En Turquía, encarnizada enemistad tiene raíces en la historia


Sabrina Tavernise / Estambul, Turquía


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Mientras el partido gobernante de Turquía se prepara para un fallo del tribunal supremo que pudiera cerrarlo y proscribir la participación de muchos de sus miembros en la política, a funcionarios partidistas les gusta hablar de qué hicieron que causó tanto problema.


“Cuidado, está hablando con un pecador”, dijo Sadullah Ergin, funcionario del partido, Justicia y Desarrollo, cuyos fundadores, algunos de ellos ex islamitas, ahora quieren que Turquía sea una sociedad más abierta para los musulmanes practicantes.


El delito de Ergin, detallado en un auto de acusación de más de 160 páginas contra el partido y sus funcionarios que ha paralizado a la política turca desde que fue presentado en marzo, fue decir que una prohibición sobre las mujeres que usan pañoletas en las universidades violaba los derechos humanos, añadir su firma a un borrador de ley que ayudó a cancelarlo y hablar sobre el tema en un programa televisivo.


Más que todo, su crimen radica en su asociación con el Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan, el líder del partido, conocido como AK, las iniciales de su nombre turco. Con su control de la presidencia, el Parlamento y el gobierno, el partido ha avanzado más que cualquier otro en la Turquía moderna en romper el dominio del círculo laico sobre el poder.
El auto de acusación denuncia que el partido trata de convertir a Turquía, una democracia laica, en un estado islámico, un cargo que Ergin afirma es “político, no legal”.


Incluso los liberales de Turquía, que estarían entre los primeros en expresarse contra el activismo islámico en el gobierno, están de acuerdo con esa evaluación. Muchos ven el caso somos la última postura de la vieja guardia laica de Turquía —una clase poderosa que incluye a las fuerzas armadas y el sistema judicial— que está contra las cuerdas y trata desesperadamente de aferrarse al poder. El intento de los militares por dominar a Erdogan el año pasado condujo a una represalia en favor de AK durante las elecciones, y ahora ha correspondido a sus aliados judiciales tratar de detener a Erdogan. Un fallo por parte del tribunal constitucional es esperado en los próximos meses.


“Están jugando su última carta”, dijo Baskin Oran, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Ankara. “Los militares ya no pueden protagonizar golpes de estado. La última línea para contenerlo es el tribunal constitucional”.


En una reciente noche de junio, una multitud diversa de varios miles de personas marchó por el centro de Estambul, usando silbatos, golpeando tambores y portando letreros redondos rosados que decían: “Haz ruido contra los golpes de estado”.


“Esta es la primera vez que la gente se está expresando contra los golpes militares”, dijo Hilal Kaplan, un estudiante de posgrado. “La gente realmente estaba enojada. Lo acumulamos durante todos estos años y ahora está surgiendo”.


El partido que es apoyado por la vieja guardia, el Partido Popular Republicano, conocido como CHP, las iniciales de su nombre en turco, dice que Erdogan está llenando los ministerios con su propia gente y debe ser detenido para preservar la naturaleza laicade Turquía.


“El laicismo es como los pulmones de una sociedad musulmana que la abren a las libertades”, dijo Bihlun Tamayligil, miembro del CHP. “Es el mayor seguro para las mujeres”.


Erdogan dice que también quiere un estado laico, sólo con más libertades para sus ciudadanos. La lucha actual de Turquía es el capítulo más reciente en una historia notable que empezó en los años 20, cuando Mustafa Kemal Ataturk, viendo hacia Europa, destruyó todas las conexiones con el Este, cambiando el alfabeto a letras latinas, colocando las mezquitas bajo control estatal y aplastando a la jerarquía religiosa.


“La sociedad turca ha sido traumatizada”, dijo Dengir Firat, vicepresidente de AK. “De la noche a la mañana se les dice que cambien su vestimenta, su lenguaje. Sus procedimientos religiosos fueron desmantelados”.


