No es tan fácil ser menos rico


Christine Haughney / Nueva York


Notas Relevantes

Vuelve a escribir un laureado con el Nobel tras un juicio difícil

Notas Anteriores

Nancy Chemtob, una abogada divorciada de Manhattan, se ha dado cuenta de que sus días están llenos de citas con sus clientes, todos preocupados por cómo una desaceleración económica va a afectar sus matrimonios.


Pareciera que no tienen nada por lo cual inquietarse: su riqueza neta oscila de los cinco millones de dólares a los mil millones de dólares. Las fluctuaciones de los mercados no harán que haya una ejecución hipotecaria sobre sus cooperativas del tamaño de un palacete en Park Avenue, ni los van a exiliar a las zapaterías de descuento.


Sin embargo, los clientes de Chemtob están preocupados de todas formas, comentó, porque se han reducido sus ingresos, por decir algo, de ocho millones de dólares a dos millones de dólares, y saben que es probable que los cheques de bonos serán mucho menos impresionantes en 2008.


Uno de sus clientes confesó hace poco que su riqueza neta se redujo de más de 10 millones de dólares a ocho millones de dólares, y cree que su esposa lo va a abandonar. Ha ocultado su desventura endeudándose para pagar su ropa y vacaciones extravagantes.


“Literalmente, tuve que sentarme con él y decirle que tenía que decirle a su esposa que dejara de gastar”, dijo ella. “En realidad, tenía temor de que su esposa lo abandone porque su situación financiera cambió tan drásticamente”.


Por lo general, los acaudalados no hablan en público de sus finanzas, en los tiempos buenos o en los malos. Para empezar, es de mal gusto, y sus empleadores podrían despedirlos por hablar, aunque sólo sea un poco. Sin embargo, la gente que proporciona servicios a los acaudalados —abogados, asesores de arte, entrenadores personales y peluqueros— dice que se entera de las ansiedades financieras de sus clientes.


Entrevistas con las personas que en realidad ven los estados de cuenta, como abogados especializados en divorcios o prestadores, dicen que definitivamente, sus clientes están viviendo con menos de lo que tenían hace un año, sin importar qué tan cara pueda ser la definición de “menos”. Peluqueros y compañías de renta de jets dicen que los acaudalados están reduciendo los lujos, como lucecitas de 350 dólares y aviones de 10,000 dólares la hora. Incluso, nutriólogos y entrenadores personales notan el problema. Los ricos están comiendo más y aumentando de peso debido al estrés.


Estos problemas financieros —si se les puede llamar así— difícilmente nos sacarían lágrimas al resto de nosotros. Sin embargo, en esas salas doradas, hay un nerviosismo silencioso en cuanto a mantener las apariencias.


“Aun si no están en peligro de no pagar la hipoteca, de todas formas hay un cambio psicológico”, dijo Chris Del Gatto, director ejecutivo de Circa, que ha visto un salto de 50 por ciento en su negocio en el último año, porque clientes acaudalados venden diamantes y Rolex extras. “La economía es un problema incluso para la gente que no necesita dinero”.


Sus esposas podrían dejarlos al descubrir que su riqueza neta se colapsó de nueve dígitos a ocho. Las amistades y los asociados de negocios podrían evitarlos al pasar cerca de sus mesas durante la comida en Barney's o el Four Seasons. Y estos desaires podrían llegarles a sus hijos.


“Temen que no inviten a sus hijos a las fiestas de cumpleaños adecuadas”, dijo Michele Kleir, una agente de bienes raíces de Manhattan. “Si renuncian a cosas invisibles, están bien, siempre que no tengan que dejar cosas visibles para el mundo exterior”.


Así es que los muy acaudalados de Nueva York están resolviendo sus tribulaciones en formas discretas y con frecuencia complicadas. Cambian las sesiones con los entrenadores personales de 165 dólares a un horario que saben que ya está reservado. Están de acuerdo en recorrer departamentos de miles de millones de dólares y decir que los espacios no satisfacen sus especificaciones. Solicitan una línea de crédito antes de subastas de arte, para supuestamente comprar un cuadro o una escultura, pero usan ese dinero prestado para pagar otras deudas.


