Wednesday, 01 de May de 2024


+ Marcos: héroe existencial maileriano + Confundió papel social con mediático




Escrito por  Carlos Ramírez
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El que tenga ojos, que oiga; el que tenga oídos, que vea: Don Blandito sesentón

El principal saldo político sobre el Subcomandante Marcos y el EZLN se puede resumir en un concepto: despilfarro de capital político y social.

 

 

Diez años se tardó en construir un movimiento guerrillero para que el periódico La Jornada editorializara, el 2 de enero de 1994:

 

 

“Cualquier violencia contra el estado de derecho, venga de donde viniere, tiene que ser en principio algo para condenar. Pero si quienes encabezan el alzamiento chiapaneco se proponen, entre diversos objetivos, la remoción del presidente de la República, vencer al Ejército Mexicano y avanzar triunfalmente hacia esta capital, ya no se sabe dónde empieza el mito milenarista, dónde el delirio y dónde la provocación política calculada y deliberada”.

 

 

Y si Marcos había analizado el sistema político priísta, le faltó malicia para negociar con Manuel Camacho Solís al aceptar un acuerdo asistencialista y dejar a un lado el punto esencial de su primer comunicado: la renuncia de Carlos Salinas de Gortari por el fraude de 1988. Marcos pactó un acuerdo con Camacho pero luego dijo que no suponiendo que el asesinato de Luis Donaldo Colosio era el fin del PRI.

 

 

Sin preparación militar, el EZLN fue derrotado el 10 de enero en el mercado de Ocosingo y el 12 el padre dominico Miguel Concha, orador en la marcha por la paz en el DF, desarmó simbólicamente a la guerrilla al exigir el “cese inmediato de las hostilidades”. Salinas de Gortari, con astucia, declaró primero el cese al fuego y Marcos lo tuvo que secundar. El efecto buscado por Marcos de usar una guerrilla como elemento de presión para cambios se quedó sin viabilidad: el profeta desarmado que alertaba Maquiavelo. O la advertencia de Hobbes al fundar la teoría del Estado: un pacto sin espada no sirve.

 

 

Marcos quedó atrapado en las redes políticas, sociales y mediáticas del sistema político priísta en fase de sobrevivencia: primero dijo que sí al acuerdo de Camacho pero el asesinato de Colosio lo condujo a decir que siempre no; y perdió todo; el sistema priísta se recompuso. Marcos no supo cómo entrarle a la campaña y prefirió la pureza apartidista y en nada ayudó a Cuauhtémoc Cárdenas y al PRD como la opción progresista.

 

 

Frente a las elecciones, Marcos boicoteó el proceso que pudo haber capitalizado Cárdenas y realizó la caótica Convención Nacional Democrática más anarquista que política. Sin fuerza de las armas porque aceptó no usarlas, Marcos y el EZLN carecieron de capacidad de convicción: la guerrilla había sido un mito genial. La decisión más inteligente de Salinas de Gortari fue utilizar el impulso de Camacho como negociador para desactivar la potencialidad guerrillera del EZLN.

 

 

Lo que vino después fue sólo el estilo se Marcos de flotar en el mar mediático. Luego se metió en el conflicto de Atenco en el 2006 y encabezó una marcha menguada y ya sin el efecto de su figura mediática en Reforma, desfilando casi como un caballero de triste figura, lejos de aquel Marcos que entusiasmó a la política y a la calle.

 

 

A veinte años de distancia, el país es otro pero es el mismo: Marcos ni cambió a México, ni reivindicó a los indígenas, ni trajo la democracia, ni construyó una oposición. Se alió a grupos antisistémicos, globalifóbicos y anarquistas que han fracasado. Y el país sigue a la espera de que cumpla con la Sexta Declaración de crear un movimiento político nacional para buscar “un programa de izquierda y por una nueva constitución”.

 

 

A veinte años, Marcos es el modelo mexicano del concepto que inventó Norman Mailer para caracterizar a John F. Kennedy: un héroe existencial, donde la existencia precede a la esencia.

 

 

 

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