Crónica entre el pabilo y el patíbulo


Tercera Parte


Jesús A. Castañeda

 

 

El volante, de la tienda de este ciudadano exitoso y mercader honesto que se llama Carlos Slim Helú (hello, le dirán algunos), dice esto: “SEARS Centro Histórico… 18 mensualidades sin intereses… Compre y empiece a pagar en noviembre de 2008… 20 % de descuento en ropa y calzado para toda la familia… Vigencia del 28 de agosto al 1 de septiembre de 2008. Mínimo de compra $600 con crédito SEARS y $900 con tarjeta bancaria participante.”


Parece que no pierde el tiempo el beneficiario de “la privatización más pulcra de todos los tiempos”. Guardaré de recuerdo la publicidad.


Regresando a las ocho de la noche, estoy frente a una iglesia. Una señora de la tercera edad se confunde, como si fuera una turista despistada, y afirma que el Templo de San Francisco es la Iglesia de San Agustín. La Iglesia de San Agustín está en Polanco, ¿no? Y este templo es de San Francisco (si hasta hace prácticamente un año me tocó estar en el velorio de Don Pendón).


Sí, vamos por Madero, pero otros tomaron 16 de septiembre y 5 de mayo.


Muy ordenada la entrada al Zócalo y con alta densidad de cuerpos, eso sí.


La ventaja de esta marcha histórica de blanco, con respecto a las otras marchas históricas, es que casi no hay vallas y así uno puede maniobrar para llegar lo más rápido posible. Pero no, no urge llegar. Hay algo de cabuleo (involuntario) por aquí. Y no me refiero, ahorita, a la máxima que lanzó el señor Alejandro Martí (si no habla o no dice nada, ¿qué estarían repitiendo?). Un grupo de preparatorianas, quizá, se hacen visibles como juventudeschurchillistas. Lo que no está mal, ¿verdad? El estadista inglés estuvo en una guerra mundial y era puro peace and love. Pues sí, estas militantes traen el símbolo del peace and love y hasta una bandera. Como vamos por aceras diferentes, tardo un poco en percatarme que su bandera también pide paz… pero en inglés: alzaron la bandera multicolor y decía en letras blancas “PEACE”.


No son las únicas. Otro de blanco, que más bien sería blanqueado (por los blanquillos), traía también cierta publicidad en su impecable chamarra blanca.


Blanquísima y con la bandera del país que tiene su embajada a un costado del Ángel de la ¿Independencia?, Estados Unidos. Además de la bandera, el blanqueado porta tres letras: “USA”. Siguen apareciendo turistas.


Cuando pasamos por el Museo del Estanquillo, otra señora de la tercera edad, de clase alta, muy emocionada exclama: “¡Es el museo de Monsiváis!”.
Efectivamente, es el museo que le copatrocinó Carlos Slim Helú a Monsi.
Monsiváis, por cierto, no estuvo hoy aquí, y hace cuatro años vino y hasta se puso guapo, es decir, se vistió de blanco. Y eso que en todo está, es ubicuo… pero mediáticamente, él sí. Sin embargo, nuestro intelectual “de izquierda”, que en todo está, propuso una “cumbre alternativa” y hasta lanzó una epístola sobre la impunidad. Curioso, porque no tomó en cuenta la impunidad cultural, máxime cuando Carmen López Portillo le acaba de entregar la tercera medalla del año (la misma cantidad de medallas que obtuvieron todos los deportistas mexicanos que fueron a Pekín; entre las autoridades deportivas también hay caciques impunes). Es interesante que el intelectual “de izquierda” no haya rechazado esta medalla siendo un “defensor del Estado laico”: quien empezó a socavarlo fue López Portillo, cuando permitió que se oficiara misa (por el Papa mismo) en Los Pinos. Pero bueno, el verdadero niño asesino del Estado laico, que en paralelo a su asesinato mimaba o patrocinaba –vía Conaculta- y acogía –vía Consejo Consultivo del Pronasol- a Carlos Monsiváis, no es otro que Carlos Salinas de Gortari. No olvidemos las leyes del caciquismo (Primera ley: Todo cacique está en todo porque sólo así puede ser cacique. Segunda ley: Todo cacique es intolerante con quienes no se someten a su cacicazgo).
¿Ya empezaron a encender sus veladoras? Sí, desde hace rato. Y con estos apretujones, a ver si no hay quemados. ¿Y los globos? También, también emprendieron el vuelo. Ahorita estamos atorados muy cerca del Zócalo. En medio de la calle pasó hace rato un homeless, que de no haberlo visto hubiese pensado que se trataba de Santa. ¿Cómo? Pues sí, traía una campana manual, tampoco crean que era de esas que pesan toneladas, e iba haciendo su alharaca. Entonces, un despistado podría pensar, pero no viéndolo y ya de regreso (por aquello de los viajes a través del espaciotiempo), que se trataba del Santa de la tienda Sears, invitando a hacer las compras navideñas desde ¡ya! Pero sin ponerme de acuerdo con este homeless, con quien no sé por qué encuentro cierta empatía, le voy a jugar unas carreritas. A ver quién llega primero a la plaza. No va a ser difícil, porque aquí muchos piden permiso o les preguntan a los policías cómo marchar, entrar, moverse. El homeless va por la libre; trato de hacer lo mismo. Una distracción: atorados en la esquina de Madero y Plaza de la Constitución, ahora sí, calderonistas confesos a la vista…


