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Martes, 13 Abril 2021 01:22

El triunfo de Sísifo

El triunfo de Sísifo Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Hybris, desmesura. En la mitología griega, la hybris hace referencia a la osadía de los hombres de transgredir los límites impuestos por los dioses –dentro de sus márgenes se construye la noción de moralidad de los griegos antiguos; se promueven cualidades como la sensatez, la prudencia, la moderación–. La moraleja mitológica parece ser que pisa fuera, ambicionar más de lo que divinamente se nos ha asignado conlleva los peores castigos.


 

No me viene a la memoria ningún personaje que se haya salido con la suya después de desafiar a los dioses. (Noto, sí, que los hombres desafiaban a los dioses muy a menudo. ¿Síntoma de una crisis de credibilidad en el Olimpo, acaso?) Todas las grandes hazañas terminan siempre en tragedia: Ícaro terminó estrellándose de bruces contra las aguas del Egeo y Tántalo, sumergido en otras aguas, más frías; y Prometeo, el gran benefactor de la humanidad, sufrió la tortura de que un pajarraco le devorara las entrañas. La historia de Sísifo, el más ambicioso de todos, podría, no obstante, tener un final menos desdichado:

 

Cuenta Homero que Sísifo, rey de Corinto, era el más astuto de los hombres. Empecinado en ser inmortal, cuando, habiendo cumplido sus días, Hades fue a recogerle, el rey, más hábil que su visitante, lo redujo y lo encadenó, provocando que durante un tiempo nadie muriera en el mundo. Zeus, furioso, acudió al auxilio del señor de la muerte y liberándole, llevó al rebelde al Tártaro con él. Sometido, por fin, al juicio sumario de los dioses, a Sísifo se le concedió la inmortalidad que tanto deseaba pero a un precio altísimo: su castigo sería subir una pesada piedra hasta lo alto de una montaña desde donde irremediablemente escaparía de sus manos y rodaría hasta el fondo. ¡Y a subirla otra vez! ¡Así, por toda la eternidad! Dándole voz a Ulises, añade Homero:

 

“Pasando por el reino de Hades, vi a Sísifo, el cual padecía duros trabajos empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejeaba con los pies y las manos e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de una montaña pero cuando ya le faltaba poco para doblarla una fuerza poderosa derrocaba la insolente piedra, la cual caía rodando a la llanura. Volvía, entonces, a empujarla con todas sus fuerzas, corriéndole el sudor por el cuerpo y levantándose el polvo sobre su cabeza”. (La odisea, Canto XI).

 

“El infierno es repetición”, dice Stephen King. “Es ese lugar donde estás condenado a hacer la misma cosa una y otra, y otra vez”. (Déjà vu: da lo mismo si eres un rey corinto o una pareja de Boston). Muchos han querido ver la repetición, el castigo de Sísifo en la naturaleza, en el Sol, en las olas, en el viento; Lucrecio, por su parte, quiso verla en la política, en el príncipe que se afana en conquistar el poder y no lo consigue nunca.

 

Sin soltar la idea de Lucrecio, (re)leamos a Albert Camus, para quien Sísifo representa el mejor ejemplo del antihéroe absurdo. No obstante la tragedia de nunca lograr lo que se propone, a Sísifo hay que imaginarlo feliz, insiste Camus: el arriero es consciente de su realidad pero no la rechaza sino la acepta. Si la rechazara, se resignaría a ser un mero juguete de los dioses, un peón en su divina comedia; aceptándola, en cambio, hace suya su piedra, su destino. “El esfuerzo mismo para llegar a la cima basta para llenar el corazón de ese hombre”, remata el autor.

 

A Sísifo, en fin, uno puede reprocharle muchas cosas pero no su tenacidad, no su perseverancia, su fe inquebrantable y su esperanza puesta en un Corinto (es decir, en un México) mejor.

 

Si acaso, en un parpadeo del horripilante Arges lograra alcanzar la cima de la montaña, los dioses (de la mafia del poder) lo desbarrancarían con todo y piedra.

 

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