La economía de la venganza


Patricia Cohen / Nueva York


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En el canon albanés, un manual del siglo XV que detalla las reglas de la venganza que aún está en circulación, se espera que los familiares de un hombre “recuperen su sangre” si él es acribillado.


En Irán, una muerte puede ser compensada con dinero de sangre: 100 camellos en la época antigua del Islam; miles de dólares hoy en día. La vida de una muchacha vale sólo la mitad de que la de un varón. También un ojo; un diente, vale una vigésima parte.


En Sicilia, hay una tradición oral que describe varios métodos de venganza: atar los pies de un hombre a su cuello para que cuando se mueva se estrangule; colocar a una víctima esposada sobre una hoguera de madera de olivo; arrojarlo a un chiquero con cerdos hambrientos.


Hoy en día uno puede ver la venganza a escala masiva personificada en Radovan Karadzic, el exlíder de los serbobosnios, que está acusado de crímenes de guerra, incluido supervisar la matanza de casi 8 mil hombres y muchachos musulmanes en 1995 en Srebrenica. Al menos algunas de esas muertes fueron reivindicadas por funcionarios serbobosnios en ese entonces como venganza por los asesinatos previos de serbios.


Venganza: es tan antigua como la humanidad, tan natural como parpadear. Ha sido examinada y ponderada por antropólogos, sicólogos, sociólogos, filósofos, expertos legales, poetas, dramaturgos e incluso primatólogos, que recientemente han encontrado que los chimpancés castigan a los ladrones volcando su mesa de comida de manera que no puedan disfrutar los frutos de su delito.


Apenas recientemente, sin embargo, los economistas han dirigido su atención a la venganza y tratado de medirla en el mundo real. En un estudio publicado en junio en el sitio web de la Oficina Nacional de Investigación Económica (www.nber.org), Naci H. Mocan, economista de la Universidad Estatal de Louisiana, reunió información sobre 89 mil personas en 53 países para trazar un mapa de la venganza. Lo que encontró fue que entre las más vengativas estaban las mujeres, las personas mayores, los pobres y los residentes de áreas de alta delincuencia.


“La cuestión era si podíamos o no cuantificar los sentimientos de venganza de una manera científica”, dijo Mocan. “Es el primer análisis del tema que revisa datos reales.”


Resulta que atributos personales —edad, ingreso, género— así como las características de la cultura y el país de uno, contribuyen al deseo de una persona de vengarse, dijo Mocan.


“Un sentimiento como la venganza”, dijo, “que puede ser considerado fundamental, abre una nueva área de exploración”.


“Pienso que esta es una investigación realmente importante”, dijo Daniel Houser, profesor de la Universidad George Mason que se especializa en economía experimental y emoción. “No tengo conocimiento de ningún trabajo en economía que trate de capturar las diferencias individuales en los sentimientos vengativos.”


En las últimas dos décadas, mucho trabajo ha demostrado cuán importante es la confianza y la reciprocidad en el desarrollo de mercados eficientes, explicó Houser, y lo que ayuda a crear confianza es el castigo. Sin embargo el castigo puede también salirse de control y la gente puede caer en un ciclo de toma de represalias, al igual que un divorcio desagradable o una antigua enemistad familiar.


“¿Cómo se calibra el nivel adecuado de castigo para promover relaciones de mercado efectivas?”, preguntó Houser. Podría resultar, dijo, que “en qué medida quiera uno castigar esté conectado con la probabilidad de crear una economía de mercado más formal”.


Mocan recolectó datos reunidos por un sondeo del Instituto de Investigación de Delincuencia y Justicia Interregional de Naciones Unidas realizado en los años 90 y 2000. A la gente se le preguntó cuál sería una sentencia adecuada para un hombre de 20 años declarado culpable de robar un televisor de color si fuera su segundo delito. El castigo varió desde alternativas de prisión de entre dos y seis meses de cárcel hasta la cadena perpetua. Mocan intentó tomar en cuenta los valores diferentes de un televisor en diferentes países, la efectividad del sistema legal y la sentencia promedio por otros delitos.


