Un pueblo francés revive el franco


Steven Erlanger / Collobrieres, Francia


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La alcaldesa Christine Amrane dice que más bien se trata de las ganancias, no sólo de protestas y nostalgia. Este pueblo, ubicado muy dentro de Provence, decidió aceptar el franco francés en el comercio cotidiano, junto con el euro, y los viejos billetes, llenos de color, adornados con héroes y escritores franceses, han puesto a pensar a la gente.


No con demasiado radicalismo, claro está. No demasiado como para alterar las cosas en este lugar pintoresco de mil 600 habitantes, con su plaza pueblerina, adoquinada y perfecta, comandada por el edificio del ayuntamiento y un café, y su mesa de viejos que juegan cartas y beben pastis, bajo la sombra de enormes plátanos que los protegen del fuerte sol sureño.


“Perdimos algo con el franco”, dijo Amrane, quien ocupa el cargo desde el 2001. “Perdimos una identidad. Nos movimos muy rápido hacia Europa, quizá demasiado rápido.”


Junto con el tránsito prácticamente sin visas, la introducción del euro en 2002 se pregonó como un gran paso en la construcción de una Europa unida. Sin embargo, impresos con imágenes abstractas, puentes y edificios, y sin el retrato de nadie, vivo o muerto, los billetes del euro son tan anónimos como podrían parecer los eurócratas que administran la Europa nueva.


Aun cuando los europeos valoran la facilidad para viajar que ha propiciado el euro, también piensan que la nueva moneda ha causado la inflación por permitir que los comerciantes redondeen los costos. Con la creación de un Banco Central Europeo, los países ya no pueden ajustar sus tasas de interés y de cambio para que correspondan con sus circunstancias económicas.


Nathalie Lepeltier de 39 años, repostera, a quien se le ocurrió la idea de aceptar el franco en este pueblo como una forma de hacer que la gente gaste más, dijo: “El euro ha hecho que la vida sea más cara; los precios son mucho más altos”. Independientemente de si el euro es la causa o no, sin duda que la gente lo cree así. “Las personas han perdido el concepto del valor del dinero con el euro”, dijo Lepeltier.


“La gente recuerda el precio en francos, y ahora le impresiona cuánto cuesta todo, cuando usa francos”, expresó.


Las personas aquí tienen menos en mente las protestas políticas que el Festival de la Castaña en otoño. París está a 860 kilómetros de distancia, y Bruselas, aún más lejos. Sin embargo, la Unión Europea es una fuente de confusión y molestia. No se permitió que los franceses votaran en un referendo sobre el complicado Tratado de Lisboa para reorganizar el funcionamiento de la Unión, ahora más grande, con 27 países. Francia, al igual que la mayoría de los países, pensó que era más seguro ratificar el Tratado en el Parlamento.


Sin embargo, los irlandeses votaron, y lo hicieron por el no. Muchas personas en este pueblo concuerdan con ellos. Se piensa que Francia es el corazón latente de la visión europea, pero cuando en 2005 los franceses votaron sobre una versión anterior del tratado, lo hicieron por el no, y las encuestas de opinión dicen que lo volverían a rechazar en la forma actual.


El voto irlandés generó críticas y quejas sobre “el déficit democrático” de las instituciones europeas burocráticas, que tienen poca relación con los votantes. Sin embargo, los irlandeses no están solos en cuanto a sus dudas sobre cómo hacer que Europa funcione en forma eficiente y democrática.


El “no” irlandés también ha sido un golpe importante para el gobierno de Francia, que acaba de asumir la presidencia de la Unión Europea por seis meses. El presidente Nicolás Sarkozy tiene muchas ideas sobre cómo hacer avanzar a Europa, como otra forma de recuperar parte de la credibilidad que ha perdido aquí. Sin embargo, el rechazo irlandés significa que Francia pasará gran parte de su tiempo tratando de manejar la crisis interna de Europa.


“Soy una europea convencida, pero tengo algunos problemas con eso”, dijo Amrane. “No existen vínculos reales, no hay una identidad verdadera como europeos. Necesitamos más tiempo.”


Sin embargo, ya es suficiente de Europa, expresó. “Quiero hablar de Collobriere, el pueblo más hermoso del mundo.”


Lepeltier, la repostera, maneja la asociación local de comerciantes y artesanos, y tuvo la idea de aceptar francos tras haber oído hablar de la experiencia de otro pueblito, Le Blanc. Allá también, la gente que había guardado billetes de francos o encontrado montones en cajones viejos o en el tradicional “calcetín de lana” —en realidad, algunos franceses todavía no confían en los bancos—, los sacaron para gastarlos.


Primero se tomó como una broma, pero ahora el cambio ha sido bueno para los negocios. El pueblo ha aceptado 120 mil francos, unos 18 mil 300 euros (28 mil 900 dólares) al tipo de cambio legalmente establecido.


Un hombre llegó al pueblo tras encontrar 20 mil  francos en una chamarra vieja y 40 mil en el fondo de un cajón. “Lo gastó todo”, dijo Lepeltier. “Dijo que prefería gastarlo que cambiarlo”, probablemente, reconoció, para evitar preguntas del recaudador de impuestos.


El Banco de Francia, la institución monetaria central, cambiará los últimos billetes de francos emitidos para cada denominación hasta el 17 de febrero de 2012. Sin embargo, las monedas y billetes más viejos no tienen ningún valor ahora, así es que todo el mundo acepta sólo los francos que puede cambiar. “Somos comerciantes, no beneficencia”, dijo Lepeltier.


En la plaza central —la Place de la Liberation, claro—, los clientes del Bar de la Mairie, frente al edificio del ayuntamiento, estaban más confundidos sobre Europa que enojados.


A Aurelien Autran de 29 años no le importa el franco. “Los viejos, quizá”, dijo hablando sobre cómo su abuela piensa en francos “viejos” —los de antes de 1960, cuando se revaluó la moneda—, luego los convierte en francos nuevos, y, después, lentamente, en euros. A él le gusta el euro porque puede ir a España para comprar cigarrillos y licor baratos. En cuanto a los irlandeses, dijo: “Ni siquiera saben lo que hay en el tratado, así es que claro que votaron que no”.


¿Hicieron lo correcto? Autran respondió con perspicacia: “Bueno, yo tampoco sé lo que está en el tratado, así es que no puedo decir”.


Desde una mesa cercana, un joven dijo: “¿Qué es Lisboa?”. Otro: “Oh, se trata de este truco de Sarkozy, esta Unión del Mediterráneo”. Cuando se le dijo que Lisboa es algo diferente, se rascó la cabeza. “¿Maastricht?”, preguntó, mencionando un tratado europeo anterior.


El propietario del bar, Frederic de Kersauson de 42 años, dejó de aceptar francos en mayo y está harto de todo el asunto. “La gente llegaba aquí con 500 francos y pedía un café”, explicó. “No valía la pena. El franco está acabado.”

 

 

 


 
 
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