Canadá causa admiración


Henry Fountain / Nueva York


Notas Relevantes

Naciones acaparadoras hacen aumentar costos de los alimentos

Sutil cambio de imagen para Michelle Obama

Un promotor improbable dirige la campaña de Nokia en Hollywood

Notas Anteriores

Ya tarde en una reciente noche sabatina, La Ronde, un parque de diversiones que está muy cerca del centro de Montreal en una isla en el río San Lorenzo, parecía un sitio improbable para una competencia de clase mundial. Adolescentes con risitas tontas y otros signos de sobreexposición a la montaña rusa contemplaban otro recorrido en el Super Mange o Le Monstre.

 

Los niños más pequeños, desacelerados por tanto barbe a ppa (algodón de dulce) y poutine (esa combinación quebequense de papas fritas, requesón y salsa), eran inducidos a seguir adelante por sus cansados padres. Los ocasionales grandes muñecos de felpa de Pedro Picapiedra y Scooby-Doo aparecían entre la multitud, botines de puestos como Frappez la Taupe (Golpea al Topo) y Roulé-Boulé (una forma de juego de destreza en que hay que meter la pelota por hoyos con diferente puntuación).


Pero cerca en el pequeño lago de La Ronde, ante gradas llenas con unas 5 mil personas, con miles más esperando con anticipación en algún otro lugar del parque, en la ribera y en un puente de autopista cercano que había sido cerrado al tráfico para la ocasión, un maestro de ceremonias ataviado con un traje de etiqueta presentó a Fabrice Chouillier, un pirotécnico francés, y su equipo. La vigésimo cuarta International des Feux Loto-Québec, la competencia de fuegos artificiales internacional que se celebra por dos meses cada verano en Montreal y atrae a millones de espectadores, estaba a punto de comenzar.


Chouillier, cuya compañía, Prestatech-Artifices, es el primero de nueve competidores este año, caminó a través de la multitud hacia una caseta de control en la cima de las gradas, listo para iniciar la extravaganza controlada por computadora, construida en torno al tema de la exploración del espacio y sincronizada con fragmentos orquestales de “2001: A Space Odyssey” (2001: Odisea del Espacio) y otras obras. Había diseñado el espectáculo de 30 minutos en su oficina cerca de París, había enviado miles de proyectiles y otros cohetes a través del Atlántico, y había estado preparándolos los últimos cinco días en una serie de búnkeres y plataformas en una sección fuera de los límites del parque.


Al otro lado del lago, las luces de la rueda de la fortuna del parque se apagaron parpadeando. Entre la multitud, los vendedores que ofrecían cerveza y destellantes diademas guardaron silencio. Mientras las primeras notas del vals “El Danubio Azul” llenaban el aire, una serie de luces pirotécnicas estallaron en el borde distante del lago. La obra de Strauss desapareció, reemplazada por el “10...9...8” de una cuenta regresiva de la era del Apolo, cada número embellecido por un cometa, un proyectil que deja una estela brillante detrás. A la voz de cero, una línea de fuentes empezaron a escupir fuego, y empezó un sonoro retumbar. Fue como si todo el lago estuviera a punto de despegar.


Para el público, la competencia es una oportunidad de ver 10 grandiosas exhibiciones de pirotecnia musical —incluido un programa fuera de competencia que pone fin a las festividades— durante el verano. En una ciudad conocida por sus festivales, los fuegos pirotécnicos son signos de admiración que marcan muchas noches de sábado, y unas cuantas noches de miércoles también. Funcionarios de La Ronde, que fue construido para la Feria Mundial de 1967 y ahora es propiedad de Six Flags, estiman que el año pasado más de 3 millones de personas presenciaron las exhibiciones.


Un jurado de 19 integrantes, elegidos entre el público, evalúa cada actuación y al final concede trofeos de oro, plata y bronce a los tres mejores. No hay premio monetario, pero eso no importa realmente: Para Chouillier y los otros expertos en pirotecnia, el simple hecho de ser invitados a participar en la competencia, generalmente considerada como la más prestigiosa de la industria, es un honor.


“Es una especie de consagración en la vida de un artista de los fuegos pirotécnicos”, dijo Chouillier recientemente mientras su equipo, ayudado por la cuadrilla de La Ronde, cargaba proyectiles aéreos hasta de 30 centímetros de diámetro en los cañones de disparo.


O como lo expresó Stephen Vitale, presidente de Pyrotecnico, el participante estadounidense en el evento este año: “Es como la Olimpiada para nosotros”.


También es una oportunidad para que estas compañías diseñen un espectáculo sólo para ellas mismas, en vez de transmitir la visión de algún cliente. “Lo que es grandioso sobre esta competencia es que se tiene total libertad”, dijo Chouillier.


De los cientos de miles de personas que ven cada espectáculo, sólo una fracción son clientes que pagan en el parque. Muchos son como Marcel Gareau, un obrero de la construcción que con su familia había conducido desde los suburbios y se instaló en una silla de jardín en el lado de Montreal del San Lorenzo cinco horas antes de que empezaran los fuegos pirotécnicos. Los Gareau difícilmente se han perdido un espectáculo en una docena de años, viendo por encima de los árboles y escuchando la banda de sonido en el radio de su auto.