Estaban rezando, pocos o muchos, pues no los conté. Estaban en un arrebato místico que poco tenía que ver con los cuauhtemistas. Estaban en rezando sin parentesco (tolerante y respetuoso) con los familiares de secuestrados que encontré en el Ángel. ¿Y por qué calderonistas? Antes de la “cumbre de Ebrard”, Calderón nos señaló el camino. Él fue, en el proceso de guanajuatización, a hincarse y rezar en cadena nacional. Tal cual. Lo hizo, porque no puede ser de otra manera, en su calidad (mediocre) de  presidente. Así que, con un poco de inferencia, ya sabemos en qué consiste la trilogía salvadora: ¡hincarse, rezar y comulgar! Comulgar después de pasar al confesionario, claro, sobre todo los delincuentes para que confiesen sus pecados, sus delitos. ¡Santo remedio! ¡Hosanna en las alturas (del poder)!
Pero… ¿y quiénes no profesan la fe católica o, más aún, ninguna fe religiosa?


Pues a convertirse, señoras y señores, ¡santo remedio! Nos queda el consuelo (cristiano) de que aunque nunca dejará de haber herejes y paganos renuentes y remanentes, los narcotraficantes sí son muy creyentes y acudirán al confesionario (como ya lo han hecho), pero no sólo eso: también pagarán el diezmo y que chinguen a su madre el petróleo y la reforma fiscal, ¿o no, donJuan, mi cardenal?


El homeless no es visible, sino audible: ya ganó la plaza. Y no hubiese sido difícil haberle ganado. La densidad de cuerpos, que era mucha, ya no era tanta una vez librada la calle y pisando propiamente la plancha. En fin. Esto de plancha, claro, también tiene que ver con el calor: muchos veladoras han sido encendidas y están en el suelo. Todo lo que se sigue pidiendo es “paz”. El escenario, que está enfrente de Catedral, luce vacío y sombrío (como la misma Catedral). Casi nadie sabe qué hacer, en realidad. Unos dicen: “hay que quedarnos”. Otros: “ya vámonos”. “El chiste es entrar.” “Mira, la gente ya se va.”


Le pregunto a más de una persona (como a cuatro) si alguien ya habló o va a hablar. Que no, todavía no; que no, pero al rato, a las ocho y media. Pues a las ocho y media iban a cantar el himno; sin embargo, desde antes lo cantaron una y otra vez. De la paz a la guerra: “Mexicanos al grito de guerra…”


Y el que no deja de dar guerra con su campanita es el homeless: ya llegó, algo verdaderamente difícil, hasta el asta bandera. La luz ahora sí se fue en todo lugar a las ocho y media de la noche, hasta las de Palacio se apagaron. Se arrancan con la enésima entonación del himno nacional: “Guerra, guerra sin tregua al que intente…”


Los curas se pusieron guapos, es decir, echaron las campanas (de Catedral) al vuelo. Y después volvió la luz (eléctrica) a Palacio. Pero ¿cuándo tendrán la “segunda cumbre de Ebrard”? Pues hasta ahorita, por lo que dijo el iluminado Kuri, que ya no habló aquí (ni nadie lo hizo), en noventa y dos días.


¿En este mismo Palacio? Es de suponer que sí.

 

 (Continuará)

 

 

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