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Paul Krugman


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En cierta forma, fue casi pertinente que los últimos días de la lucha por la nominación demócrata estuvieran marcados por otro escándalo falso más sobre Clinton, el más reciente en una larga serie que se remonta a Whitewater.


Éste, en caso de que se lo haya perdido, se trató de una entrevista que Hillary Clinton concedió al consejo editorial de Argus Leader de Dakota del Sur, en la que trató de argumentar porqué continuaba en campaña señalando que las luchas por la nominación con frecuencia se prolongan hasta el verano. Como uno de sus ejemplos, mencionó que a Bobby Kennedy lo asesinaron en junio.


No fue el mejor que pudo haber usado, pero es absurdo sugerir, como lo hicieron de inmediato partidarios de Obama, que Clinton estaba haciendo alguna especie de indicación oscura sobre el futuro de Barack Obama.


Por otro lado, fue igualmente absurdo describir el comentario de Clinton respecto a que se requirió de la habilidad política de Lyndon Johnson para convertir la visión de Martin Luther King en una legislación, como un ejemplo de politización de la raza. No obstante, decir que Clinton estaba jugando la carta de la raza, lo que promovieron algunos partidarios de Obama, así como un miembro de su personal en un memorando, logró tener amplia validez.


¿Qué importancia tiene todo esto? No es por la nominación: Obama será el candidato demócrata. Sin embargo, tiene un problema: muchas de las bases que apoyaron a Clinton sienten que ella recibió un trato injusto e, incluso, grotesco. Y la amargura persistente de la campaña por las primarias podría costarle a Obama la Casa Blanca.


Dado que las elecciones generales se tratan de temas, Obama no debería tener ningún problema en ganarse a los ex partidarios de Clinton, en especial el electorado blanco de clase trabajadora, al que perdió en las primarias. Su plan de atención de la salud tiene deficiencias graves, pero aún así, contendrá con una plataforma más cercana a los trabajadores que la de su oponente.


En efecto, John McCain se ha despojado de cualquier tendencia independentista que haya podido tener alguna vez, y se ha convertido casi en un conservador de caricatura: un defensor de impuestos más reducidos para los ricos y las corporaciones, un privatizador y un destructor de la red de seguridad.


Sin embargo, las elecciones siempre involucran las emociones al igual que los temas, y hay algunos signos ominosos en los datos de las encuestas de opinión.


En particular en Florida, las estimaciones en circulación, hechas por los profesionales de Pollster.com muestran a McCain sustancialmente arriba de Obama, aun cuando quedó significativamente abajo de Clinton. Ohio también se ve problemático y en Pensilvania parece estar más cerca de lo que debiera. Es cierto que las encuestas de uno contra uno realizadas cinco meses antes de las elecciones generales tienen un historial negativo. Sin embargo, ciertamente que dan razones para preocuparse.


El punto es que Obama podría necesitar esos partidarios de Clinton descontentos para que no vaya a perder en el que debería ser un año demócrata sobresaliente.


Entonces, ¿qué deberían hacer Obama y sus partidarios?


En forma totalmente inmediata, deberían darse cuenta que seguir satanizando a Clinton no le sirve a nadie más que a McCain. Otro escándalo fabricado no va a persuadir los millones de votantes que se mantuvieron junto a Clinton a pesar de los ataques incesantes en su contra, en cuanto a que realmente ha sido nociva todo el tiempo. Sin embargo, ello podría hacer que unos cuantos más se queden en sus casas en noviembre.


Los partidarios de Obama tampoco deberían descartar la fuerza de Clinton como si fuera puramente el fenómeno de los Apalaches, con la implicación de que quienes votaron por ella son sólo un montón de ingenuos.


¿Qué sigue entonces?


Clinton necesita hacer su parte: necesita retirarse con garbo, si, como es casi seguro, Obama recibe la señal afirmativa, y necesita hacer campaña intensamente por el nominado una vez que termine la convención. Ella ha dicho que hará eso, y no hay razón alguna para creer que no lo haya dicho en serio.


Sin embargo, todo depende principalmente de Obama para que genere la unidad que siempre ha prometido, empezando con su propio partido.


¿Qué hay de ofrecerle la vicepresidencia a Clinton? Si yo fuera Obama, haría eso. Agregar a Clinton a la fórmula —o al menos hacer el ofrecimiento— podría ayudar a sanar las heridas de una horrenda lucha en las primarias.


Éste es el punto: la pesadilla que Obama y sus partidarios deberían temer es que en un año electoral en el que todo está a favor de los demócratas, él no obstante se las arreglara para perder. Necesita hacer todo lo que pueda para asegurarse de que no pase eso.

 


 
 
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