Beijing oculta algunas de sus zonas antes de los juegos olímpicos


Jake Hooker / Beijing


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Es probable que los turistas que salgan por la puerta oeste del Templo del Cielo este mes no noten la casa de Song Wei, al otro lado de la calle. Ni tampoco es factible que los espectadores a lo largo de la ruta ciclista olímpica, se detengan en el restaurante de Sun Ruonan, que queda cerca.


Song y Sun viven a lo largo del eje central de Beijing, en barrios que han sido desalojados para hacer que la ciudad se vea limpia y ordenada para los Juegos Olímpicos. Ambos se han resistido a pesar de la presión para mudarse. Pasarán los Juegos detrás de muros o cortinas levantados para mantener sus propiedades fuera de la vista del público.


Ahora, un velo de redes de plástico verdes oculta el restaurante de Sun. La casa de Song y varias habitaciones que renta a trabajadores inmigrantes quedaron rodeadas por un muro de ladrillo de tres metros de altura, parte de una campaña de embellecimiento de última hora. Las autoridades consideraron que su pequeña manzana de comercios es un adefesio.


“Todos apoyamos los Juegos”, dijo Song de 42 años, originario de Beijing, quien renta habitaciones a dos familias de inmigrantes que abrieron unas tiendas. “¿Pero por qué están construyendo un muro a nuestro alrededor?”


Apareció junto a las tiendas una notificación misteriosa el 17 de julio, impresa en papel blanco y firmada por nadie. Decía: “Para cumplir el requerimiento gubernamental de rectificar el ambiente olímpico, se necesitará construir un muro alrededor del número 93 de la calle Tianqiao Sur”. A la mañana siguiente, se presentaron varios albañiles con una escolta policial.


Ahora, un muro oculta un pequeño reducto de proyectos empresariales donde varias familias de inmigrantes venden calcetines, bolsas para libros, fideos y shish kebab cocinados en una sopa con especies. Una familia detrás del muro vende helado, paletas heladas y bebidas frías que tiene en un refrigerador con ruedas.


Zhao Fengxia, una vecina y propietaria de tres tiendas, dijo que cree que los funcionarios y urbanizadores están usando el embellecimiento olímpico como un pretexto para estrangular a sus negocios y ejercer presión para que se vayan.


Feng Pan de 18 años, quien ayuda a sus padres a atender la tienda de fideos, aceptó el punto de vista oficial en forma menos crítica. “Nosotros influimos en el aspecto de la ciudad”, dijo ella.


Muchas ciudades han buscado rehacer su imagen cuando han sido anfitrionas de eventos mundiales como los Juegos Olímpicos. Beijing está dando buena cuenta de uno de los maquillajes más caros del mundo con el encubrimiento. A lo largo del eje central de la ciudad que va de la Puerta Yongdingmen en el norte hasta la Torre del Tambor, las autoridades hacen todo lo que pueden para darle a la ciudad un rostro nuevo, o, al menos, ocultar cualquier cosa que tenga uno viejo. Beijing ha gastado 130 millones de dólares en la restauración de edificios, muchos de ellos templos, a lo largo del eje de ocho kilómetros, según la oficina de reliquias culturales de la ciudad.


El estadio olímpico se construyó en una extensión al norte del eje tradicional, un indicio de aceptación de la importancia histórica del evento. Se han establecidos controles policiales y se han plantado flores, pasto y árboles en los amplios bulevares que llevan al estadio.


Ha resultado más difícil embellecer la parte sur del eje. Atraviesa barrios densamente poblados en el sur de la Plaza de Tienanmen, que albergan a muchos de los inmigrantes y trabajadores pobres de la ciudad. Para ocultar los barrios nivelados para ser reurbanizados en los últimos años o cualquier otra cosa que el Gobierno considere antiestético, los funcionarios han levantado muros.


Song, su esposa y su hija de ocho años viven ahora detrás de uno.


Han vivido ahí desde 1994, dijo Song, rentando sus habitaciones a familias que provienen de las provincias.


Viven en sitios cerrados. La habitación de los Song apenas si es lo suficientemente grande para una cama matrimonial donde duermen la pareja y la niña.


Atrás del cuarto, hay un gran terreno baldío con hierbas y escombros que solía ser una barriada. La propiedad de Song sobrevivió cuando el ayuntamiento arrasó con el barrio históricamente pobre de Tianqiao y lo transformó en centros comerciales, calles más amplias y subdivisiones. El predicamento de Song es familiar en la mezcolanza que es esta ciudad en cambio constante. Los urbanizadores quieren que se vaya, pero él está aguantando para que le den más dinero.


El 17 de julio, varios trabajadores dejaron una pila de ladrillos rojos en la acera. La mañana siguiente, regresaron con sandalias y sombreros de paja, acompañados por la policía y funcionarios locales. Empezaron a trabajar poniendo ladrillos a las 8:30 de la mañana.


No fue fácil levantar el muro. Después de una ronda de empujones, se suscitó una pequeña manifestación. Song colgó tres banderas chinas en los troncos de los árboles, y tres blancas con el logotipo de los Juegos Olímpicos 2008. Un trabajador inmigrante se subió a una escalera de mano y colocó un cartel que decía: “¡¡Se buscan derechos humanos!!”.
Para ahuyentar a los funcionarios, Song sacó un cartel más grande con una famosa fotografía de Mao, sentado en una silla de mimbre. “Pensó que Mao podría hacer algo por nosotros”, bromeó Zhao, el vecino, quien estuvo ahí esa mañana.


Los albañiles, trabajadores inmigrantes también, trabajaron bajo una lluvia tupida. Debido a que se reunió un montón de personas solidarias que se dirigían a sus empleos, la policía colgó cinta de plástico alrededor de los álamos. Una docena de hombres en pantalones y camisas de polo se paró ahí para mantener la situación bajo control.

 

Una persona gritó: “¡Así es que no van a permitir que la gente se gane la comida!”, recordó Zhao. “Muchas familias se ganan la vida con estas tiendas, aunque sean pequeñas”.


Gu Dahua, un campesino de 47 años, originario de la provincia de Anhui, llegó a esta ciudad con su esposa hace tres años. Venden peines, espejos, calcetines y otras mercancías por un yuan o cerca de 15 centavos de dólar. El muro no ha sido bueno para el negocio. “Ahora es duro”, dijo Gu.


Se cerró otra tienda en el eje, dos manzanas al norte, por los Juegos.


Los antepasados de Sun Ruonan abrieron una panadería en el eje, al sur de la Plaza de Tienanmen, en los años de 1840. El ayuntamiento trató de derribarla el año pasado para plantar pasto y matas ornamentales junto a la ruta ciclista de los Juegos. Sun y su hermana menor, Ruoyu, una ciudadana australiana, se negaron a salirse.


“Realmente no me quiero oponer al Gobierno”, dijo Sun rompiendo en llanto. “Para los que vivimos la Revolución Cultural, esta vida es como el paraíso”.


El ayuntamiento la ha intimidado para que se vaya. Una noche, el año pasado, un buldócer golpeó el edificio. Se les paga a los vecinos para que la vigilen y notifiquen a la policía cuando tiene visitas. Sun dijo que los funcionarios presionaron a su médico para que se negara a atenderla.


Su edificio se está cayendo. El Gobierno, todo sea por las apariencias, montó un andamiaje con una red de plástico verde a su alrededor. Cuando los ciclistas pasen por su casa, será fácil que los espectadores no vean los carteles, en los que se pide ayuda, colocados en la puerta.
“Aquí estoy, pegada como un clavo”, dijo ella.

 

 

 

 

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