Las expropiaciones dejan a miles de personas sin vivienda en Camboya


Seth mydans / Andong, Camboya


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Cuando las lluvias del monzón se cuelan entre el techo de paja roto de Mao Sein, ella jala el petate, cubre a sus tres hijos pequeños, se tapa ella, y espera hasta que deja de llover.


Ella y sus hijos se sientan sobre una mesa de poca altura mientras aumenta el nivel del agua de la inundación que ha traído consigo las aguas negras que corren a lo largo de las callejuelas de tierra afuera de su choza.


Mao Sein, de 34 años, fue reubicada por el gobierno en esta localidad, en un terreno baldío, hace dos años, cuando la policía hizo una redada en la colonia de precaristas donde vivía en Phnom Penh, la capital, a 20 kilómetros de distancia.


Es viuda y pepenadora. El área donde vive no tiene agua limpia ni electricidad, no hay calles pavimentadas ni construcciones permanentes. Sin embargo, hay terrenos, y eso ha atraído a veintenas de familias desamparadas que se han apropiado de lugares donde vivir entre colonos ilegales.


Con sus chozas y aguas negras, Andong tiene un aspecto muy parecido a los campos de refugiados que fueron hogar de aquellos a los que el brutal Jemer Rojo comunista obligó a dejar sus casas hace tres décadas.


Al igual que decenas de miles de personas en todo el país, quienes viven aquí son víctimas de lo que los expertos dicen se ha vuelto el abuso a los derechos humanos más grave: las expropiaciones de terrenos que condujeron a desalojos y desamparo.


“Las expropiaciones de terrenos de los pobres de Camboya están alcanzando un nivel desastroso”, dijo en diciembre Basil Fernando, director ejecutivo de la Comisión Asiática de Derechos Humanos en Hong Kong, un organismo privado de monitoreo. “Los tribunales están politizados y son corruptos, y la impunidad para quienes violan los derechos humanos sigue siendo la norma”.


Con la economía a la alza, se está expropiando tierra para explotación forestal, agricultura, minería, turismo y pesca, y en Phnom Penh, los precios cada vez más altos de los terrenos han desatado lo que un funcionario llamó un frenesí de los ricos y poderosos por apoderarse de ellos. Las expropiaciones pueden ser violentas, incluidas redadas nocturnas llevadas a cabo por la policía y el ejército. En ocasiones, barrios marginales arden hasta quedar reducidos a cenizas, al parecer en incendios premeditados.


“Llegaron a las dos de la mañana”, dijo Ku Srey de 37 años, a quien desalojaron junto con Mao Sein y la mayoría de sus vecinos en junio de 2006.


“Fueron muy crueles”, dijo Ku Srey refiriéndose a los policías y soldados que la evacuaron.


“Tenían macanas eléctricas”, dijo imitando el sonido que hacían los artefactos, “chk-chk-chk-chk”. Explicó: “Nos metieron a empujones en camiones, aventaron todas nuestras cosas a los camiones y nos trajeron aquí”.


En un informe de febrero, Amnistía Internacional estima que ahora están en riesgo de desalojos forzados unas 150 mil personas en todo el país, como resultado de disputas de terrenos, expropiaciones y nuevos proyectos de urbanización.


Están incluidas cuatro mil familias que viven alrededor del lago Boeung Kak en Phnom Penh, que es la principal captación de las lluvias monzónicas de la ciudad, y que están rellenando para la construir urbanizaciones de clase alta.


“Si se obliga a estas comunidades a mudarse, sería el desplazamiento de mayor escala de camboyanos desde los tiempos de los jemeres rojos”, dijo Brittis Edman, una investigadora de Amnistía Internacional, cuya sede está en Londres.


Eso, en cierta forma, cerraría por completo el círculo histórico.


Al igual que otros padecimientos de la sociedad —la violencia política y social, la pobreza y una cultura de la impunidad para los que tienen poder—, la cuestión de la tierra tiene sus raíces en el pasado tormentoso de Camboya, de matanzas, guerra civil y disturbios sociales.


El régimen brutal del Jemer Rojo, durante el cual se estima que murieron 1.7 millones de personas, empezó en 1975 con una evacuación de Phnom Penh con la que se obligó a las personas a irse al campo y vaciar la ciudad. Terminó en 1979, cuando la invasión vietnamita expulsó del poder a los jemeres rojos y provocó que cientos de miles de refugiados llegaran a Tailandia.


Muchos de ellos retornaron en los años de 1990, uniéndose a la población desarraigada que había sido desplazada por los jemeres rojos y una década de guerra civil que siguió en los 1980. Muchos terminaron su viaje en Phnom Penh creando colonias enormes de paracaidistas.


Ahora, se está obligando a muchas de esas personas a volver a mudarse, de Phnom Penh y de todo el país, víctimas del flagelo más reciente de los pobres: la prosperidad nacional.


Cualquiera que sea la dirección en la que sople el viento de la historia, algunas personas aquí dicen, la vida sólo empeora para los pobres. Si no es la “pakdivat” o revolución, la que golpea a los pobres, dicen, es el “akdivat” o desarrollo.


Al menos, la economía camboyana ha empezado a crecer, aproximadamente nueve por ciento el año pasado. Y Phnom Penh está empezando a transformarse con edificios modernos, centros comerciales modestos y planes para construir rascacielos. Es una de las últimas capitales asiáticas en empezar a pavimentar encima de su pasado.


De 1993 a 1999, dice Amnistía Internacional en su informe de febrero, el gobierno otorgó derechos para la explotación comercial de cerca de una tercera parte de las tierras más productivas del país a compañías privadas.


En Phnom Penh, de 1998 a 2003, el gobierno municipal obligó a salir de sus casas a 11,000 familias, dijo el Banco Mundial en una declaración citada por Amnistía Internacional.


Desde entonces, la organización de derechos humanos dijo, se ha reportado que los desalojos han desplazado a por lo menos 30,000 familias más.


“Algo que es importante señalar es que el gobierno no sólo no está protegiendo a la población, sino que también estamos viendo que es cómplice de muchos de los desalojos forzados”, dijo Edman de Amnistía Internacional.


El gobierno respondió el informe de la organización por medio de una declaración emitida por su embajada en Londres.
“Sólo para hacer notar que Camboya no es Zimbabwe”, dice la declaración. “Su investigadora también debería pasar más tiempo analizando los casos de violaciones de los derechos a la tierra y la vivienda en este país, si es que se atreve”.


Aquí, en Andong, las gentes se han adaptado lo mejor que pueden.


Poco a poco, han hecho del lugar que habitan su hogar, algunas decorando su choza con floreritos. Unas cuantas han conseguido dinero suficiente para comprar cemento y ladrillos para poner pisos y reforzar las paredes.


Sin embargo, estos hogares, como los que tuvieron en el pasado, podrían ser sólo temporales. Los límites de Phnom Penh sólo están a unos cuantos kilómetros de distancia. Dicen los trabajadores de ayuda humanitaria que conforme se extiende la ciudad, es probable que se vaya obligando a la gente a volver a mudarse a otra parte.

 

 

 

 

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