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 Matrioshki 
 Nadina 
 Soy búlgara, vivo en Puebla, me dedico a la prostitución  desde hace unos cinco años, cuando un novio búlgaro me trajo a América y me  introdujo en las mafias de la prostitución que se mueven en todo el mundo.    Primero viví en la ciudad de México y trabajé en el Men’s  Club. A ese sitio llegó una vez Jon Bon Jovi, el cantante de rock. Cuando subí  a bailar no paró de mirarme y uno de los empleados del puticlub me dijo que  quería que me sentara en su mesa. Fui con él. Bebimos champaña toda la noche y  le hice varios tables.    Terminé en su hotel.   Meses después, mi novio me trajo a Puebla y me puso a  trabajar en varios tables. Los hombres con los que me relaciono por lo general  son políticos. Desde alcaldes hasta diputados y funcionarios de gobierno. Me he  vuelto asidua a las casas de descanso de varios de estos hombres. Por lo  general bebemos güisqui y hacemos el sexo en camas enormes. Ellos me hablan del  poder y de lo importantes que son. Hablan mucho.   Más que follar, hablan. Todo el tiempo hablan y beben puros.  Y cuando se trata de follar salen con la cantaleta de que no saben qué les  pasó, que nunca les había sucedido, y yo termino haciéndoles sexo oral, que es  lo que más les gusta a los poblanos.   Una vez llegó un periodista y pidió cinco chicas del  puticlub para una fiesta en Zavaleta. Fuimos cuatro mexicanas y yo. El  periodista en realidad no era periodista sino jefe de prensa de un funcionario  de gobierno.   Un tipo moreno, gordo, libidinoso. A todas nos decía “nena”  y nos trataba paternalmente. Nos ofrecía a sus amigos como si fuéramos de su  propiedad. Los invitados decían que eran periodistas o columnistas importantes  y trataban al funcionario como si fuera su jefe o algo así. Ya con las copas  encima, los tipos se fueron yendo con nosotras a la cama y terminaron  follándonos en grupo. Se desnudaron y empezaron a hacerse burlas entre sí. Que  si uno estaba gordo, que si otro estaba flaco. Entre risas terminaron  montándonos y viniéndose en pocos minutos. No sé por qué a los poblanos les  gusta ver cómo hacen el amor sus amigos. El tipo gordo se sentía un príncipe  inglés y trataba a sus invitados con mucha familiaridad.   Me llamó la atención que todos se decían “mi querido  Fulanito” a la menor provocación.   (Mañana: De qué hablan los poblanos cuando hablan).  
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