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Jueves, 14 Enero 2021 00:37

Bergoglio, arrestado; la Roma y el Inter empatan 2-2

Bergoglio, arrestado; la Roma y el Inter empatan 2-2 Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Los rumores rompen Twitter escalando rápidamente al trending topic: Roma sufre un apagón masivo, el ejército italiano bloquea las entradas a la ciudad eterna, se escuchan disparos en la Plaza de San Pedro; Conservative Beaver, un medio canadiense con cientos de miles de seguidores, informa que ¡Jorge Mario Bergoglio ha sido arrestado! Al mismo tiempo, ajenos al desmadre vaticano, la Roma y el Inter se reparten puntos en el Olímpico.


En el anárquico mundillo de las redes sociales, la plaza pública del s. XXI donde se marcan las agendas, las noticias reales y las que no lo son se mezclan con absurda naturalidad. ¿Por qué las primeras son duramente cuestionadas mientras las segundas se viralizan inmediatamente?, me pregunto.

 

No me parece que experimentemos una epifanía colectiva, que estemos escapando atropelladamente de las cavernas en búsqueda de la luz, pero tampoco pienso que nos estemos volviendo más estúpidos, aunque esta apreciación se me cae a pedazos cada vez que recibo en mi WhatsApp dramáticas cadenas de oración por la pronta liberación del santo padre. Apunto, mejor, a que el origen de nuestras confusiones sea la infodemia, el exceso de información a la que estamos expuestos: tenemos tanta al alcance de un clic que nos es difícil discernir entre lo verdadero y lo falso, mantenernos actualizados, verificar datos o identificar fuentes confiables.

 

La infodemia provoca que dudemos de las verdades establecidas; Marx y Engels estarían orgullosos del materialismo dialéctico exagerado que profesamos, el cual nos conduce no a conocer más sino a desconocer lo que ya conocíamos. Montados en ese tren, hay quienes han retrocedido siglos de avances científicos y hoy juran que la Tierra es plana, que la nieve es de plástico o que entre nosotros se esconden reptilianos fluorescentes. (¡Paparruchas, todo el mundo sabe que los reptilianos son fosforescentes!).

 

Lo anterior abona a nuestra desconfianza natural en los dueños de la verdad, en los gobiernos, las grandes corporaciones, los medios de comunicación, etc. La memoria colectiva no perdona: ¿acaso no son estos los mismos que nos aseguraron que cuarenta y tres personas fueron incineradas en el basurero a cielo abierto de Cocula o que Sadam tenía armas de destrucción masiva y los rascacielos colapsan si los impacta un Boeing 767? ¿Por qué deberíamos creerles, luego, cuando afirman que la vacuna contra el COVID-19 no nos transformará en cíborgs?

 

En tales condiciones es normal que pululen nuevas teorías conspirativas. El teórico de las conspiraciones, a saber, no es un cuarentón que vive en el sótano de la casa de su madre y usa capirotes de papel aluminio sino un tipo normal que necesita tener cierta sensación de control para darle orden a un mundo que le parece cada día más caótico, más engañoso; el conspiranoico de por aquí cerquita podría ser cualquiera, incluso el politólogo que menos te esperas.

 

A fin de no desviarnos en el camino de la verdad es preciso actuar contra las fake news. Hasta ahora, actuamos aplicando una suerte de laissez faire, laissez passer en la cual toda la información circula libremente, limitándose los gobiernos a desmentir la que es falsa y los ciudadanos, a no creerla. En las últimas semanas, no obstante, observamos que ni unos ni otros sino un puñado de tiranuelos en Silicon Valley se han erigido en censores, amenazando con decidir caprichosamente cuál información puede distribuirse y cuál, no, cosa peligrosa, peligrosísima.

 

¿El Gran Hermano aprovechará la oportunidad que le brinda la pandemia para imponernos restricciones draconianas, 2021 será 1984 o este es sólo otro gran bulo? Veremos.

 

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