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Bob Herbert / Nueva York


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Mientras escuchaba a Al Gore por teléfono, yo pensaba: “Oh, oh, los escépticos se ensañarán con éste”.


El exvicepresidente me estaba ofreciendo un breve informe anticipado sobre el discurso que pronunció el 17 de julio, pidiendo a Estados Unidos que se comportara como una gran nación y verdaderamente hiciera algo real sobre su autodestructiva y finalmente insostenible dependencia del combustible basado en el carbono para sus necesidades de energía del siglo XXI.


“Voy a emitir un desafío estratégico de que Estados Unidos de América establezca la meta de obtener 100 por ciento de nuestra electricidad de recursos renovables y combustibles restringidos en carbono en un plazo de 10 años”, dijo.


“¿Cien por ciento?”, dije.


“Cien por ciento.”


El enfoque de Gore está principalmente en la energía solar, eólica y geotérmica. Su creencia es que una transición drástica y general hacia estas fuentes abundantes y renovables de energía no es sólo alcanzable, sino esencial.


Mi opinión del apasionado involucramiento de Gore con algunos de los asuntos más importantes de nuestra era es que nos está ofreciendo el tipo de visión y sensación de urgencia que ha faltado tanto en las campañas presidenciales. Pero la tendencia en una sociedad que es escéptica, si no fóbica, sobre cualquier cosa progresista ha sido restar importancia a sus grandes ideas y sensato consejo, como lo hizo alguna vez George W. Bush al burlarse de él, llamándolo “hombre del ozono”.


Los escépticos le dirán a uno que una vez más Al Gore está soñando, que los costos de su visionario desafío energético son demasiado altos, los obstáculos tecnológicos demasiado insuperables, el periodo de tiempo demasiado breve y el golpe político demasiado fuerte.


Pero ese es el meollo de los visionarios. No imaginan lo que es fácil. Imaginan los beneficios que se cosecharán una vez que todos los obstáculos sean superados. Gore hablará del viento que sopla a través del corredor que va de México a Canadá, a través de los estados de la Llanura, y las tremendas cantidades de electricidad que resultarían de capturar la energía que genera ese viento; suficiente para iluminar las ciudades y poblados de costa a costa.


“Necesitamos hacer una gran inversión masiva de una sola vez para transformar nuestra infraestructura de energía de una que dependa del combustible sucio y costoso a un combustible que es gratuito”, dijo Gore. “El sol, el viento y la energía geotérmica no van a agotarse, y no tenemos que importarlas del Golfo Pérsico, y no están aumentando su precio.


“Y como el único factor que controla el precio es la eficiencia y la innovación que conforman el equipo que la transforma en electricidad, una vez que se empiecen a alcanzar los niveles que estamos anticipando, se reducirá el costo de esos sistemas.”


La respuesta correcta a la propuesta de Gore sería un apuro por determinar formas de hacer que se concrete. No se emocione.


¿Cuándo exactamente Estados Unidos se convirtió en una sociedad de no se puede? No fue al principio cuando 13 colonias entraron en guerra contra el imperio más poderoso del mundo. No fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando Japón y la Alemania nazi tuvieron que ser combatidas de manera simultánea. No fue en el periodo de posguerra que nos dio el Plan Marshall y el sistema de autopistas interestatales y el programa espacial y el movimiento de derechos civiles y el movimiento feminista y la sociedad más grandiosa que el mundo haya conocido jamás.


Entonces, ¿cuándo fue?


Ahora no podemos siquiera hacer que Nueva Orleans se ponga de nuevo en pie.


En su discurso, ofrecido en Washington, Gore dijo: “Estamos pidiendo dinero prestado a China para comprar petróleo al Golfo Pérsico para quemarlo en formas que destruyen al planeta.”


Describió al combustible basado en el carbono como el hilo conductor de la crisis climática global, los males económicos de Estados Unidos y sus más graves amenazas a la seguridad nacional. Luego preguntó: “¿Qué pasaría si pudiéramos usar combustibles que no sean costosos, no causen contaminación y estén abundantemente disponibles aquí mismo en el país?”


Los estadounidenses están extremadamente ansiosos en este momento, y pienso que parte de ello tiene que ver con una sensación profundamente inquietante de que la nación quizá no esté a la altura de los tremendos desafíos que está enfrentando. Un sondeo reciente realizado por la Fundación Rockefeller y la revista Time que se enfocó en asuntos económicos encontró un profundo pesimismo entre los encuestados.


Según Margot Brandenburg, funcionaria de la fundación, casi la mitad de los entrevistados entre 18 y 29 años de edad “sienten que los mejores días de Estados Unidos son cosa del pasado”.


El momento está maduro para exactamente el tipo de desafío planteado por Gore. No importa si su propuesta es menos que perfecta, o no pueda realizarse en un plazo de 10 años, o siquiera si se descubre que es profundamente defectuosa. La meta es lo importante.


El fetiche de perforar en busca de incluso más petróleo es la metáfora perfecta en estos días. Lo primero que uno hace cuando se encuentra en un hoyo es dejar de cavar.

 

 

 

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