Han visto el trabajo de algunas de las mejores compañías de fuegos artificiales del mundo —de China, Australia, Italia, Portugal y otras partes—: pero Gareau tiene un claro favorito. “Los estadounidenses”, dijo, “hacen más ruido”.


A los competidores y al jurado les gusta un buen ruido tanto como a cualquiera, pero para ellos los espectáculos giran más en torno a transmitir emociones a través de proyectiles kamuro, buscapiés, torbellinos, pasteles chinos y otros efectos pirotécnicos, todos intrincadamente sincronizados con la música.


“Se debe tener mucha emoción para pensar en la banda de sonido y los colores y todo”, dijo Martyne Gagnon, que ha dirigido la competencia desde 1998 y es ella misma una experta en pirotecnia autorizada: “Surge del corazón”.


Gagnon está a cargo de elegir a los competidores, y da seguimiento a posibles candidatos dentro de la pequeña comunidad de compañías de fuegos artificiales profesionales. Casi siempre invita equipos de Canadá, Estados Unidos y Australia, un par de entre los tres grandes de Europa —Francia, Italia y España— y regularmente uno o dos europeos más. Intenta con dos de Asia, y este año consiguió dos, de Corea del Sur y China. A los competidores se les da una cantidad de dinero fija para los materiales, pero algunos pagan proyectiles y efectos extra de su propio bolsillo; lo cual podría ser la razón de que los estadounidenses sean los más ruidosos.


Los jurados reciben un día de capacitación en la ciencia y el arte de la pirotecnia. Magalie Pilon, estudiante de doctorado en fisiología que estuvo entre los elegidos para el jurado de entre 550 solicitantes este año, estaba tomando la tarea muy en serio. “Esta es una gran fiesta para mí”, dijo mientras la música de baile sonaba en las gradas unas horas antes del espectáculo. “Pero tenemos que concentrarnos porque es importante”.


“Pero si querían un jurado profesional lo habrían pedido”, añadió. “Como miembro del público, sé que estoy bien.”


Esa confianza proviene de haber visto casi todas las exhibiciones durante los últimos seis años. Pero acostumbraba observar desde el puente, donde su familia tenía un lugar especial cada semana. Como miembro del jurado, ahora tiene un lugar de primera fila en todos los espectáculos para ella y un acompañante.


“Digamos que ahora soy muy popular”, dijo. “Pudiera pedir cualquier cosa. Quizá pida que alguien lave mi auto”.


Las gradas ofrecen ciertas ventajas sobre la vista desde el puente o la ribera. Muchos de los efectos inferiores no pueden verse a la distancia. Y los espectáculos están diseñados para verse mejor de frente.


Chouillier usó abundantes efectos inferiores, empezando con las fuentes que, acompañadas por el retumbar de un motor de cohete, parecieron simular el lanzamiento de un Saturno V. Luego siguió “Also Sprach Zarathustra”, con una explosión de minas y otros efectos que perforaron el cielo, coreografiada con los famosos pasajes de timbales de la obra.


Siguió el tema de “Star Trek”, con lluvias deslumbrantes de diminutas estrellas que pareció a todos como cuando el Capitán Kirk se desintegra cuando Scotty lo teletransporta.


Hubo destellos brillantes, explosiones que hicieron vibrar las cabezas, enormes grupos de bengalas rojas y verdes, crisantemos en rojo, amarillo y blanco, y durante fragmentos de “Mars, the Bringer of War” de Gustav Holst, docenas de pequeñas bengalas verdes que parecían bailar en el agua como pequeños hombres verdes. Más cometas cruzaron el cielo en perfecta sincronía con la música. Y a los 30 minutos todo terminó en una andanada de proyectiles oro y blanco, acompañados por más música de “Star Trek”. Conforme se disipaba el humo, los sonidos finales se escucharon: la señal extraterrestre de cinco notas de “Close Encounters of the Third Kind”.


Después el veredicto entre algunos de los veteranos era que el espectáculo probablemente no merecía ganar un trofeo; que la selección de tema y música era un poco trillada, que los efectos no fueron lo bastante asombrosos, que el final todo en blanco, aunque elegante, careció de cierto dramatismo.


Pero de vuelta en una cervecería improvisada donde los miembros del equipo y otros se relajaban y discutían el espectáculo, Chouillier se veía feliz y aliviado. “Mi mayor temor era que algo saliera mal, y no fue así”, dijo.


Y a juzgar por las carcajadas y gritos en las gradas, el espectáculo complació a la multitud.


“Es lo mejor que hemos visto”, dijo Mark Jeffries, un residente de Florida que con su familia había venido a Montreal a visitar a su madre. “Hay algunos fuegos artificiales que nunca antes habíamos visto.”


Su hija de 11 años, Carlin, no tuvo problema con el final.


“En Florida los disparan todos a la vez”, dijo, “Tratan de apabullarte. Esto fue diferente. Simplemente bonito y blanco.”

 

 


 
 
Todos los Columnistas