Poder y Política


Manuel Cuadras

24/11/2011

 

Un tal “Cuadras” y un tal-Iván


Hace cinco años comenzó una gran historia. Fue una tarde de marzo, yo me desempeñaba como trabajador de confianza del Ayuntamiento de Puebla, recién egresado de la Universidad, y a pesar de que la política y la administración pública no me eran nada indiferentes, mi verdadera pasión era el análisis político.


Aquella tarde estaba terminando un análisis de la política local (como muchos que hacía, únicamente para consumo propio, para no perder el estilo de mis ensayos universitarios). Fue entonces cuando, una persona a la que aprecio y respeto mucho, me motivó a que publicara mis artículos en algún medio, que no se quedaran únicamente en el disco duro de mi computadora. “Habla con Arturo Rueda  —me dijo— quizá él te abra un espacio en CAMBIO…” Y así fue.


Es así como surgió Manuel Cuadras, que dicho sea de paso, regresó el uso del seudónimo en el periodismo local, abriendo con ello un gran debate al respecto. Algunos críticos y detractores se fueron por la descalificación sencilla, esgrimiendo que “Manuel Cuadras era un cobarde porque no daba la cara…. porque no firmaba con su nombre original…” A ellos en su momento les contesté que mi seudónimo no obedecía a un asunto de testosterona, sino de neurona. La gente cobarde avienta la piedra y esconde la mano, yo, en CAMBIO, aventaba la piedra y presentaba argumentos. Obvio, no a todos les gustaba eso.


Recuerdo que en alguna ocasión, en una de mis columnas, decía que el surgimiento de un seudónimo se da por tres razones:


Seguridad (Cuando lo que se publica pone en riesgo la vida de quien lo escribe).


Confidencialidad (Cuando las circunstancias obligan a mantener en secreto la fuente de lo publicado).


Personalidad (Para darle realce y estilo a una pluma).


En mi caso fueron las dos últimas: confidencialidad por mi actividad política y personalidad para hacer interesante la nueva columna. A diferencia de otros columnistas, a mí me interesaba más el contenido, que la cabeza; el análisis, que el autor. El nombre por tanto, era lo de menos.


La periodista argentina, Ana von Rebeur, hace una reflexión interesante: “Se supone que un autor se mata escribiendo para que lo lea la mayor cantidad de gente posible. Para esto se requiere lograr el reconocimiento de los lectores. ¿No sería una pérdida de tiempo y esfuerzo firmar una obra con un nombre que no es el propio?” Y concluye diciendo: “Los nombres pasan, se olvidan, las obras permanecen, se arraigan…” Esa fue mi apuesta.


De esa forma, fui jugando (en el buen sentido de la palabra) con mis dos responsabilidades: la de político, y la de columnista. Poco a poco me fui adaptando a ambos papeles, a ambos libretos, a ambas personalidades. Una especie de Bruno Díaz por las mañanas, Batman por las tardes. Iván Galindo en las oficinas, Manuel Cuadras en mi casa.


El binomio Cuadras-Galindo / Galindo-Cuadras se convirtió en una complicidad fraternal. Compartíamos algo más que un teclado y un monitor. Compartíamos ideales, sueños, anhelos, disgustos, disentimientos, etc., mismas que se hacían patentes los martes y jueves de cada semana en la columna “Poder y Política”.


Como toda amistad, también había reglas, la nuestra era: Iván no hablaba de Cuadras, y Cuadras no hablaba de Iván, cosa que mantuvimos hasta hoy, fecha en que Cuadras se despide para cederle su espacio a un tal Iván Galindo, que a partir de ahora será el titular de este espacio.


No es algo menor esta separación, no podría aparentarlo, y mucho menos ocultarlo. Es poner fin a una relación que marcó mi vida. Es decirle adiós a mi amigo de mil batallas, con el que compartí dudas, temores, amenazas, varias cajetillas de cigarros (intentando atraer a la imaginación), y uno que otro whiskey para saborear las columnas pasadas.

 

¿Cómo diferenciar a Iván Galindo de Manuel Cuadras? ¿Cómo diferenciar a Arthur Blair de George Orwell? ¿Cómo diferenciar a Neftalí Reyes de Pablo Neruda? ¿Cómo distinguir entre Serrat y Tarres? No hay manera.


Así pues, antes de despedirse, éste columnista (el del seudónimo) agradece a los lectores que, con sus comentarios (y sus visitas) hicieron que Manuel Cuadras se mantuviera cinco años. Agradece también a ésta casa editorial, en especial a Ignacio Mier y a Arturo Rueda, por creer y confiar en un estilo diferente. Agradecimiento especial a mis compañeros columnistas con los que compartí debates, ya que esto me permitió enriquecer y elevar el nivel de esta columna (me obligaron a contestar con altura, muchas gracias por ello). Gracias a mi lectora número uno, por enseñarme a construir Castillos en el aire… También a los lectores que, me expresaron su gusto y seguimiento por esta columna: Enrique Doger, Carlos Meza, José Manuel Treviño, Israel Pacheco, Enoé González, el Mtro. Albear, Jorge Cruz Lepe, Rocío Doroteo, Jesús Martínez, Benito Nava, Ambrosio Corona, Víctor González, mi amigo Moisés Villaverde, Israel Castañeda, la C.P. Elvia Velasco, por supuesto a Selene Ríos, periodista a la que admiro, y quien no solamente era lectora, sino crítica (y por momentos detractora) de esta columna; así como una larga lista de amigos a los cuales siempre dediqué implícitamente el contenido de cada columna.

 

A todos ellos, a todos ustedes, muchas gracias.

 

Este adiós no maquilla un hasta luego, éste nunca no esconde un ojalá…”


Manuel Cuadras se despide, y deja en su espacio a Iván Galindo, veremos cómo le va…

 



 
 

 

 
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