiere poder. Pero no es un Hitler ni un Mussolini, ni un Pinochet. Ni podría serlo.

 

*** Mouriño debió irse. A Estados Unidos se le puede criticar todo lo que se quiera (más sobre los años de imbecilidad bushiana), pero ojalá en México pasara algo que pasa allá: que la vergüenza e indignación públicas suelen bastar para que presidentes, gobernadores y jueces abandonen los cargos que pervirtieron y mancharon. En Estados Unidos, el ex gobernador de Nueva York Elliot Spitzer es el caso más reciente. En México, el secretario de Gobernación Mouriño (que nunca debió serlo).

 

*** Un politiquito payo, zopenco religioso, gobernante cerril y faccioso, antidemocrático: el panista Emilio González Márquez. El gobernador de Jalisco no tiene empacho en violar por todo lo alto el artículo 130 de la Constitución poniendo una administración pública al servicio de una iglesia. La violación es clara y grotesca, ya que el gobierno del estado de Jalisco toma partido por, favorece y promociona una iglesia, lo que (correctamente) tiene prohibido.

 

* Director de la revista Estudios de Política y Sociedad.

 


 

1 Véase, por ejemplo, The principles of political economy with some of their applications to social philosophy (1848). El tema de debate del que hablo fue abordado académicamente por primera vez en México en el número julio-septiembre 2006 de la revista Estudios de Política y Sociedad.

2 No se olvide que éstos fueron originados por el priismo. Por ejemplo, el de la televisión (hoy duopolio por obra de Salinas) a finales de la década de los cincuenta por el PRI entonces todavía llamado “nacionalista revolucionario”; el de la telefonía fija al inicio de los noventa por el PRI neoliberal (y neopopulista) de Salinas.

3 Michael Ignatieff como salida: “en política, como en la vida, la emoción tiende a justificarse a sí misma, y cuando hay que tener un criterio político definitivo, nada, ni los propios sentimientos, debe librarse de ser objeto de interrogatorios y discusiones. El buen juicio en política, al final, depende de la capacidad de ser crítico con uno mismo”.

4 Por cierto: Julio Hernández López fue presidente del Comité Directivo Estatal del PRI en San Luis Potosí durante la época de las “concertacesiones” salinistas en el Bajío.

5 Recuerdo otra vez que, históricamente, el nacionalismo en sentido estricto (no sinónimo de “patriotismo”) es una característica de derecha. Y en el plano de las ideas democráticas y humanistas, “nacionalista” no es palabra que elogie. Como su figura es la coartada y muleta de algunos, cabe volver a señalar que Juárez fue, además de un político democráticamente inconsistente, un estadista, no un nacionalista (y fue admirador del orden político de Estados Unidos, de ahí su posición federalista; partidario del libre mercado; antiindigenista, etc.).

6 Fraude que no ha sido demostrado científicamente, como Javier Arellano afirmó ligeramente hace unas semanas. O que refiera o reproduzca los estudios en los que se habría basado y desmonte teórico-metodológicamente con rigor sus estructuras, desmenuce lógicamente su lenguaje, compare y correlacione históricamente los resultados empíricos del sistema electoral desde 1997, con todos sus cortes regionales y sociodemográficos, todo para que nos revele la cientificidad de dichos estudios y el carácter verdadero de la tesis del fraude. Supongo que si dice lo que dice a causa de una “demostración científica”, puede hacerlo. El aporte a la democratización y las ciencias sociales sería mayúsculo. Hecho eso, por muchos analistas serios (José Antonio Crespo, Javier Aparicio, entre otros), la conclusión apunta irregularidades, no fraude. Arellano tendría éxito donde ni siquiera expertos electorales del más alto nivel podrían tenerlo. Hay que entender que irregularidades no es igual a fraude, nos guste o no.




 
 

 

 
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