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Domingo, 13 Agosto 2017 20:09

PRI: castigo a la militancia, premio a los saltimbanquis de la política

PRI: castigo a la militancia, premio a los saltimbanquis de la política Escrito Por :   Arturo Rueda

Peña Nieto con su larga experiencia no puede dejar de evaluar los riesgos: que Meade y Nuño nunca han sido candidatos a nada. Que carecen de experiencia electoral pues no han aparecido ni en boleta de regiduría o diputación local. Que pueden ser brillantes al arrastrar el lápiz o en la función pública, pero son una incógnita electoral. Por último, que las bases se rebelen silenciosamente como lo hicieron en 2006, o pacten soterradamente con otro candidato. Y finalmente, que como candidatos son un enigma


 

Bajo el principio de que nadie va al sastre a hacerse un traje a la medida para no usarlo, tampoco nadie organiza una Asamblea Nacional para modificar los estatutos del PRI y no utilizar esa reforma en la estrategia del proceso sucesorio.

 

Con esa lógica impecable, la clase política nacional le da a José Antonio Meade la candidatura presidencial tricolor, y en menor medida, a Aurelio Nuño. Ambos integrantes del gabinete eran los únicos que no tenían los 10 años de militancia requeridos antes de la reforma estatutaria avalada por el pleno de la XXII Asamblea Nacional. 

 

Si se hizo una reforma ad hominem, con los riesgos de ruptura que implicaba en los grupos desplazados, es porque uno de ellos será el candidato presidencial del PRI.

 

Meade o Nuño. No hay de otra.

 

Sin embargo, una sucesión de estilo ortodoxo como quiere jugar Peña Nieto, no se realiza bajo las reglas de lógicas impecables como la de hacer un traje a la medida para no usarlo.

 

En la lógica de las sucesiones presidenciales del PRI, históricamente, se engaña con un traje a la medida para que el verdadero candidato pueda moverse libremente y eludir los golpes hasta el momento de destapar al verdadero ungido.

 

Peña Nieto, con su último hálito de poder, quiere una sucesión ortodoxa para definir a su sucesor: un proceso que controle de principio a fin con señales, engaños y subterfugios hasta el momento del destape.

 

El problema de la sucesión ortodoxa de Peña Nieto es que en ella se cruzan dos lógicas opuestas: la lógica competitiva de la moderna democracia mexicana con la apuesta personal de la protección a sí mismo, a sus íntimos, así como a su legado.

 

No obstante, si la lógica fuera la democracia competitiva, la tiene fácil: Osorio Chong puntea en las encuestas entre los propios priistas. Tiene una delantera muy amplia, mientras que los presuntos beneficiarios de la reforma estatutaria, Meade o Nuño, están en los últimos lugares.

 

Pero ser favorito entre los priistas no significa nada pues de acuerdo con las últimas encuestas, solamente entre el 15 y 20 por ciento del electorado se identifica con el tricolor. No les basta para ganar. Parece que da igual quién sea el candidato, pues la marca PRI no es un buen negocio pese a la confianza que dio el triunfo en el Edomex.

 

Una consecuencia lógica de la devaluación de la marca PRI es, al mismo tiempo, la devaluación de la militancia o la base tricolor. A ellos, la propia Asamblea les ha dado una patada en el trasero y premiado a los saltimbanquis de la política: ya no tiene ningún sentido militar o no, pertenecer o renunciar, pues basta con la imposición, el dedazo y la ‘buena fama’ para llegar a las instancias más altas.

 

El premio al saltimbanquismo de la política que se aplaude por unanimidad es precisamente José Antonio Meade: habiendo trabajado previamente para la administración panista de Felipe Calderón, ahora puede ser candidato del PRI. ¿Alguien imagina un despropósito semejante?

 

La ausencia de lealtad partidaria es la fortaleza de Meade, y el compromiso de Osorio Chong su defecto, parecería, si es que así se resuelve la sucesión. El hidalguense encuentra su fracaso en haber trabajado toda su carrera política en el PRI, mientras que el titular de Hacienda funda su éxito en ser un ‘cambiapieles’, alguien que pasa del azul al rojo sin hacer gestos ni aspavientos y a quien le da igual trabajar para un gobierno panista que para un tricolor. La ausencia de convicciones e ideología son la fortaleza de estos tiempos.

 

Pero un ‘cambiapieles’ es lo que se necesita para ganar: un ciudadano no comprometido con el PRI nuevo, ni con el viejo. Alguien como Meade, sin escándalos de corrupción o ineficiencia pese a permanecer más de cinco años en el primer nivel de Gobierno federal. Las bases priistas se da por descontado que lo apoyarán, porque ellos nunca se rebelan. Entonces el secretario de Hacienda iría a robar votos de panistas y de los incautos que no lo identifican con el PRI.

 

Hasta aquí lo visible, pero Peña Nieto con su larga experiencia no puede dejar de evaluar los riesgos: que Meade y Nuño nunca han sido candidatos a nada. Que carecen de experiencia electoral, pues no han aparecido ni en boleta de regiduría o diputación local. Que pueden ser brillantes al arrastrar el lápiz o en la función pública, pero son una incógnita electoral. Por último, que las bases se rebelen silenciosamente como lo hicieron en 2006, o pacten soterradamente con otro candidato. Y finalmente, que como candidatos son un enigma.

 

 

La Asamblea tricolor es el banderazo del deporte favorito de la clase política: el juego del tapadismo. El análisis de la señales, el sube y baja diario. Para Peña Nieto, los días angustiantes en que decidirá, en el mejor de los casos, quién será su verdugo. Y eso sí puede ganarle a López Obrador. 

 

 

 

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