En China, Rumania y Botswana, por ejemplo, casi 40 por ciento de los participantes prefirieron una sentencia de cárcel de cuatro o más años. En Sudáfrica, la tasa fue 25 por ciento; entre 18 y 20 por ciento en Egipto, Ucrania y Paraguay; 16 por ciento en Canadá e Indonesia; 12 por ciento en Estados Unidos y Filipinas; alrededor de 4 por ciento en Noruega y Eslovenia; y 1 por ciento en Bélgica y España.


Dentro de un país determinado, la gente que ha sido víctima del mismo tipo de delito, (en este caso, un robo) tiende a ser más vengativa, pero no si ha sido víctima de un delito diferente, como un asalto.


La mayoría de las conclusiones de Mocan confirman lo que investigadores en diferentes disciplinas ya han encontrado: que los sentimientos de venganza son más fuertes en países con niveles bajos de ingresos y educación, un régimen de derecho débil y quienes recientemente experimentaron una guerra o están étnica o lingüísticamente fragmentados. Los antropólogos tienden a creer que los sentimientos de venganza fueron útiles para unir a una familia o grupo en los primeros tiempos de la sociedad humana. Fueron medios protectores antes de que se establecieran los Estados y hacían la labor de castigar a los malhechores.


“Los resultados tienen buen sentido intuitivo, confirmando lo que ya sospechábamos”, dijo Tyler Cowen, autor de “Discover your inner economist: use incentives to fall in love, survive your next meeting and motivate your dentist” (Descubra su economista interior: Use incentivos para enamorarse, sobrevivir a su próxima reunión y motivar a su dentista).

 

Lo que Mocan dijo, encontró más sorprendente, fue que las mujeres resultaron ser más vengativas que los hombres. Si una mujer había sido víctima de un robo, era 10 por ciento más probable que impusiera una sentencia de cárcel; para los hombres la cifra fue de 5 por ciento.


Edward Glaeser, economista en Harvard que ha tratado de explicar el odio grupal en términos de economía política, ha escrito que “la definición de odio de un economista es la disposición a pagar un precio por infligir daño a otros”. En las economías saludables, argumenta, el costo es más alto y la demanda de odio y venganza disminuye.


Jared Diamond escribió recientemente en la revista The New Yorker sobre un asesinato vengativo en las montañas de Nueva Guinea que tomó tres años e involucró a 300 hombres, 30 muertes, lisiados permanentes y grandes pagos a todos los soldados reclutados. ¿La recompensa? La satisfacción sicológica y el conocimiento de que el vengador sería considerado un héroe y recordado si fuera asesinado. Esa satisfacción personal es algo con lo que, dijo Diamond, todo ser humano, sin importar su cultura, se puede identificar.


Este tipo de pasión vengativa, reconoció Mocan, podría ocupar una dimensión totalmente diferente que la que él trató de capturar con su investigación. Pero Mocan, que también ha realizado investigación que encontró que la pena de muerte disuade a los asesinos, dijo que sus conclusiones plantearon el interrogante de si la venganza debería ser un aspecto legítimo del sistema de justicia criminal.


En su libro de 2002 Revenge: a story of hope (Venganza: Una historia de esperanza), Laura Blumenfeld escribió sobre su búsqueda de venganza contra un terrorista palestino que rozó a su padre con una bala en Jerusalén sin dañarlo gravemente. Ella exploró los callejones oscuros de la venganza, como los ejemplos citados en el principio de este artículo.


Se muestra escéptica del enfoque económico. “¿Cómo se cuantifica la vergüenza?”, preguntó. A menudo “el castigo es irrelevante”, dijo, lo cual es la razón de que las familias a menudo quieran cobrar venganza incluso si el perpetrador está encarcelado. “No se trata de infligir dolor, se trata de honor.”

 

 

 

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