“La mayoría de las personas no va con su banquero y le dice: ‘Sabe que estoy en un problema crítico. Necesito fondos’”, dijo Andy Augenblick, presidente de Emigrant Bank Fine Art Finance, que autoriza préstamos contra colecciones de arte con un valor mayor a los dos millones de dólares. Augenblick dijo que la cantidad de solicitudes de este tipo de préstamos es cinco veces mayor a la de hace un año. Comentó que, aun cuando estos prestatarios dicen que no necesitan el dinero, sus estados de cuenta más recientes muestran que su riqueza neta se ha mermado en el último año.


Otros clientes acaudalados están reduciendo lujos que creen que no notarán sus amistades y parientes, según Del Gatto, de Circa. En sus oficinas en el centro de la ciudad, dijo, las siete salas de consulta han estado llenas de clientes que venden gemas preciosas. Algunas parejas mayores, comentó, están vendiendo alhajas patrimoniales para ayudar a sostener sus hijos que han perdido empleos en Wall Street. Los banqueros están reduciendo sus colecciones de relojes Patek Philippe. Esposas de suburbios elegantes están vendiendo anillos con un solo diamante de entre dos quilates y 35 quilates. Un cliente, explicó hace poco a Del Gatto que vendía diamantes por dos millones de dólares que usaba en pocas ocasiones porque sus amistades no notarían que ya no los tenía.


“Me dijo: ‘Si vendo el Bentley o mis obras de arte importantes, se darían cuenta’”, comentó. “Oímos eso, con ejemplos diferentes, todos los días”.


La caída de las riquezas también ha expuesto problemas personales, como matrimonios mal avenidos. El dinero —que compró alhajas o vacaciones extravagantes— ayudó a suavizar muchas de estas dificultades, dijo Kenneth Mueller, un psicoterapeuta en Manhattan que atiende a muchos banqueros de Wall Street y constructores inmobiliarios. Ahora, dijo, sus clientes “catastrofizan” bonos más reducidos o portafolios de acciones que disminuyen. “Se les tiene que recordar que hay algo que siempre ha estado ahí”, dijo. “Todo el dinero ayudó a enmascarar la ansiedad”.


Los acaudalados no le pueden ocultar nada a sus nutriólogos ni a sus entrenadores personales porque ellos ven el aumento de peso. Heather Bauer, una nutrióloga que trabaja con muchos ejecutivos de Wall Street que pagan entre 600 dólares y 800 dólares por sus servicios, dice que sus clientes han estado comiendo y bebiendo más en los últimos seis meses. Ella ve los resultados de haber caído en la tentación cada vez que se suben a la báscula, y en sus diarios donde registran lo que comen.


Un ejecutivo de Wall Street, dijo Bauer, come nueces todo el día en su oficina para manejar la tensión causada porque puede perder el puesto, mientras que otro confiesa que ingiere cuatro tazones de cereal a las 10 de la noche. Incluso, sus vidas sexuales se están afectando, dijo Bauer, debido a la tensión o porque el aumento de peso los hace sentir poco atractivos.


Sus clientes responsabilizan la economía de sus cinturas fuera de control.


“La inquietud número uno que tienen es el estado del mercado financiero”, comentó. “Definitivamente, existe una correlación entre la bolsa de valores y el aumento de peso”.


Clay Burwell, un entrenador personal de muchos ejecutivos de Wall Street, dijo que sus clientes también están sintiendo los efectos. Un año de comer más, beber más y trabajar más horas ha empezado a afectar su salud.
“Llegan al gimnasio con una nube negra sobre la cabeza”, dijo. “Tienen un aspecto terrible”.

 

 


 
 
Todos los Columnistas