|   | 
        
		 
		Betancourt habla de dolor, miedo y fe 
		 Steven Erlanger / París   
		 
		
		Ingrid Betancourt teme al colapso que sabe se aproxima. Entrevistada  una semana después de su rescate repentino del cautiverio de más de seis años  en lo profundo de la selva colombiana, Betancourt tenía aspecto saludable,  incluso elegante, con un traje de chaqueta y pantalón negro, blusa blanca de  lino, un reloj pulsera de oro Cartier en la muñeca; movía el rosario  rudimentario que se hizo con botones y la cuerda de plástico que usaban los guerrilleros  para hacer correas para los rifles. 
		 
		  Sin embargo, habló de su fragilidad en una entrevista y de  su profunda fe católica romana. Y sabe qué tan rápidamente está bajando la  adrenalina. 
		 
		  “Es como el rugir de las olas, sé que viene y que se está  acercando”, dijo con suavidad, en inglés. “Así es que sé que es momento para  que me detenga. No quiero sumergirme en la depresión”. 
		 
		  Betancourt, de 46 años, una colombiana que también se  convirtió en ciudadana francesa por su primer matrimonio, se ha estado hospedando  en Le Meurice, uno de los hoteles más agradables de París, tratando de usar su  momento de fama para agradecer a quienes la han ayudado y presionar para lograr  la liberación de los quizá 700 rehenes más de las Fuerzas Armadas  Revolucionarias de Colombia o FARC. 
		 
		  Sin embargo, también está tratando de evitar dar detalles de  su experiencia horrible, de los años de cautiverio en la selva, durante los  cuales, con frecuencia, estuvo encadenada, fue torturada físicamente y  humillada por hombres armados y enojados, cuyo comportamiento, dijo antes, fue “tan  monstruoso que creo que ellos mismos estaban asqueados”. 
		 
		  Quiere ser testigo y rendir declaración, “pero tiene que ser  en el momento correcto”, comentó con los ojos llenos de lágrimas. 
		 
		  En una entrevista, apenas una semana después de su  liberación, dijo: “Necesito tiempo. No es fácil hablar de cosas que todavía  duelen. Y, probablemente, van a doler toda mi vida, no lo sé. Lo único que  tengo fijo en la mente es que quiero perdonar, y el perdón viene con el olvido.  Así es que tengo que hacer dos cosas. Tengo que olvidar para poder encontrar la  paz en mi alma, y poder perdonar. Pero al mismo tiempo, una vez que haya  perdonado y olvidado, voy a tener que recordar. Es probable que los recuerdos  estén filtrados por el tiempo, así es que no tendrán el dolor que siento en  este momento”. 
		 
		  “Probablemente, también”, expresó, “lo haga con ayuda  profesional”. Reconoció la crueldad dentro del animal humano. “Creo que dentro  de nosotros tenemos ese animal, todos nosotros, esa es la realidad de la que  estamos hechos”, explicó. “Podemos ser tan terribles con los otros”. Primero  dijo que es imposible juzgar a otros, después comentó: “Para mí, fue como  comprender lo que no podía entender antes, cómo, por ejemplo, los nazis, cómo  pudo suceder eso”. 
		 
		  Cuando se le habló de que Alan Johnston, el corresponsal de la BBC en Gaza, fue rehén durante  casi cuatro meses el año pasado, se levantó el ánimo de Betancourt. “Seguí toda  su experiencia terrible, cada día”, dijo, y comentó que “su única fuente de  información” era la BBC.  “Y lo escuché cuando lo liberaron. Y cuando escuchaba sus palabras, pensaba,  este tipo, pasó por lo que yo he pasado. El sabe perfectamente lo que estoy  sintiendo”. 
		 
		  Tres estadounidenses —Marc Gonsalves, Thomas Howes y Keith Stansell—  eran contratistas militares que trabajaban con un contrato contra el  narcotráfico del Pentágono, cuando su avión se estrelló en 2003 y fueron  capturados. Los liberaron con Betancourt y otros 11 rehenes colombianos. 
		 
		  Cuando se le preguntó cómo se comportaban los  estadounidenses, Betancourt dijo que el cautiverio había sido muy difícil para  ellos. “Sólo uno de ellos hablaba el idioma”, explicó. “Habían estado en  condiciones muy duras, y cuando los pusieron en el mismo grupo que a nosotros,  encontraron la forma de compartir con otros lo que creían que sólo les estaba  pasando a ellos. Compartir, digámoslo así, la desesperación, contar los días”. 
		 
		  Siempre trató de conservar la dignidad, comentó, encontrar  solaz y sanidad en actividades cotidianas habituales, algunas privadas, como la  meditación y la oración, y algunas colectivas: “Darse estabilidad uno mismo en  un mundo sin estabilidad”. Y comentó que encontró cierta nobleza entre los  rehenes y en la degradación. 
		 
		  “Esa es la magia que hay en todas las cosas”, comentó. “Se  puede tener el lado oscuro del hombre, pero también,uno se puede enchufar a la  luz y ser una luz enorme para otros. Y creo que eso es lo que significa ser  espiritual”. 
		 
		  Cuando se le preguntó por el rosario, lo llamó con humor, “un  error”. Explicó que recordaba a su padre rezando el rosario, pero no podía  acordarse cómo iba, qué tantas veces se suponía que debía rezarle a la Virgen María. “Así  es que pensé, en caso de que no sean 10, quizá sean 15”, dijo tocando con los dedos  los 15 botones del rosario, que le quitó a una chamarra que le habían dado los  guerrilleros. 
		 
		  Dios es algo personal para ella, comentó. “Sé que hablo con  Él, y que me responde”. La gente rechaza lo milagroso, dijo, y “prefiere hablar  de coincidencias”, pero “lo que yo creo sobre los milagros es que suceden todo  el tiempo y a todas las personas”. 
		 
		  Betancourt, cansada, aún tiene otras entrevistas. Sin  embargo, su tiempo de publicidad está terminando, dijo, al hablar de sus hijos  Lorenzo y Melanie, que estaban con ella. 
		 
		  “Sé que este es el momento de retirarme, de estar con mi  familia, de encontrar espacio para mi vida”, comentó con voz entrecortada. “Sabe,  estoy aterrizando en paracaídas en la vida de otros. Ellos tienen su propia  vida, sus actividades cotidianas. Y yo no tengo nada”. 
		 
		  “Hace seis días, estaba encadenada a un árbol”, dijo. “Y  ahora estoy libre y estoy tratando de entender cómo voy a vivir de aquí en  adelante”. 
		  
		  
		 | 
  
		   
           
		   
		   
	     |