El peso político de los “nuevos estadunidenses”


Gerardo Albarrán de Alba / Apro

 

Para cada vez más ciudadanos estadunidenses, no es lo mismo escuchar las cuasirrománticas historias familiares sobre el abuelo o el bisabuelo que llegó de Europa a la isla Ellis, frente a Nueva York, a fines del siglo XIX o principios del XX, que ser hijo de un mexicano o un centroamericano que cruzó a pie el desierto o cruzó a nado el Río Bravo en los últimos 40 años, y que además padece las adversidades políticas y económicas de la migración indocumentada hoy día en Estados Unidos.


Muchos de estos extranjeros “ilegales” adquirieron la nacionalidad estadunidense, lo mismo que todos sus hijos nacidos en este país. Gran parte de ellos votarán hoy para elegir al presidente de esa nación, y son una de las fuerzas electorales crecientes más importantes en la última década. Según encuestas recientes, su principal motivación para registrarse como electores es una reacción contra la retórica política que ataca a la migración, un tema recurrente en la agenda post 11 de septiembre. Sus votos difícilmente irán a parar a las cuentas de aquellos candidatos percibidos o abiertamente conocidos como antiinmigrantes.


Ellos son “los nuevos estadunidenses”, mayoritariamente latinos, pero también asiáticos. Y no son pocos: 11.7 millones entre ambos grupos, que en 2006 equivalían al 8.6% del total de electores estadunidenses registrados. De estos, 7.6 millones eran inmigrantes naturalizados y 4.1 millones eran hijos de inmigrantes de estas dos comunidades. El poder de voto unido de latinos y asiáticos ya representaba el 9.3% del total registrado ese año en todo Estados Unidos; casi las tres cuartas partes correspondía a latinos.


Para el Immigration Policy Center (IPC), el área de investigación de la American Immigration Law Foundation, con sede en Washington, el voto de los inmigrantes que adquirieron la ciudadanía, pero sobre todo de sus hijos ya nacidos en ese país, suele ser subestimado por los políticos estadunidenses. Esto es algo cada vez más arriesgado, considerando que ese país vive una época en que las elecciones federales, estatales y locales en Estados Unidos se resuelven por diferencias mínimas.


No es gratuito que el demócrata Barak Obama y el republicano John McCain hayan enfocado parte de su campaña hacia la población latina. Obama recurrió a programas de radio de gran audiencia en Los Angeles y en Chicago para acercarse al electorado latino, mientras McCain utilizó a un pequeño comerciante colombiano radicado en Estados Unidos para espantar al electorado, al que trató de convencer de nexos y similitudes de Obama con Hugo Chávez o Fidel Castro.


La diferencia de estrategias también podría tener resultados distintos. Mientras McCain se percibe más cercano a posturas antimigratorias, Obama apela a la experiencia de la conjunción de fuerzas latinas y negras en su natal chicago, donde la elección del primer alcalde negro de esa ciudad, en 1983, fue producto de la colaboración entre mexicanos y afroamericanos, dos comunidades que comparten condiciones similares de segregación, pobreza y marginación.


Lo que está en juego para ambos candidatos presidenciales no es menor. La comunidad latina en Estados Unidos ha crecido 29% en lo que va de este siglo, hasta llegar a 45.5 millones de personas. Y aunque a lo mucho sólo podrán votar dos de cada diez de ellos, la influencia política de la comunidad en su conjunto podría pesar demasiado como para ignorarla.


En términos generales, el número de “nuevos estadunidenses” registrados para votar se disparó casi en 60% tan sólo entre las elecciones presidenciales de 1996 y 2004, al pasar de 7.5 millones a 11.8 millones. Del total del electorado estadunidense, el número de latinos registrados para votar creció 41.6%, mientras que el de los asiáticos se incrementó en 58.6%. Entre ambos grupos sumaban 12.7 millones hace cuatro años. Para las elecciones de hoy, hay 3 millones más de extranjeros naturalizados con derecho a votar.


El IPC estima que la participación del voto latino en estas elecciones podría alcanzar su máximo récord, particularmente en estados clave como Colorado, Florida, Nuevo México y Nevada, donde una encuesta anticipa una participación del 90%. En cualquier caso, la influencia del voto de los “nuevos estadunidenses” podría ser decisivo: su peso real excede los márgenes de victoria de George W. Bush en las elecciones de 2004 en al menos 16 estados.


Quien quiera que gane esta elección, difícilmente podrá ignorar el mensaje del voto latino, que podría vivir hoy un parteaguas en las consideraciones sobre el peso político de los migrantes. Según una encuesta del Pew Hispanic Center, el tema migratorio es un asunto “extremadamente importante” para el 75% de los latinos que votarán.

 

 

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