El Bogotazo, caracterizado como parte de un gran complot comunista, generó las condiciones para establecer el signo gringófilo en la OEA que perduró hasta hace dos décadas cuando, al calor de la ola revolucionaria de principios del s. XXI, el consenso entre los miembros del principal foro político regional hizo caput. Desde entonces, muchos de ellos han denunciado el servilismo de la organización al tiempo que exploran espacios subregionales para la coordinación política y la resolución de conflictos, y rescatan el muy noble espíritu de la Carta de Jamaica.
So pretexto de discutir sobre la crisis de la OEA, en días pasados, la Coordinadora mexicana de solidaridad con Venezuela organizó un encuentro con Roy Chaderton, el influyente ex embajador de Venezuela ante aquella, el cual contó con la presencia, entre el público, del excelentísimo comandante Francisco Arias Cárdenas, además de un abogado ajonjolí de todos los grandes eventos y de un regidor local sobre cuya cabeza cuelga un afiche del gran promotor de la (re)integración latinoamericana. (No, Richie; no es Kim Jong-Un… aunque se parece).
La llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, recordamos, entonces, implicó un giro drástico en la política exterior de Venezuela y, por extensión, de muchos de sus vecinos (satélites, clientes). Chávez era el antiimperialista total; en los tiempos de estar “con Estados Unidos o con los terroristas”, el venezolano gozaba un puyero con Sadam, con Ahmadineyad o con Al-Assad, y especialmente, con Fidel, a quien desde hacía décadas se le había desterrado del concierto de las naciones.
Mirando siempre hacia el sur, Chávez impulsó una serie de iniciativas a fin de menguar la hegemonía estadounidense en la región. Con más o menos éxito, a golpe de barriles de petróleo a precios de cuates, sus esfuerzos se concretarían en la UNASUR, en la CELAC, en la ALBA, la alternativa a la neocolonialista ALCA que tan vehementemente defendía un presidente mexicano que últimamente se renta para fiestas.
Al mismo tiempo, Chávez nacionalizó un millar de empresas gringas a fin de erradicar la presencia de Estados Unidos en Venezuela. Paralelamente, su gobierno reasumió el control sobre PDVSA, la paraestatal petrolera que durante décadas había garantizado al imperio acceso a una fuente de energía estable. Esta decisión, en concreto, tomada en los días posteriores a los (auto)atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y cuando Mr. Danger ya tenía los patines puestos para invadir Afganistán y luego, Iraq, sería el casus belli del golpe de Estado de 2002.
(En esas 48 horas infames, dicho sea de paso, un señor con dos cojones puesto ahí por los gringos le cambió el nombre al país, disolvió la Asamblea Nacional y destituyó a los miembros del Tribunal Superior de Justicia, al fiscal general y al defensor del pueblo; y censuró VTV, además. El golpe democrático, muy democrático no era, me parece).
Desaparecer a la obsoleta OEA y releer al genial Benedetti, propongo, pues; y voltear nuestra mirada hacia abajo
abajo, abajo,
cerca de las raíces,
donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y quienes se desviven,
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el sur también existe.
