La mirada congelada


David Brooks


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La cabeza de Rocco Mediate volteaba para todos lados mientras caminaba por la calle del hoyo de muerte súbita en el Abierto de Estados Unidos, el 16 de junio. Alguien atraía su atención, y los ojos rápidamente iban hacia allá y saludaba con la mano o hacía algún chiste. La mirada de Tiger Woods, por otra parte, permanecía fija en el suelo, a un metro, más o menos, adelante de sus pasos. Estaba, como siempre, ensimismado, centrado y controlado.


Los aficionados saludaban a Mediate con afecto fraternal y a Woods, con reverencia. Es probable que la mayoría estuviera dándole ánimos a Rocco, pero sólo porque Woods, el victorioso inevitable, se ha elevado por encima del estatus humano y se ha convertido en la encarnación de la excelencia inmortal. Esa mirada congelada suya se extiende más allá de los espectaculares de los aeropuertos, de los comerciales de televisión y de las páginas de anuncios. Y su ubicuidad es prueba de que cada edad encuentra los héroes que necesita.


En una etapa que nos ha traído la mensajería instantánea, las tareas múltiples, las distracciones inalámbricas y el trastorno por déficit de atención, Woods se ha convertido en el prototipo de la disciplina mental. Tras observar a Woods caminar imperturbable entre una multitud bulliciosa, Steven Johnson, el escritor sobre ciencia, en un comentario típico, escribió: “Nunca antes en mi vida había visto un mayor abismo que el que hay entre la mirada en los ojos de alguien y el ambiente que lo rodea”.


Es frecuente que la cobertura que se hace de él se centre en esta pregunta: ¿cómo surgió esta criatura? Es inevitable que se mencione en los artículos su precocidad (a los tres años, tiró un 48 en los primeros nueve hoyos de un campo reglamentario de 18) y se proporcionen ejemplos de sus proezas atléticas: en una ocasión, Woods probó cuatro palos de golf con los que Nike estaba experimentando y la empresa dijo a los tipos del laboratorio que él había preferido el más pesado. Los investigadores creían tenían el mismo peso, pero los pesaron, y Woods tenía razón. El palo que había elegido era más pesado por el equivalente al peso de dos bolas de algodón.


Sin embargo, es ineludible que se escriba más y se admire más su capacidad para envolverse con el capullo de la concentración. Los escritores describen la forma en la que Earl Woods, su padre, un teniente coronel, dejaba caer su bolsa de los palos de golf cuando Tiger hacía el swing, a fin de fortalecer su mente. Describen la disciplina de hierro de su madre en la casa. “El viejo se ablandó”, dijo Kultida Woods alguna vez sobre su marido. “Llora. Perdona a la gente. Yo no. Yo no perdono a nadie”.


Tiger era el que los hacía ir al campo para practicar. A los seis meses de edad, lo pusieron en una silla para bebés y tuvo la capacidad, según dijo su padre, de ver el golf sin perder la atención.


Como adulto, es famoso por el control que tiene sobre sí mismo. Sus ruedas de prensa son una serie de frases estereotipadas, cuidadosamente moduladas. Su estilo de vida es meticulosamente ordenado. Calcula las posibilidades y evita los riesgos innecesarios, como estudiar contabilidad como alguna vez lo planeó. “Soy, por naturaleza, obsesivo del control”, dijo alguna vez a John Garrity de Sports Illustrated.


Y sobresale por ello hoy en día, a su edad. Conforme he tratado de escribir esta columna, he cambiado para revisar mi correo electrónico unas cuantas veces. He mirado por la ventana. He anotado ideas que se me ocurren para desarrollarlas en párrafos posteriores. Sin embargo, Woods parece capaz de silenciar el parloteo que la gente común tiene en la cabeza, y de formar un túnel de atención concentrada.


Los escritores se extasían con esta habilidad. “Es frecuente que la concentración de Woods parezca estar hecha de la misma sustancia que el organismo cibernético de metal líquido que aparece en Terminator 2: si se rompe, se vuelve a integrar”, escribió David Owen en Vogue para hombres.


También les da por la espiritualidad. En Slate, Robert Wright comparó a Woods con Gandhi, algo en broma, debido a su habilidad para vivir en el presente y lograr una conciencia trascendente. Es inevitable que los analistas saquen a relucir que su madre practica el budismo cuando se refieren a los experimentos de Woods con la meditación. Describen la mentalidad de encuentro deportivo que tiene con frases que se podrían usar para describir a un gurú que alcanza el nirvana. Alcanza, dicen, una claridad, una tranquilidad y un fluir perfectos. Estamos hablando de alguien que es el principal vocero de Buick, y gran parte de los comentarios que se hacen de él, son sobre el tema de sus elevadas capacidades espirituales.


Y, aquí estamos llegando a la esencia de lo que es tan asombroso respecto del fenómeno “Sea un Tigre”: se ha convertido en el ideal del Estados Unidos corporativo que adora el golf, la personificación de la fortaleza mental.


Los antiguos estaban familiarizados con el coraje físico y los sacerdotes, con el coraje moral, pero en esta era excesivamente comunicada, en la que los mortales se sienten perpetuamente confundidos, Woods es el símbolo de la determinación mental. Además, es competitivo e implacable, está insatisfecho con el éxito y es honesto sobre sus propios sentimientos. (En dos ocasiones, ha arriesgado su carrera para adaptar su estilo en natación.)


Durante la transmisión de la ronda inicial, Nike transmitió un anuncio en el que se oye la voz de Earl Woods mientras pasan imágenes de su hijo: “Yo decía: ‘Tiger, te prometo que nunca vas a conocer una persona tan dura mentalmente como tú, en toda tu vida’. Y así ha sido. Y nunca sucederá”.


Les puede gustar este modelo o no. De cualquier forma, crece la leyenda.

 

 

 


 
 
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