Dos visiones de la vestimenta masculina


Guy Trebay /Nueva York


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Aun cuando uno pase mucho tiempo alrededor de la moda y los entrañables y alocados talentos que la crean, esta interrogante surge con demasiada frecuencia: ¿Quién es esa persona?


Por esa persona, uno se refiere al consumidor imaginario, un hombre que los diseñadores han decidido debería usar ajustados pantalones a media pantorrilla y un saco estilo Pee-wee Herman que apenas roza su trasero.


¿Quién es exactamente el muchacho/hombre por el que la moda enloquece últimamente, el tipo que usa pantalones cortos de tenista o el tipo de saco que un ex alumno de Eton al que conozco afirma era llamado “congelador de trasero” cuando él estaba en la escuela?


¿Quién, en otras palabras, es el hombre Thom Browne?


Para beneficio de quienes acaban de despertar de una prolongada siesta, Thom Browne es un ex actor, ex director de diseño de Club Mónaco y galardonado diseñador que —angustiado por el desaguisado que era la ropa de caballeros tras las prendas casuales de negocios— aportó un pronunciado gusto por una versión horrenda del estilo “Mad Men” de los años 60, y también un par de tijeras, al traje tradicional.


Tras decidir que el uniforme varonil estadounidense de jeans y playera había decaído en una forma de aburrida vestimenta entre ese círculo, Browne se dispuso a revivir el traje, una prenda que alguna vez definió al sistema.


Recortando libremente, llegó a una silueta que era enjuta y encogida, con pantalones que llegaban muy arriba del tobillo, faldones del saco como peplos y mangas lo bastante ajustadas para cortar el flujo sanguíneo.


En el universo de Thom Browne, los pantalones y sacos, solapas y corbatas, e incluso los pasacorbatas, son delgados. Thom Browne piensa que los pasacorbatas son geniales, y aparentemente también lo pensó el jurado del Consejo de Diseñadores de Moda de Estados Unidos, que hace dos años lo nombraron el diseñador de ropa para caballero del año.


Sin embargo, no sólo los tipos del consejo se dejaron envolver por el culto a Thom Browne. Él tiende a inspirar entusiasmo entre los compradores de tiendas departamentales y los editores, particularmente Anna Wintour, a quien se atribuye haber intercedido para un empleo para Browne en Brooks Brothers cuando el venerable fabricante de ropa estaba buscando a alguien que infundiera de brío a su imagen poco elegante.


“Lo que Thom Browne ha hecho es que nuestra vista se adaptara a una silueta más corta y más pequeña”, dijo Tommy Fazio, director de moda para caballero de Bergdorf Goodman, donde los miembros de la secta de Thom Brownet acuden en busca de su éxito de temporada, al menos quienes no temen pagar 4 mil dólares por un traje. “Otros diseñadores le siguieron”, dijo Fazio, una observación correcta en lo que cabe. (Viktor & Rolf; Christopher Bailey; Ennio Capasa en Costume National; y Miuccia Prada saltan a la mente como diseñadores que han mostrado prendas para caballero de talla infantil durante años.)


Es ciertamente real que muchos diseñadores estadounidenses cayeron bajo la influencia de Browne y sus singulares ideas sobre la presentación masculina. O la mayoría lo hicieron, de cualquier manera. La única excepción es otro Tom talentoso apellidado Ford.


Si Thom Browne ha llegado a representar el desarrollo de la sastrería, Tom Ford es un retroceso a una masculinidad diferente. En una de esas divertidas confluencias que minoristas como Bergdorf Goodman al parecer están dispuestos a exhibir, los dos diseñadores y sus ideas variantes de cómo deberían vestir los hombres se encuentran ahora uno al lado del otro.


