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Domingo, 24 Septiembre 2017 16:58

Agonía y esperanza en medio del cataclismo

Agonía y esperanza en medio del cataclismo Escrito Por :   Arturo Rueda

Todos nuestros viejos problemas siguen ahí con unos nuevos que tardaremos años en superar, a los que simplemente no se ve de dónde pueda surgir dinero para resolverlos. Miles de viviendas, cientos de escuelas a reserva de conocer los números finales. El gobierno de Gali, diseñado para ser una extensión temporal de morenovallismo, enfrenta un reto al que ningún otro gobernador en la historia se ha enfrentado


Después del cataclismo somos mitad agonía y mitad esperanza, parafraseando a Jane Austen.

 

Tras el miedo, la indefensión aguarda el surgimiento de unos nuevos poblanos curtidos por el fuego y el dolor.

 

No seremos los mismos de antes, pero tampoco sabemos en lo que nos transformaremos.

 

La agonía está en los miles de damnificados en el Valle de Atlixco, Izúcar de Matamoros y La Mixteca quienes sufrieron daños totales o parciales a sus casas, y en medio de las ruinas, prefieren dormir a la intemperie para vigilar las pocas pertenencias que se salvaron.

 

El censo de daños en viviendas está lejos de terminarse, pero las cifras preliminares indican que 15 mil casas tienen daños y de ellas por lo menos dos mil 600 son pérdida total.

 

Son al menos 60 mil poblanos que en segundos perdieron el poco patrimonio que habrían construido. Alrededor de 12 mil que no saben qué será de ellos, ni en cuánto tiempo podrán recuperarse.

 

La agonía también está en los miles de padres de familia que no confían en enviar a sus hijos a las escuelas ante la evidencia de daños que no han sido dictaminados. Sienten, saben, que los planteles no son seguros y dudan.

 

Pero la tarea es titánica por la extensión territorial de los daños: casi siete mil escuelas en los 112 municipios en zona de emergencia. Millón y medio de alumnos en peligro por las estructuras dañadas, pero también por el colapso en el área de Protección Civil estatal y en los municipios.

 

El gobierno de Gali se encuentra en agonía también porque está rebasado: sus funcionarios llevan horas sin dormir, los dineros no alcanzan y los esfuerzos de coordinación son inexistentes porque la instancia central, Protección Civil, es un enorme hoyo negro. ¿Alguien ha visto al oaxaqueño encargado del área?

 

Lo mejor que ha hecho el gobernador es presentarse de inmediato en las zonas siniestradas, dar la cara, hablar con los damnificados, ofrecerles una reconstrucción pronta y ponerla en marcha como lo hizo ayer para enviar un mensaje de tranquilidad de que la situación se encuentra bajo control. El objetivo es evitar un desbordamiento social.

 

Pero la moneda tiene del otro lado el rostro de la esperanza.

 

Los poblanos, por fin, hemos volteado a ver a nuestros ninguneados hermanos de La Mixteca, el peor lugar donde podía golpear el trueno.

 

La Mixteca es de por sí la zona con más carencias, menos oportunidades, de rencillas históricas entre las comunidades, expulsoras de mano de obra a Estados Unidos. Árida, brutal en extensión territorial y peor en sequía. La zona de la dispersión poblacional y las temperaturas infernales.

 

Por décadas la hemos menospreciado, discriminado, abandonado en un olvido doloso.

 

La esperanza está en los miles de poblanos que se pusieron las pilas desde el primer día. Que con enormes dosis de generosidad y desorganización se lanzaron a los centros de acopio primero, y a las zonas de desastre después, creando un atasco de víveres y despensas que luego fueron secuestradas por ‘presidentitos’ municipales, ediles auxiliares e inspectores.

 

Pero los poblanos no fallaron ni en su solidaridad ni en su empatía con los afligidos.

 

Todos nuestros viejos problemas siguen ahí con unos nuevos que tardaremos años en superar, a los que simplemente no se ve de dónde pueda surgir dinero para resolverlos.

 

Miles de viviendas, cientos de escuelas a reserva de conocer los números finales.

 

El gobierno de Gali, diseñado para ser una extensión temporal de morenovallismo, enfrenta un reto al que ningún otro gobernador en la historia se ha enfrentado desde la Colonia: ningún cataclismo con tantos muertos, ningún cataclismo con tanto impacto territorial.

 

El cataclismo sólo ha ensanchado la vieja herida de México, y por tanto, de Puebla:

 

El gobierno está rebasado, la sociedad no confía en él, y a éste le asusta la movilización cívica que no pueden controlar.

 

Por ese temor, con prisas, el gobierno se aventó la puntada de iniciar el proceso de reconstrucción pese a que el censo de daños está lejos de terminar, sin darle chance a la sociedad movilizada de participar en una instancia de coordinación.

 

Por eso también le urge reiniciar clases pese a que la seguridad de los planteles no está garantizada: el objetivo es que los padres retomen el ciclo normal de su vida sin hacer más preguntas.

 

Y todo ello, fundamentalmente, porque la reconstrucción será un gran negocio mientras se haga a espaldas de la sociedad con el pretexto de la urgencia. Entre menos participen los ciudadanos que se activaron con la contingencia, más sencillo será volvernos a robar.

 

 

Vivimos entre la agonía y la esperanza. Todavía no sabemos cuál triunfará

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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