Esta semana los ministros de la Corte podrían darnos a las y los
ciudadanos dos poderosas razones para pensar que aún existe
esperanza en el entramado institucional de la justicia mexicana,
que muchos dábamos por perdido.
Entre lunes y martes los jueces resolverán si dan entrada
al caso de las violaciones a los derechos humanos por parte del
gobierno de Ulises Ruiz en Oaxaca, y el jueves fallarán sobre el penoso tema
del góber precioso, Mario Marín, de Puebla. Ambos casos parecían destinados
a formar parte del inmenso archivo de agravios e infamias contra los y
las mexicanas.
Pero de un tiempo a esta fecha, ministros y ministras de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación decidieron que alguien tenía que salir
al rescate de nuestra crisis institucional.
El caso de Oaxaca es lastimoso por donde se le mire.
El conflicto provocó
desplome del turismo, agravando la miseria de una de las regiones más
pobres del país. Es obvio que a lo largo de 2006 las partes involucradas
cometieron ilícitos de distinta índole, pero el gobierno federal «resolvió» el
tema reprimiendo a una de las partes y encarcelando a sus líderes.
Sólo ha
sido cuestión de tiempo para que el descontento volviese a brotar.
Independientemente de lo que cada uno de nosotros piense sobre ese
conflicto, es evidente que existe una herida abierta en Oaxaca, y que los
ministros podrían comenzar a cerrarla. Reprimir a los inconformes y
pedirles que se sienten a negociar con el probable responsable del asesinato
de varios de ellos, es exigir demasiado. Sólo mediante la aplicación de una
justicia imparcial podrá Oaxaca sentar las bases para reconstruir un clima
de confianza. Los ministros tienen la palabra. O mejor dicho, tres de ellos,
porque los ocho restantes ya votaron el jueves pasado con un saldo equilibrado
(cuatro a favor de aceptar el caso de Oaxaca, cuatro en contra). El lunes
terminará el suspenso.
El caso de Puebla es mucho más dramático, porque se encuentra ya en
«segunda instancia» y en la semana habrá resolución definitiva. Pocos
mexicanos tendríamos duda sobre la culpabilidad de Marín y su puesta en
común con Kamel Nacif para darle un «coscorrón» a Lydia Cacho por andar
publicando un libro sobre pederastas. Todos escuchamos las grabaciones.
En cualquier otro país la indignación pública y, sobre todo, las leyes habrían
provocado que los responsables terminaran en la cárcel. Son autoridades que
vendieron la justicia a un particular con el objeto de detener ilegalmente,
torturar y violar a una periodista que denunció el abuso sexual contra niñas
por un pederasta y su red de protección. Pero año y medio después de los
hechos, no ha habido poder humano que permita al gobernador ser sometido
a la justicia.
El sistema judicial puso en operación una gran cantidad de recursos para
castigar el atrevimiento de esta ciudadana: la desaparición de pruebas,
incluida la computadora de la CNDH en la que se guardaban testimonios de
testigos clave, el amedrentamiento de testigos, la repetición ad nauseum de
interrogatorios para desgastar a la denunciante, el atentado perpetrado en
la camioneta de PGR en que viajaba la periodista; la campaña de descalificación
por parte del gobierno poblano contra Cacho, gracias al acceso ilegal
de materiales en poder de la fiscalía; el tortuguismo malintencionado de
ministerios públicos y jueces. Un sistema de justicia diseñado para impartir
injusticia. Hasta que llegó el asunto a la Corte.
Para sorpresa de muchos poderosos, todo indica que el resultado de la
investigación preparado por los ministros es desfavorable a Mario Marín. Si
el plano confirma este fallo el jueves próximo, se habrá dado un paso
histórico. De ser encontrados culpables los responsables tendrían que
recibir una orden de aprehensión y el Poder Legislativo tendría que comenzar
un procedimiento de desafuero de Mario Marín.
Por vez primera en la
historia del país, la denuncia de una ciudadana «de a pie» contra un
gobernador habría prosperado.
Sabiendo lo que está en la balanza, este lunes un grupo de ciudadanos
encabezados por artistas e intelectuales (entre ellos Alfonso Cuarón,
González Iñárritu, Luis Mandoki y Guillermo del Toro) presentará
un exhorto a la opinión pública y a los ministros para que se haga
justicia. El texto que preparan lo deja claro: «Se está juzgando mucho
más que una violación a los derechos humanos de una periodista que
dio voz y protege a niños y niñas abusadas. Lo que está en juego es saber,
de una vez por todas, si las y los mexicanos comunes tenemos alguna
posibilidad de que el Estado nos proteja de los criminales que se alían
con servidores públicos...
«Exhortamos a ministras y ministros de la Suprema Corte a devolver a las
y los ciudadanos mexicanos nuestro derecho a confiar en los tribunales.
Hasta ahora las repercusiones sufridas por las víctimas de Succar Kuri y la
persecución de Lydia Cacho, parecerían dar la razón a ocho de cada 10
mexicanos, que consideran inútil denunciar un delito porque las instituciones
del Estado no les darán protección. Si las autoridades poblanas son
eximidas de su responsabilidad, si no se reconoce la evidente existencia de
redes de pornografía, abuso y trata de menores en México, será muy difícil
que algún otro ciudadano o ciudadana se atreva a desafiar en un tribunal a
hombres que utilizando el poder público corrompen a la sociedad y fortalecen
la criminalidad en México.»
«Eres mi héroe, papá», le dijo Kamel Nacif a Mario Marín por los favores
recibidos. Los héroes de la película de esta semana podrían ser los ministros
de la Corte, si hacen honor a los verdaderos héroes de toda esta historia: las
niñas y niños abusados sexualmente y que hace cuatro años se atrevieron a
denunciar a sus victimarios haciendo un voto de confianza en los tribunales
mexicanos. El fallo de los ministros determinará si esos niños, si Lydia
Cacho, estaban en lo correcto al recurrir a la justicia.
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