La izquierda, Aristegui y Lydia son una misma


Crónica



Arturo Rueda

 

 

La iglesia de la izquierda poblana trasnochada tiene dos nuevas sacerdotisas: Lydia Cacho y Carmen Aristegui. Más la ex conductora de W Radio que, santificada por López Obrador, arrebató las porras en el zócalo poblano destinadas originalmente a la autora de las Memorias de una infamia.


El poder de convocatoria Lydia Cacho ha descendido en los últimos meses. De los cuarenta mil poblanos que un día salieron a marchar para protestar contra el gobernador poblano, apenas mil quinientos llegaron el sábado pasado. Custodiada por las adelitas de López Obrador que defenderán el petróleo, las Chicas Superpoderosas —Cacho, Aristegui y Sanjuana Martínez— se regodearon en la victimización del oficio periodístico, olvidando aquello que decía Julio Scherer: “El periodismo es un oficio rudo por naturaleza”.

 


Sanjuana Martínez hizo el papel de conductora de un talk show y quiso hacer una presentación interactiva con los poblanos. Rabiosos, rugían en cuanto aventaba los nombres de Calderón —espuriooooo, peleleeeeee— o de Marín. Los izquierdistas poblanos hubieron hecho lo mismo ante conceptos como imperialismo, neoliberalismo, privatización de Pemex, fraude electoral, Ley Televisa y demás dogmas a los que se han aferrado en los últimos veinte años.


El honor de fungir como cadeneros le tocó a Francisco Vélez Pliego y Catalina Pérez Osorio, que miraban emocionados a su camarada Julio Glockner, quien en su look sempiterno del Profesor Memelovsky hizo una condena flamígera contra el gobierno marinista, olvidando que fue parte de aquel Frente Cívico que pactó con Zavala la desaparición de las críticas contra el gobierno marinista.


Las palabras de Lorenzo Córdova Vianello serenaron al auditorio, quizá por ser el menos protagónico de la mesa pero el más reflexivo. “El caso, jurídicamente, se perdió cuando los ministros de la Corte sacaron el tema de la pederastia”. Ya bajo el templete, el joven jurista confió a un grupo de reporteros la cuasi imposibilidad de que las acusaciones contra el gobernador poblano lleguen a tribunales internacionales: “No puede hacerse un cálculo del tiempo… pueden ser dos, tres años… imposible saberlo.”
El momento esperado llegó con la intervención de Carmen Aristegui, la suma sacerdotisa de La Jornada, quien se ganó el cielo mediático al ser censurada de W Radio por Televisa. El izquierdismo nacional condenó a Televisa y ungió a la periodista a pesar de ser conductora de CNN Latinoamérica, el vehículo televisivo del imperialismo mediático de los Estados Unidos.


Su intervención, sin embargo, decepcionó al respetable. Aristegui se limitó a leer el prólogo ya escrito para Memoria de una infamia, actualizándolo con el final desconcertante de los ministros.


“Tenemos una Suprema Corte de Justicia nebulosa. Lo mismo pudo echar para atrás la Ley Televisa, una legislación de privilegios, pero que en el caso Cacho decepcionó”, argumentó la conductora de CNN.


Y llegó el momento trascendental. “Lydia te amo”, gritaron desde atrás del escenario. Paco Vélez Pliego, emocionado, ahora hacía de fotógrafo.


Lydia Cacho, la víctima por antología, anunció que la conspiración contra Marín apenas iniciaba, sin explicarle a sus devotos el porqué ni ella ni sus abogados asistieron a la trascendental sesión final del 29 de noviembre de 2007 en la Suprema Corte de Justicia.


Fue, sin embargo, una prédica sin fondo. Una emoción vacía. Un martirologio excesivo. Y es que a fuerza de repetir una y otra vez sus penurias, así como la explotación comercial de ellas, el agravio a la libertad de expresión que hizo el gobernador poblano se convirtió en una causa dogmática.


En tiempos de guerra, la autocrítica equivale a traición, dijo alguna vez el presidente legítimo.


Y para sellar la unidad de pensamiento entre Aristegui, Lydia Cacho, Julio Glockner, Francisco Vélez Pliego y los lectores de La Jornada de Oriente, a los gritos contra Marín siguieron hurras para López Obrador Y todos, todos, un día fueron marxistas-estalinistas.

 


 
 
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