Ahí, en el segundo y tercer pisos de la sucursal para caballeros de Bergdorf en Fifth Avenue, se ubican percheros de trajes de Browne, a rayas delgadas, piernas ajustadas y sisas tirantes. Y ahí, desde el 29 de mayo, en una boutique adyacente en el segundo piso, está un nuevo departamento de Tom Ford, impregnado del estilo característico de derroche de testosterona con paneles de madera del diseñador.


Uno pudiera pensar de la doble exhibición que se trata de un enfrentamiento directo entre Tom y Thom, o un intento por capturar en ropa la esencia de la masculinidad estadounidense. O simplemente pensar que es un accidente geográfico. En cualquier caso, la doble exhibición ofrece la oportunidad de ver cómo luce la masculinidad desde los puntos de vista muy diferentes de dos de los diseñadores más talentosos aún en funciones.


Browne, el hombre que Brooks Brothers contrató para desarrollar un “estilo para una nueva generación”, ofrece prendas que lucen mucho como las usadas por mi padre hace cuatro décadas, cuando los hombres aparentaban tener 50 años a los 20, en vez de 20 a los 15. Ford, que en su apogeo en Gucci obtuvo más reconocimiento por pantalones que abrazaban la entrepierna y el escote masculino que ninguno desde Tom Jones, ofrece su brillo anglicanizado al estilo de Hollywood.


A diferencia de diseñadores más enfocados en el día laboral, ambos hombres parecen partir de la vetusta pero aún sólida premisa, tan amada por los tipos en el terreno de las teorías, de que la masculinidad es una pose, una forma de lucir. Que sus prendas en alguna forma reflejan una idea de adolescentes de que lo que significa lucir mayor también tiene sentido.

 

Probablemente no es un accidente que conforme la tecnología hace a la edad parecer más mutante, la gente se ha abandonado felizmente a una especie de adolescencia prolongada. Los biólogos llaman a esto neotenia de estado Peter Pan. La moda le llama la nueva apariencia para el otoño. ¿Y por qué no? Con los científicos conspirando para hacer parecer como si crecer y envejecer fueran cualquier cosa salvo inevitables, tiene sentido que los diseñadores retomaran el desafío de arropar nuestras fantasías culturales en nuevas formas.


Había una vez personas a las que se alentaba a vestir en una manera que fuera apropiada a su edad. Esa idea ahora parece increíblemente curiosa.


“Estoy adoptando un tipo más juvenil de sensibilidad y extendiéndolo a una sensibilidad no tan juvenil”, dijo Browne recientemente. “Quise tomar el traje tradicional y darle a los hombres una nueva forma, de manera que no estuvieran usando los trajes de sus padres, y con suerte volviéndolo genial para ellos.”


Por su parte, Ford, cuyos trajes confeccionados empiezan en 2 mil 900 dólares, dijo en una entrevista en su tienda insignia en Madison Avenue que una persona “puede excederse para crear novedades y traspasar los límites y sin embargo termina olvidando que la gente quiere algo que pueda usar”.


En los años 80, cuando el genio subvaluado Paul Reubens empezó a explotar la ansiedad cultural sobre la masculinidad, lo más que provocó fueron risas. Pero indudablemente hubo algo profético cuando nos encontramos desfilando de manera aturdida hacia la casa de juguete vestidos como nuestro yo infantil con corbatas de moño y calcetines a la rodilla, o como nuestros padres haciendo personificaciones de ellos mismos.


“No me dejo obsesionar por la idea de la masculinidad”, dijo Browne. “Una idea que tiene confianza siempre luce masculina.” Ser masculino, según la visión de diseño de Ford, es fusionar el corte elegante de un traje Savile Row con el pavoneo de una estrella de la pornografía de los años 70. “Soy homosexual, soy masculino y no me avergüenza en este momento decir que me siento confiado en prendas masculinas tradicionales”, dijo.

 

Para cuando un hombre ha llegado a los 40 años, como Ford y Browne, probablemente es útil aceptar que uno está menos cerca de la casa de juguete que de la tumba. “Crece”, dijo Ford. O no lo hagas.

 

 


 
 
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