Los Conjurados
Erika Rivero Almazán
El acuerdo de Alcalá-Doger
Por primera vez en 10 años en Puebla no habrá amenazas en código ni escándalos en las ocho columnas: nuevamente el alcalde saliente y la entrante supieron entender el panorama político que los beneficia, y eso es: cero escándalos de derroche y corrupción.
Así lo hablaron Enrique Doger y Blanca Alcalá.
Por eso no habrá ningún problema en el proceso administrativo de entrega-recepción.
Para este acuerdo fue importante la franqueza: Alcalá tiene los verdaderos números bajo su brazo, y si el río sigue su curso, tampoco habrá sorpresas desagradables que desestabilicen a la administración municipal que inicia.
Fue necesario también que Alcalá abriera la cartera de posiciones de su gobierno a los dogeristas.
“No quiero que te pase lo que a mí” le dijo en la íntima intimidad Doger a Alcalá, en abierta referencia al malogrado acuerdo que hiciera con Luis Paredes.
“Fue un error y me arrepiento de haber hecho acuerdos con una persona de su calaña”, también le confesó.
Tanto por este acuerdo, como por el carácter de la nueva alcaldesa, se presume en este trienio no existirá la guerra intestina entre el alcalde saliente (con todo y su gabinete) y la entrante.
Cómo olvidar la campaña local de 1995, cuando el alcalde recién electo, Gabriel Hinojosa acusó de ‘transa’, con todas sus letras, al saliente Rafael Cañedo Benítez, y cómo el finado político respondió a la acusación en una rueda de prensa exprés llamando al panista ‘inepto’ 19 veces en un discurso de 5 minutos.
La transcripción de la rueda de prensa fue girado en su momento a toda la prensa poblana para que quedara constancia, mientras en el periódico Síntesis (tabloide y a blanco y negro en ese entonces) dedicaba una caricatura en su portada en la que ambos ediles, disfrazados de lavanderas, colgaban sus trapos al sol en el mismo tendedero: en la camisa que colgaba Cañedo anunciaba ‘inepto’, y la que colgaba Hinojosa ‘transa’.
Fue un escándalo que vino a sanear la añeja práctica de cambio de estafeta entre los mismos miembros de un partido callando las irregularidades y corruptelas heredadas.
En ese momento se marcó un parteaguas en la política poblana que exigía a los gobiernos municipales entregar sus cuentas públicas de manera más transparente.
La obligada fotografía de una entrega recepción entre autoridades municipales que se publicaba al siguiente día en todos los diarios ya era cosa del pasado.
En 1996, el inicio del primer ayuntamiento panista fue torpe, tanto por falta de experiencia administrativa, de gobierno y política como por el bloqueo insufrible por parte del entonces gobernador Manuel Bartlett: la consigna era no dejar pasar a la derecha, pasara lo que pasara.
Bartlett, un político de alto nivel y la inexperiencia de Hinojosa llevó a la ciudad a un aparente estancamiento en cuanto a la construcción de obra pública y mejoras en la ciudad: no hubo pavimentación de calles, el bacheo fue miserable y ni pensar en una ‘mega-obra’.
Cómo olvidar la manera en que policía estatal zarandeo y gaseó con maña al edil, a su síndico Marcial Campos Díez, y a demás regidores panistas cuando intentaban ‘rescatar’ Villa Flora y a los vecinos expropiados de San Francisco.
Y nadie hizo ni dijo nada.
Hinojosa fue a reclamarle públicamente su trato a Bartlett.
Ahí, frente a los medios de comunicación, exigió al gobernador que le diera la cabeza del entonces secretario de Gobernación, Carlos Meza Viveros.
Pero el gobernador sólo mostró una sonrisa y le dio una palmadita en la espalda a Hinojosa, le pidió que se calmara y prometió que se ‘investigaría el caso hasta llegar a sus últimas consecuencias’.
Un triunfo político más para un Bartlett imparable que miraba en todo momento hacia Los Pinos.
La presidencia de la República, ni más ni menos.
Sin embargo, Bartlett no contó con que los poblanos no estaban viendo con malos ojos a la incipiente administración azul. Si, fueron muchos los errores, pero fue capaz de despertar la llamada ‘conciencia ciudadana’.
El programa ‘Hits’ de Hinojosa fue un éxito: los colonos ponían la mano de obra y el ayuntamiento la pintura: fue así como muchísimas calles, avenidas y parques fueron arreglados. Lo mismo se hizo con los programas de ‘Participación Ciudadana’, en donde las pequeñas o medianas obras eran avaladas por la propia junta de vecinos y no por el gobierno.
Hinojosa fue inexperto, pero nadie puede decir que fue corrupto.
Recordemos que en la reciente elección del 11 de noviembre, fue Hinojosa quien realmente ganó el debate de los candidatos a la presidencia municipal: ideas claras y precisas, en lugar de divagaciones en las que cayeron el resto de los aspirantes, incluidos el panista Toño Sánchez Díaz de Rivera y la priísta Blanca Alcalá.
