Berlineses toman curso intensivo en cultura de la celebridad


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Aparte de Romy Schneider tendida desnuda en la Riviera y una anciana Marlene Dietrich ocultando su rostro de un fotógrafo entrometido en un avión, el alemán más prominente en una exhibición de paparazzi enormemente divertida en la Fundación Helmut Newton aquí, que estará abierta hasta mediados de noviembre, es Albert Einstein.


Ahora está rodeado por los Sean Penn y las Brigitte Bardot del mundo, luciendo tan fuera de lugar como debe haberse sentido cuando llegó a Nueva Jersey en 1933. En una imagen de tres años antes, en la cual está charlando con corbata blanca con un adusto grupo de diplomáticos británicos, usa la famosa expresión animada de ojos muy abiertos que sugiere que se asombra de encontrarse en esta circunstancia también.


Realmente, sin embargo, es la máxima celebridad alemana. Desde hace tiempo, Alemania se divierte con su relación con el estrellato local y con la mera idea de la celebridad, lo cual hace de esta exhibición un ejercicio particularmente fascinante y revelador.


Con unas 350 fotos es un evento dinámico, no demasiado lógico, pero no importa. En su mayor parte recuerda los días de gloria de la Cite d'Azur, la Via Veneto y Studio 54, con las magníficas fotografías de Edward Quinn de Cannes en los años 50 y suficientes celebridades para mantener engrasados los torniquetes. Algunos clásicos de Weegee realmente no califican como instantáneas de paparazzi, ni tampoco, estrictamente hablando, las docenas de fotos de Jean Pigozzi, el hombre de negocios, coleccionista de arte y fotógrafo aficionado italiano al que le gusta sostener una cámara al final del brazo y tomar fotografías de sí mismo al lado de amigos famosos. Son extrañamente hipnóticas: las diapositivas de vacaciones de tu vecino en las cuales siguen apareciendo Pamela Anderson, Mick Jagger y Mel Brooks.
Qué importa.

 

La exhibición se anuncia como el primer estudio de los paparazzi en este país, y eso tiene sentido. La ambivalencia de Alemania hacia la celebridad local puede explicarse por lo que Ulf Poschardt, el editor fundador de la versión alemana de la revista Vanity Fair y ahora editor en el periódico Welt am Sonntag, el otro día llamó “igualitarismo agresivo”.


“La afirmación total de uno mismo es considerada kitsch aquí”, dijo. “Uno no puede hacerlo”.


Patrick von Ribbentrop lo expresó de manera un poco diferente. “No hay un escenario correcto”, dijo. Empresario de la ropa de 35 años de edad con un nombre famoso que soportar (es nieto del ministro de relaciones exteriores nazi), atribuye el estado de la cultura de la celebridad alemana, tal como existe, a “un problema de mercadotecnia”.


“Tomemos a Paris Hilton”, dijo, con obvia admiración. “Si se es un individuo rico, también se tiene que estar dispuesto a estar ante la vista del público. Luego se tiene todo un sistema de promoción. He sugerido a tipos en Berlín que hacen películas y que escriben para televisión que produzcan una serie sobre el Muro de Berlín, como ‘24’ o ‘Prison Break’, pero todos dicen que falta financiamiento, falta la mercadotecnia. Se necesita todo eso para crear la cultura de la celebridad”.


Por otra parte, admitió: “En general estoy de acuerdo en que en Alemania hay reserva, lo cual viene de la Segunda Guerra Mundial, de ser alemán, o la había: eso ha cambiado un poco desde que se celebró la Copa Mundial aquí en 2006. Ahora los alemanes ya no temen que la gente los llame nazis si cuelgan banderas alemanas en sus autos”.


La palabra clave, explicó Dagmar von Taube, un reportero de sociedad para Welt am Sonntag, es Bescheidenheit, modestia. Al lado de Alemania, el presidente francés vive en un palacio con su nueva esposa, una modelo de modas convertida en cantante pop.


Pero aquí, la canciller Angela Merkel ocupa una pequeña casa en el centro de la ciudad.


Seguro, los alemanes leen revistas de celebridades alemanas como Bunte y Gala, y potenciales Carries con sus tacones Manolo Blahnik atestaron la alfombra roja cuando “Sex and the City” fue estrenada hace unas semanas. Pero particularmente en esta capital de la calma, los residentes locales se enorgullecen de ignorar a estrellas como Christina Ricci y Madonna cuando están caminando por la calle o comiendo en un restaurante.


“En Munich, adoran a las celebridades”, dijo Claudius Seidl, editor de Frankfurter Allgemeine Zeitung, durante un almuerzo el otro día. Citó la antigua división cultural que separa al norte prusiano y protestante del sur católico romano. Hace 50 años, dijo, antes de la globalización, los alemanes, del Este y del Oeste, adulaban más a sus propias celebridades. Pero las estrellas de hoy se ven empequeñecidas por los gemelos de Brad Pitt y Angelina Jolie.


“Dicho eso”, continuó Seidl, “es cierto que en general a los alemanes les avergüenza ser famosos por ser famosos. A menos que uno sea una estrella de clase mundial, se debe ser intelectual y parecer normal; de otro modo se le considera basura”.


Poschardt detalló: “Es al contrario de Estados Unidos. Se puede ser abiertamente un elitista intelectual aquí, pero materialmente se debe actuar de la misma manera que todos los demás. Tenemos una activa escena pop ahora, pero Alemania no tiene una verdadera tradición de cultura pop porque matamos o expulsamos a todos los que producían cultura pop hace años, luego nos perdimos de los siguientes 50 años.


“Desarrollamos esta versión muy pesada de la cultura pop. Hoy en día los intelectuales alemanes se fijan en la cultura pop estadounidense precisamente porque en Estados Unidos hay una mezcla natural y chispeante de entretenimiento con visiones de las sociedades más complejas y de estratos múltiples, y esta mezcla hace posible que una celebridad como George Clooney se vuelva una especie de personaje político.”


“La cuestión”, dijo Poschardt, “es si algo falta aquí”. Al preguntarle el nombre de una celebridad alemana, hizo una pausa. “Angela Merkel”, dijo finalmente.


En la Fundación Helmut Newton, la exhibición termina con fotos actuadas de Newton de modelos que fingen ser estrellas rodeadas por paparazzi. Según resultó, Newton, un berlinés nativo, huyó para escapar de la persecución nazi y recibió inspiración para hacer carrera como fotógrafo de, entre otras personas, Erich Salomon, quien tomó la fotografía de Einstein y posteriormente murió en Auschwitz. Newton aprovechó los placeres cómicos de la celebridad, menos la culpa.


Pero luego, pasó la mayor parte de su vida en lugares como Los Ángeles y Mónaco, no Alemania.

 

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