“Las sociedades sin ese trauma no podían preocuparse menos de cómo se viste la gente”, dijo Firat, cuya infracción en el auto de acusación fue haber dicho a un periodista que la gente que se sentía nerviosa con las pañoletas debería ver a un siquiatra.


El experimento doloroso de Turquía, único en el mundo musulmán, ha resultado en una sociedad vibrante que sigue siendo extremadamente consciente de sí misma sobre asuntos de religión, origen étnico y clase.


El sistema político de Turquía tuvo otra peculiaridad: Una camarilla poderosa de generales y jueces guió al país desde detrás de bastidores durante años, deponiendo a gobiernos elegidos cuatro veces desde 1960. Ejercieron influencia a través de una serie de instituciones no elegidas que imponían vetos en educación, el sistema judicial y asuntos de seguridad. Esas instituciones han sido debilitadas a través de la actualización que el gobierno ha emprendido como parte de su esfuerzo por ingresar a la Unión Europea, elevando la ansiedad del círculo laicista.


Un titular de un diario turco dominante de los años 40 ayuda a ilustrar cuán agudas eran las divisiones de clase. “Llegó el calor y la gente se apresuró a las playas”, dice, y añade que “los ciudadanos no pudieron bañarse”. Traducción: Los turcos comunes atestaron las playas y desplazaron a la élite privilegiada de las áreas de natación.


La vieja guardia “desprecia al pueblo”, dijo Oran. “Para ellos, las masas son informes e ignorantes”.


Esa división de clases ha persistido hasta nuestros días —AK representa a las masas— y se suma a los profundos temores de las mujeres laicas de que su forma de vida sea restringida en una sociedad más abiertamente religiosa.


Otra preocupación sobre Erdogan, dicen liberales, es que esté simplemente reemplazando a la élite actual de Turquía con la propia. El temor es que sin un esfuerzo sincero para fortalecer las instituciones, para las cuales hay menos incentivos ahora que AK controla tantos de los puestos políticos importantes del país, Turquía siga simplemente tan aquejada de problemas.


Si AK gana, “no necesariamente significará que la democracia gane en este país”, dijo Mithat Sancar, un profesor de derecho en Ankara. “Pero si pierde, la democracia perderá”.


En un signo inquietante, una compañía con fuertes vínculos con Erdogan— su principal gerente es yerno del primer ministro— compró el periódico Sabah en febrero en una subasta sin otros postores con financiamiento de bancos estatales, una compra para cuya explicación fueron duramente presionados incluso miembros del partido.


“Piensan que su alto porcentaje de votos les da el derecho de hacer lo que quieran”, dijo Birgen Keles, diputada del CHP, refiriéndose al 47 por ciento que Erdogan obtuvo en la elección del año pasado. “Esta no es la democracia”.


Pero el partido laico ya no está a la vanguardia del liberalismo. Votó contra una ley que habría ampliado la libertad de expresión y una que regresó la propiedad a minorías religiosas, ambas centrales para el esfuerzo de Turquía de ingreso a la Unión Europea, y sus miembros reprendieron a Erdogan por complacer a los europeos.


“El gobierno actual trata de obtener legalidad dentro del país complaciendo a extranjeros”, dijo Keles. Afirma que los europeos están usando el partido “para realizar sus ambiciones en Turquía”.


Joost Lagendijk, miembro del Parlamento Europeo que trabaja en asuntos de Turquía, dijo: “No se puede afirmar ser pro-europeo y votar contra todas las leyes que son necesarias para ingresar”.


El verdadero cambio duele, y muchos liberales argumentan que Erdogan lo impulsó demasiado con mucha rapidez.
Una enmienda constitucional que permitiría a las mujeres usar pañoletas para asistir a las universidades fue apresurada en el Parlamento sin explicación adecuada de sus límites, dijo Oran.


“Les advertimos mil veces que la aclararan, pero no lo hicieron”, dijo Oran. “Ahora no sólo ellos tienen que pagar por ello, sino que nosotros también tenemos que pagar por ello”.

 


 
 
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