Cuando fue el turno de Gabriel Hinojosa de heredar su administración al PRI, la historia se repitió.
Mario Marín tomó la retórica de Cañedo y adjudicó un rosario de calificativos al edil saliente, todos en la tónica de inexperto e inepto, mientras que Hinojosa, volvió a su machote antipriísta y calificó a Marín de ‘corrupto’ e ‘hijo de Bartlett’.
En 1999, la guerra fría entre priístas y panistas estaba declarada.
Pero a diferencia de la primera (Cañedo vs. Hinojosa), ésta no trajo ningún cambio positivo a la forma de hacer política. Tampoco ayudó a clarificar la forma en que el gobierno municipal maneja los recursos públicos.
La guerra de lodo llegó al punto de salpicar a los poblanos, y en poco tiempo llevaría a los ciudadanos al hartazgo. Peor aún, a ignorar olímpicamente los temas políticos: claro, todo político era un corrupto, incapaz de llegar a acuerdos, inflexible, iracundo, dispuesto a pelear por todo con tal de despertar la atención de la prensa.
Pero la peor batalla vendría tres años más tarde: en el 2001 el ayuntamiento vivió una guerra sin cuartel entre el entonces candidato ganador panista, Luis Paredes Moctezuma y Mario Marín Torres.
Salieron a relucir no sólo denuncias de corrupción, sino hasta vicios: historias de alcoholismo fueron las menos tórridas.
No fue una guerra de lodo: de un batidillo asqueroso.
Paredes llamó a declarar uno a uno de los funcionarios marinistas para exhibirlos públicamente a la antesala de los corruptos.
La política se convirtió en una gran arena en donde las ciudadanos nunca fueron espectadores interesados.
Una batalla de egos, de banderas por las que nadie estaba dispuestos a batirse, a excepción de los pocos involucrados.
Los programas ciudadanos que fueron provechosos fueron eclipsados por una absurda confrontación con el gobierno estatal, municipal, con los partidos y hasta con grupos adversarios del mismo partido.
La única ‘mega-obra’ paredista fue severamente criticada, pese a ganar el premio nacional que otorga Cemex a las mejores propuesta de infraestructura urbana. Eso por sólo poner un ejemplo de una catapulta de acusaciones de corrupción que inundaron a la segunda administración de Acción Nacional.
La historia se repitió en el 2004.
Fue menos álgida pero la confrontación fue igual con el nuevo presidente municipal Enrique Doger y Paredes.
Al principio, la entrega-recepción fue tersa, gracias a un acuerdo de Doger y Paredes, alimentado por la animadversión de ambos contra el reciente inquilino de Casa Puebla: Mario Marín.
Sin embargo, las promesas incumplidas por ambas partes llevaron a reventar el acuerdo y a Doger a denunciar ante la prensa una larga serie de irregularidades, hasta llegar a acusar a Paredes de corrupto.
En un cambio de viraje total, Doger ahora consideraba que Paredes le había mentido y no dudó en exhibirlo de manera vergonzosa: de ahí la empresa fantasma MMA de alumbrado público, la deuda de más de un millón de pesos a los constructores del puente en desnivel del Juárez-Serdán, el derroche de más de dos millones de pesos por la horripilante escultura de Sebastián ‘El Angel Custodio’, la lista de aviadores heredada, etc.
El programa efectivo de bacheo, la alta inversión en todos los jardines y parques públicos de la ciudad, la dignificación del zócalo, la fuente danzarina de la Juárez, entre más aciertos de Paredes fueron eclipsados por el escándalo.
Ahora, en la historia en el gobierno municipal de Puebla se coloca una coma, un punto y a parte.
Tal vez, un punto.
Blanca Alcalá y Enrique Doger llegaron a un acuerdo, y como todo acuerdo tiene sus ventajas y desventajas.
Veamos primero las desventajas: se corre el peligro de volver al cambio de estafeta del gobierno municipal con la discrecionalidad del pasado: un yo te cubro las espaldas, sin importar lo que hayas hecho mal.
A Doger no le podría ir mejor, aunque para ello signifique una posición bastante incómoda para Blanca Alcalá.
Lo bueno, es que las guerras de lodo del pasado que sólo sirvieron para enturbiar aún más el ambiente político, se han detenido. Y tal vez (es sólo un tal vez) ahora si los nuevos funcionarios estarán más concentrados en lo que deben hacer por la ciudad, en responder a sus deberes, que en ocuparse de cómo ponerle el pie al que se fue.
Ventajas y desventajas.
Como en todo.
Pero será muy pronto cuando veamos los resultados del acuerdo Doger-Alcalá.
Sea para bien o para mal.
Sólo hay que recordar que siempre existen repercusiones.
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