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La minigubernatura, piedra angular de la sucesión morenovallista




Escrito por  Arturo Rueda
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La minigubernatura, incluso, permite alimentar una fantasía: la de que Moreno Valle controlará ambas sucesiones: la de 2016, pero también la de 2018. Lejos de extinguirse en el tiempo, como le ocurrió a los melquiadistas o los marinistas, los morenovallistas seguirán navegando en la misma ruta y podrán jugar en el inmenso pastel que se disputa en el 18: senadurías, diputaciones federales y locales, presidencias municipales o regidurías. ¿O alguien cree que el minigobernador va a tener sucesión? Y si, además, le sumamos las ilusiones que genera el proyecto presidencial…

Se van a quedar sentados los “especuleros” —aquellos que dedican sus horas y días a la noble tarea de especular— que esperan una iniciativa para modificar la duración de la minigubernatura y que reorganice nuevamente el calendario del poder. Es decir, ampliarla por un periodo de 4.8 años. No la habrá porque en Casa Puebla no hay ninguna intención de modificar la ruta crítica que se diseñó aún antes de que Moreno Valle tomara protesta como gobernador, tal y como él mismo lo declaró a El Sol de Puebla en una entrevista con motivo del Cuarto Informe. Lo que los “especuleros” no entienden es que lo que está en juego es la sucesión del gobernador Moreno Valle, no las ansias de Gali, Alcalá, Doger, Lastiri o Aguilar Chedraui de gobernar Puebla más allá de ese periodo mínimo de 1.8 años.

 

 

Se engaña, además, quien crea que Moreno Valle no piensa en su sucesión. Por el contrario, piensa en ella desde antes de asumir el poder: la peor de sus pesadillas es tener una sucesión fracasada, como le ocurrió a sus antecesores en el cargo. Vivió en carne propia la experiencia de una sucesión desorganizada con la de Melquiades Morales, quien no supo mover sus fichas y culminó entregándole la gubernatura a alguien que no pertenecía a su grupo. Cambió de caballo varias veces a mitad del río: se le murió Cañedo, Julián y Nacer fue un producto fracasado, se arrepintió de Moreno Valle y luego se apostó por un muy desgastado Germán Sierra. A todos los rebasó Mario Marín. Melquiades, pues, fracasó en su sucesión por descarte.

 

 

Con otra receta, a Marín le pasó lo mismo. De cabo a rabo de su sexenio, el “Góber precioso” tuvo una sucesión in pectore con Javier López Zavala, quien fue finalista al principio, a la mitad y al final. Nunca hubo otro competidor, ya que pronto marginó a Doger y bloqueó a Blanca. La derrota llegó por fuera, a manos de Moreno Valle. Mario Marín también fracasó en su sucesión, pues cedió el Trono de Hierro a alguien que no pertenecía ni a su grupo, ni a su partido.

 

 

Moreno Valle no se ve en el espejo ni de Melquiades, ni de Marín. Por eso empezó a ordenar su sucesión antes incluso de empezar su sexenio. Faltaban los nombres, pero diseñó un modelo preciso basado en la minigubernatura cuya lógica central es quitarle incentivos a la contienda interna y la contienda externa por el poder. ¿Cómo funciona eso?

 

 

Muy simple. Reducir el tiempo de gobierno del próximo gobernador reduce, de muchas formas, el interés de luchar por ella. No pueden compararse las pasiones que genera gobernar unos cuantos meses, a los seis años del periodo constitucional. Y dado que el dinero es el combustible indispensable de la democracia, tampoco habrá muchos inversionistas de la política, aquellos que financian campañas onerosas para luego cobrarse con el erario, dispuestos a despilfarrar cientos de millones de pesos.

 

 

La inversión de recursos, el desgaste personal, la afinación de las maquinarias partidistas y mediáticas no compensan igual. Seguramente muchos de los aspirantes que estarían dispuestos a pelear a muerte Casa Puebla en 2016, en la perspectiva de ser electos por apenas 18 meses frenarán sus ansias y decidirán esperar a ser electos por todo un sexenio en 2018. Esa duda, por ejemplo, retrasa las intenciones de Alcalá, Lastiri, e incluso del gobierno federal: Rafael Moreno Valle retrasó el conflicto, la madre de todas las batallas, para cuando tenga casi dos años de haber abandonado el poder.

 

 

Pero esa reducción de incentivos también tuvo un efecto al interior del grupo en el poder: desmoronó el futurismo que siempre afecta al gabinete. En el morenovallismo no hay intriga palaciega, ni formación de subgrupos en el marco de la lucha sucesoria, ni la generación de proyectos personalísimos. La autoridad de Moreno Valle es completa porque, además, quien ejerza de minigobernador a partir del 1 de febrero de 2017, se sabe un mandatario acotado por un Congreso que se eligió en 2013.

 

 

En otras palabras, no ejercerá ningún liderazgo sobre el Congreso local —no tendrá fuerza para enviar iniciativas de ley— y los alcaldes en funciones tampoco seguirán sus lineamientos. ¿Qué tipo de gobierno puede hacer en esas condiciones? ¿Cómo podría proponer un Plan Estatal de Desarrollo para menos de dos años? ¿Qué proyectos puede ejecutar para Puebla y en qué nos puede convenir? El minigobernador presenta un defecto de origen: llegará el poder con alcaldes y diputados electos.

 

 

La minigubernatura, incluso, permite alimentar una fantasía: la de que Moreno Valle controlará ambas sucesiones: la de 2016, pero también la de 2018. Lejos de extinguirse en el tiempo, como le ocurrió a los melquiadistas o los marinistas, los morenovallistas seguirán navegando en la misma ruta y podrán jugar en el inmenso pastel que se disputa en el 18: senadurías, diputaciones federales y locales, presidencias municipales o regidurías. ¿O alguien cree que el minigobernador va a tener sucesión? Y si, además, le sumamos las ilusiones que genera el proyecto presidencial…

 

 

Frente a todas estas ventajas, es iluso creer que Moreno Valle va a modificar su plan de juego. La minigubernatura es la piedra angular de la sucesión, los cimientos de un proyecto de alcance nacional que dependen de la ausencia de una lucha descarnada en 2016. Más vale que sigan haciendo sus cálculos con base en el hecho de que el próximo gobernador no tendrá sexenio

 

 

 

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