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El último juego de vencidas entre Lalo y Moreno Valle




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Rivera entra a la recta final de su gobierno con una evaluación aceptable de 65 por ciento, que en gran medida se debe a su pacto con el diablo Moreno Valle: antes de firmar la paz política con el gobernador, su administración se iba a pique con un 55 por ciento reprobatorio en su evaluación ciudadana

El reloj político alcanzó al alcalde Eduardo Rivera Pérez: su poder y capacidad de resistencia a Rafael Moreno Valle se agotan, al mismo tiempo que su periodo como alcalde. La figura creciente del presidente electo Antonio Gali ya lo eclipsa, pese al esfuerzo personal de ambos por evitarlo y continuar la fachada de la transición en orden. El alcalde en funciones, sin embargo, intenta jugar su última vencida con el gobernador: intercambiar la coordinación de la bancada del PAN en la próxima Legislatura a cambio de que uno de sus incondicionales se quede con la dirigencia municipal del albiazul. La orden de sus patronos yunquistas es impedir que el morenovallismo termine de apropiarse del partido, pero se ve difícil. En la cima de su poder, el gobernador ha considerado que es la hora de la pirinola: tomar todo.

 

 

Rivera Pérez todavía es alcalde en funciones, aunque en los hechos ya no manda en el Charlie Hall: la mayoría de sus funcionarios, esos que lo acompañaron a lo largo del trienio, maniobran para permanecer en su chamba y ya le envían directamente información al alcalde electo aprovechando los contactos que se generan en las reuniones de transición. Al fin y al cabo, el hueso es el hueso, y la lealtad dura hasta que llega el desempleo. No en balde la noche del 15 de septiembre todos los secretarios debían acuerpar a Rivera en el Grito, pues era imperativo generar una imagen de unidad en el grupo lalista.

 

 

La buena sintonía entre Gali y Rivera, como se pudo observar en la entrevista nocturna del martes pasado en TV3, es lo único que ha impedido que se agote el poco poder que le queda a Rivera Pérez. Ambos tienen buena razón para ello: el edil electo aprecia el trabajo que el edil en funciones hizo en campaña, pero aunque fue bien pagado con ocho regidurías y tres diputaciones locales, mantenerlo vigente impide que las presiones del grupo que comanda Rivera se desborden. El interregno de la transición es desesperante, porque todavía no puede tomar decisiones, pero las presiones de los grupos que se atribuyen la paternidad de la derrota comienzan a ser asfixiantes, y sólo la figura de Lalo los detiene.

 

 

Rivera entra a la recta final de su gobierno con una evaluación aceptable de 65 por ciento, que en gran medida se debe a su pacto con el diablo Moreno Valle: antes de firmar la paz política con el gobernador, su administración se iba a pique con un 55 por ciento reprobatorio en su evaluación ciudadana. El pacto político que incluyó obras conjuntas como el concreto hidráulico en las principales avenidas, el remozamiento del corredor Fuertes-catedral, y la permanencia de 250 policías en el ayuntamiento, lo hizo remontar y sobrevivir para afrontar la recta final de su mandato.

 

 

Pero el pacto con el diablo tuvo su costo: transigir en la postulación de Antonio Gali Fayad a la alcaldía a cambio de ocho regidurías y tres diputaciones locales para su grupo. La apuesta era una victoria ajustada del morenovallismo en el control del Congreso para que, con sus tres diputados de mayoría y Fernando Manzanilla, se convirtieran en el fiel de la balanza de las decisiones en la próxima Legislatura. Pero la victoria aplastante de 23-3 malogró el maléfico plan del yunquismo. Al gobernador le sobran diputados, aun una rebelión de los tres yunquistas más Manzanilla sería poco significativa.

 

 

Rivera no se lleva un triunfo rutilante en lo gubernamental, pero sí en lo político: es el primer alcalde panista que es capaz de entregarle el gobierno de la capital a otro “panista”, o por lo menos aliancista. Ni Gabriel Hinojosa ni Luis Paredes lo lograron. El equivalente a la transición Enrique Doger-Blanca Alcalá, la única entrega de un priista a otro desde principios de los años 90. ¿Ese logro le alcanza para supervivir políticamente y a su grupo?

 

 

Todo indica que no: aunque Gali evalúa listas y perfiles, no parece que vaya a quedarse con muchos de los actuales funcionarios. Rivera Pérez cabildea para que algunos de los miembros de su grupo transiten al gobierno estatal, pero a excepción de Carolina Bouregard y Bernardo Arrubarrena, los demás lo tienen crudo. Así que la travesía al desierto es inevitable.

 

 

Lo que Eduardo Rivera sí logró consolidar es una presencia nacional en su partido, en parte por su apoyo a Josefina Vázquez Mota, en parte por la presidencia temporal de la Anac. Por supuesto que no le alcanza para disputar la dirigencia nacional en contra de figuras como Gustavo Madero o Ernesto Cordero, pero sí se da por descontado que será diputado federal plurinominal en 2015. Pero eso le resuelve a él su problema, pero no al grupo que quedará desamparado.

 

 

El Yunque perdió el control de la dirigencia estatal porque Rafael Micalco, que es su creación, ha sido seducido por completo al lado oscuro morenovallista con la promesa de hacerlo candidato al Senado. La bancada panista en la próxima Legislatura, a excepción de los tres diputados yunquistas y Manzanilla, está afiliada por completo también al régimen. El último asidero posible es el Comité Municipal. El último juego de vencidas del alcalde Eduardo Rivera, que en pocos meses será el ciudadano Rivera.

 

 

 

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