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Jueves, 15 Abril 2021 01:22

La herencia autoritaria

La herencia autoritaria Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Viajero en el tiempo atrapado en los 80, Porfirio Muñoz Ledo (Porfirio, a secas; sin el don) ha sido protagonista de la vida política de México durante medio siglo. Ávido lector de Montesquieu, últimamente, el susodicho se ha erigido en defensor de la República alzando la voz contra el autoritarismo que se incuba en Palacio Nacional --“Pour qu’on ne puisse abuser du pouvoir, le pouvoir arrete le pouvoir”, balbucea mientras empina el penúltimo Romanée-Coti. “Santé!”--.


 

Estos días, Muñoz Ledo ha vuelto a ser noticia al desgarrarse las vestiduras porque México vive, dice, “una restauración autoritaria”, porque “se ha perdido la noción democrática” y porque el presidente está “acumulando todo el poder”. Reconvertido, en sus propias palabras, “en una especie de oposición [sic] de izquierda [resic] al gobierno”, el decano de la política nacional observa este fenómeno como una problemática coyuntural cuando, quizá, debería observarse como una característica intrínseca del sistema político mexicano.

 

El autoritarismo en México, recuerda un amigo en común, Francisco Javier Muñoz, tiene sus orígenes más remotos en el México colonial, donde convergieron las estructuras de poder mexica y española, tlatoanis y virreyes, mezclándose, reflexiona el maestro, “el despotismo tributario de unos con el absolutismo monárquico de los otros”. A diferencia de lo que ocurría al norte del río Sabina, donde la conquista había sido una empresa privada y, en consecuencia, el rey inglés interfería poco en la vida de sus súbditos y estos tenían libertad de asociación, de prensa y de religión, e incluso se habían constituido en parlamentos locales elegidos popularmente, en las colonias españolas, donde la conquista había sido una empresa imperial, el rey era omnipresente, las reuniones y la imprenta estaban restringidas, y la cruz se abrazaba al rojo vivo, y los virreyes eran recibidos bajo palio.

 

La economía de las colonias españolas, por otra parte, era excractivista, lo cual implicaba una división del trabajo basada en criterios estrictamente raciales. Esto tuvo como consecuencia principal la explotación de la población indígena por parte de la minoría europea en las minas y en las haciendas, lo cual generó un modelo patrón-cliente que arraigó profundamente. (Consecuentemente, propició también el desarrollo de una economía desequilibrada, lo cual sembró el germen terrible de la pobreza, la desigualdad y el subdesarrollo que sufre nuestra región).

 

Privados, pues, de cualquier experiencia democrática, los padres de la patria no se interesaron en desarrollar una democracia plena, sin adjetivos sino una suerte de democracia autoritaria o de autoritarismo democrático, según se prefiera, un sistema político mixto que heredó las estructuras de poder coloniales y que persiste hasta la fecha, “el cual contiene algunos elementos democráticos pero en el que normalmente se impone su herencia autoritaria” (Meyer dixit).

 

Imponiéndose, pues, el gen autoritario, el jefe del Estado mexicano ha sido siempre el centro de gravedad del sistema político tan entre azul y buenas noches tirando, a veces, a negro profundo nuestro; no es raro, por lo tanto, que tres caudillos (Santa Anna, Juárez, y Díaz) protagonizaran dos terceras partes del turbulento primer siglo de vida independiente de nuestro país ni que el Estado nacional se consolidara durante la larga dictadura de uno de ellos (don Porfirio) ni que cuando, por fin, alcanzamos cierta madurez institucional el poder político se concentrara, rebosante, en las manos de autócratas sexenales (de Calles a Zedillo).

 

Desde Iturbide hasta Peña Nieto, pasando por López de Santa Anna, Juárez, Díaz, Calles, Ruiz Cortines o Fox, prácticamente todos los jefes del Estado, ya sea caudillos, presidentes o altezas serenísimas, sufrieron más o menos de delirios autoritarios.

 

¿Acaso podríamos esperar que el actual inquilino de Palacio Nacional, antiguo hogar de tlatoanis y de virreyes, fuera la excepción?

 

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