En Israel, un kibbutz como hotel


Sarah Wildman / Nueva York


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“¿Por qué no prueban el Kibbutz Haon?”, preguntó una amiga mientras estábamos sentados en su departamento en Herzliah, revisando un mapa del norte de Israel.


Mi acompañante, Ian, y yo estábamos buscando algún lugar más auténtico donde hospedarnos, algún lugar más reflejo de Israel y menos al estilo Hilton. Ciertamente no queríamos gastar una pequeña fortuna. No ayudaba que fuera abril, la semana antes de Pascua, y la mayoría de los hoteles estuvieran reservados.


Y por ello, a sugerencia de nuestra amiga, nos hospedamos en una cabaña de dos habitaciones con un pequeño pórtico, un diminuto sofá de algodón azul, un antiguo televisor y un gran baño funcional en Kibbutz Haon, a pocos pasos del Mar de Galilea. Erámos los únicos huéspedes en un glorioso remanso de calma. El kibbutz era fresco; los huéspedes que debían llegar no lo habían hecho. Vagamos como niños por la granja de avestruces y los huertos de árboles frutales. Esa noche fui a la pequeña discoteca del kibbutz y bailé con adolescentes con la música de un disc jockey local.


Estábamos tomando parte de un oxímoron: el recién encontrado éxito capitalista del movimiento hotelero de los kibbutzim. En todo el país, los kibbutzim han alentado cada vez más a los visitantes a ser huéspedes que pagan en vez de voluntarios; viajeros como nosotros que se consienten con búsquedas comparativamente hedonistas como pasar el tiempo al lado de piscinas, remedios de salud alternativos o usan un kibbutz como base para recorrer el campo. Estos visitantes no despiertan al amanecer, toman un sombrerito y una camisa de trabajo azul o se maltratan las manos lavando platos. Pero los alquiladores de habitaciones en kibbutzim hacen una contribución tan grande al éxito de los kibbutzim modernos como los voluntarios. De hecho, argumentarían algunos, aún más.


Los kibbutzim, las granjas colectivas socialistas creadas por los primeros pioneros sionistas procedentes principalmente de Europa y Rusia, son un símbolo duradero de Israel. Fieles al dogma socialista, los kibbutzniks crearon maravillas agrícolas en suelos desérticos. Trabajar en un kibbutz era parte del sueño; si se visitaba un kibbutz en los años 50, 60 o 70 se estaba ahí para trabajar: planchar, lavar, recolectar naranjas, pelar papas en la cocina o si se sabía algo de hebreo, ayudar en el gan, el jardín de niños colectivo. Los niños y sus padres dormían en casas separadas; la crianza de los niños era una de muchas tareas rotativas.


A los residentes, todo les era dado, desde el nacimiento hasta la vejez, educación y comida. Pero no poseían un auto, ni eran completamente libres de elegir qué estudiar, y recibían sólo la cantidad de dinero que distribuía el kibbutz.


Por ello aunque fue un tremendo éxito al principio, para mediados de los 80, el sistema de kibbutzim estaba en problemas.


“Hubo una crisis importante en los kibbutzim que empezó en 1985; perdimos 50 mil personas de 1985 a 2004”, dijo Aviv Leshem, representante del Movimiento Kibbutz, que representa a los kibbutzim de todo Israel. “Fue una crisis económica. La deuda de los kibbutzim era muy, muy alta, unos 70 mil millones de shekels a los bancos israelíes, y también muchas familias jóvenes y miembros jóvenes del kibbutz no querían continuar llevando esta forma de vida”.


Con el inicio de la segunda intifada en 2000, y subsecuentes periodos de violencia, las cifras de visitantes y voluntarios a Israel descendieron drásticamente. Pero con un par de años de relativa paz y pocos cambios capitalistas, los kibbutzim se han vuelto atractivos de nuevo para los israelíes cansados de la vida urbana, para los voluntarios de alrededor del mundo y para los turistas.


“Los huéspedes tienen más libertad aquí de la que tienen, digamos, en Tiberias, donde tienen que ser cuidadosos”, dijo Nurit Katziri, administrador del “sitio de alojamiento campestre” en Kibbutz Shaar Hagolan.


Fundado en 1937 en las faldas de las Alturas del Golán, Shaar Hagolan dejó de recibir voluntarios hace 20 años. Con sólo 55 habitaciones para huéspedes, es un kibbutz funcional con 700 residentes. Su industria primaria es el plástico, aunque también hay huertos de plátanos y aguacates. Los huéspedes se vuelven, por un corto tiempo, una parte no trabajadora de la vida del kibbutz.


“Es muy personal aquí”, dijo Katziri. “Pueden tomar prestadas nuestras bicicletas, nada está cerrado bajo llave; los huéspedes se sienten como en casa”.


Shaar Hagolan alienta lo recorridos por las tierras agrícolas, y todos comen juntos en el comedor. Fuera del sitio, los turistas pueden navegar por el Jordán y ver el punto de reunión de tres países: Siria, Israel y Jordania.


No todos los kibbutzim están tan enfocados en las actividades y la experiencia del kibbutz. En las Montañas Carmel, los zimmerim (habitaciones) del Kibbutz Dalia cerca de Haifa son nueve cabañas de madera; espacios elegantemente diseñados para quienes quieren algo más “elegante campestre” y menos “comunitario”. Los baños tienen tinas de hidromasaje, y las salas de estar tienen televisores de pantalla plana. En Kfar Giladi, cerca de Tel Chai en el norte de Galilea, la sensación es de un hotel moderno con una gran piscina, canchas de tenis y un club de salud.


Algunos kibbutzim han integrado proyectos para los visitantes que pueden ser de apenas unos días o extenderse varios meses. El Kibbutz Lotan, en el desierto a unos 48 kilómetros de la ciudad turística sureña de Eilat, ofrece medicina alternativa, meditación y “talleres holísticos”; así como masaje sacrocraniano, tai chi, shiatsu, watsu (masaje con agua) y yoga.


Pero su mayor enfoque es en la ecología. Haciéndose llamar “líder en la construcción alternativa/natural”, el kibbutz invita a recorridos de sus edificios de adobe, terrenos de juego de neumáticos reciclados y granja orgánica. Talleres celebrados durante todo el año ofrecen cursos de construcción con adobe. Un “periodo de aprendizaje verde” de 10 semanas, según su sitio Web, “ofrece una inmersión prácticamente basada en los proceso y desafíos involucrados con el diseño, construcción y operación de comunidades sostenibles, vinculando aspectos ecológicos, sociales, económicos y espirituales en un todo unificado”.


Pero éste, como muchos otros kibbutzim, también cae en el puro hedonismo turístico, con viajes al desierto en camello o en jeep. Marx  ——ya no digamos Ben-Gurion— no sabrían qué fue lo que les pasó por encima.

 

 


 
 
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