Lunes, 13 de Octubre del 2025
Jueves, 20 Mayo 2021 01:44

El correo del Orinoco

El correo del Orinoco Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

A finales de 1817, pocos meses después de regresar de Haití escoltado por trescientos soldados isleños “que eran comparables en virtudes a los compañeros de Leónidas”, Simón Bolívar se instaló en Angostura, en la ribera del Orinoco. Ahí, en lo profundo del escudo guayanés, vería la luz el primer número del Correo del Orinoco, el principal periódico republicano, con el objetivo de librar contra el monárquico La Gaceta de Caracas la guerra a muerte de las ideas (“¡La imprenta es la artillería del pensamiento!”)


 

(Al final, Bolívar perdería esa guerra: la oligarquía haría creer a la mayoría que El Libertador era un megalómano con aspiraciones de rey; incluso Marx, en un desafortunado texto que merece un capítulo aparte, retomará esos rumores y dirá de él que era “cobarde, brutal y miserable”. “Mis enemigos abusaron de su credulidad”, le recriminaría aquel a su pueblo, casi exculpándolo por abandonarlo. “¡He arado en el mar!”).

 

“La primera de todas las fuerzas es la opinión pública”, afirmaba Bolívar. Así pues, no escatimó recursos propagandísticos para atraer al gran público a la causa republicana. Semanalmente, El Correo del Orinoco daba cuenta de los acontecimientos de la campaña libertadora intentando ganar adeptos mediante el uso de lugares comunes para el neogranadino de a pie como coplas, poemas y canciones bélicas con los cuales buscaba fomentar el amor a la patria y la admiración por los líderes y los ejércitos republicanos.

 

En la campaña por conformar una opinión pública favorable, se agitaba el espíritu de Manes: a los soldados patrióticos se les representaba como héroes valientes y justos que defendían las banderas de la Ilustración mientras que a los realistas, por contraste, se les caracterizaba como villanos déspotas y atolondrados que conducirían a América de vuelta al oscurantismo, exagerando, si cabe, los crímenes del sanguinario Morillo, quien para esas fechas ya había mandado fusilar al Sabio de Candas –“España no necesita de sabios”, había dicho el verdugo, confirmando lo dicho–.

 

La guerra de las ideas no se gana con la espada, el sable y el fusil sino mediante el convencimiento. Los gobernantes, ya intuía Bolívar mucho tiempo antes de que Gramsci arrastrara el lápiz en su celda de Regina Coeli, pueden ejercer su autoridad, es decir, su capacidad de obtener la obediencia de sus gobernados, de dos formas: por medio de la dominación o por medio de la dirección. La primera supone controlar mediante la amenaza de coacción (la espada, el sable y el fusil); la segunda, mediante la persuasión (el convencimiento). Al gobernante, una lo enfrenta al pueblo; la otra lo concilia con él, lo legitima.

 

En los procesos revolucionarios, en general, y en los que ocurren en democracia, en particular, la toma del poder político no ocurre automáticamente al realizarse la sucesión legal violenta o pacífica entre el gobierno saliente y el entrante sino hasta que efectivamente se logra desmontar las estructuras del régimen precedente y montar las propias; es decir, hasta que el sistema de valores, de principios, creencias, símbolos, es totalmente renovado. En el proceso de construcción de la hegemonía los medios de comunicación juegan un papel fundamental:

 

Los medios burgueses de hoy, observamos, injurian a los adversarios del imperio tanto como lo hacían los de hace dos siglos; la CNN que lava la sucia cara del neoliberalismo, a sus banqueros, empresarios y políticos, es la misma Gaceta de Caracas en la que los curas afirmaban que los revolucionarios tendrían reservado un lugar en el infierno, juntito al indómito Lucifer.

 

Frente a ellos, deben alzarse los modernos Correos del Orinoco que les desenmascaren y establezcan modelos propios de pensamiento y de conducta… como El Chapu ¿qué? (¡Ay, válgame!).

 

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