Y el diálogo es, sin duda, la mejor manera de hacer política.
Si no hay diálogo, todo se pudre.
La construcción de acuerdos es parte fundamental de la democracia, ya que sin ellos no es posible avanzar en lo que se busca, que es el beneficio colectivo.
Y a todo esto antecede el diálogo que, en una definición estricta, significa comunicación o conversación alternativa con el otro.
A lo largo de la historia el diálogo ha aparecido para intentar encontrar soluciones a los conflictos que aparecen en una sociedad, desde la Grecia antigua hasta nuestros días.
El diálogo es, pues, la solución racional a los problemas ciudadanos y, por ende, lo que da sustento a la política.
Sin diálogo, estaríamos condenados a problemas irresolubles, a conflictos eternos, a enfrentamientos constantes entre las distintas posiciones que se encuentran en una sociedad.
Ignorar el diálogo y sustituirlo por el autoritarismo sólo conduce a la destrucción de la política, a la construcción de barreras y a la imposición de visiones.
Ese no es el camino de la democracia.
La democracia nos permite, a través del diálogo, construir posiciones conjuntas, encontrar caminos comunes, definir el futuro.
Pero, para ello, se necesita voluntad y disposición para escuchar al otro, para aceptar argumentos, para modificar los propios, para ceder y, así, avanzar.
No debemos ver, nunca más, a servidores públicos, a políticos, a legisladores, ignorar la posibilidad de dialogar, buscar imponer sólo su razón, desechar argumentos.
La política nos brinda la oportunidad de argumentar, de hacer democracia, de construir mayorías, de atender a las minorías, en fin, de poder hacer con todos un mejor país, un mejor estado.
Sólo tendremos una mejor sociedad y un mejor gobierno si somos capaces de escuchar todas las voces.
Siempre, los políticos debemos tener nuestras puertas abiertas, porque sólo así sabremos lo que ocurre, escucharemos a todos y encontraremos soluciones.
México y Puebla valen la pena.