Miercoles, 01 de Mayo del 2024
Martes, 25 Mayo 2021 01:09

Los marcianos llegaron ya (y llegaron bailando el joropo)

Los marcianos llegaron ya (y llegaron bailando el joropo) Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

En su última entrega para La carpeta púrpura, el escandaloso Jorge Ciervo arremete por penúltima vez contra el oficialismo apelando a la (i)lógica sesentera según la cual, Andrés Manuel López Obrador –“ese viejo pedorro”; “títere”, “instrumento del Foro de Sao Paulo”, en sus palabras– encamina a México hacia una dictadura comunista. “Lo que está en juego en las próximas elecciones es la libertad; la libertad personal, familiar, empresarial”, asegura el autor. “Estas quizá sean las últimas elecciones democráticas en nuestro país”.


 

El supuesto signo ideológico comunistoide del lopezobradorismo que señalan Ciervo y otros tantos divulgadores del miedo sigue siendo el elemento central del discurso de la oposición. Agitado desde los pasquines más inmundos, los mismos que siguen celebrando como un maldito triunfo la caída del muro de Berlín, un fantasma avejentado recorre las calles, las redes sociales, las pláticas de café; tanques espectrales asoman sus cañones en la Benito Juárez como quien los asoma en Praga: ¡López conduce a México hacia algún sitio muy parecido a Venezuela!

 

El objetivo de la campaña de desinformación constante desde hace dos décadas es compartirnos ese miedo, causarnos espanto imaginándonos expropiaciones, cortes de luz, tarjetas de racionamiento. El miedo, sabemos, es la emoción más primitiva del ser humano; el miedo, sabemos también, es irracional, no entiende de argumentos lógicos como que Rocky Balboa venció a Iván Drago, que hay un McDonald’s en plena Plaza Roja o que la momia de Lenin está a la venta, o que el debate tradicional entre derecha e izquierda fue superado al finalizar la Guerra Fría, como había predicho el parcialmente acertado Fukuyama.

 

El miedo irracional al comunista, en un sentido más amplio, se explica como el miedo a lo desconocido, a lo que nos es extraño, al otro. Se construye como enemigos a aquellos que son distintos a nosotros o siguen costumbres distintas a las nuestras. Así pues, el temor que podría tener un capitalista de un comunista promotor de la propiedad colectiva no es muy distinto al que sentían los romanos de los judíos circuncisos, Agustín de Hipona de los orgiásticos paganos o los ingleses de los franceses comedores de ranas; o del que confiesa mucha gente de los extraterrestres invasores planetarios. (Me incluyo, mediando mi temor entre la fascinación y el escepticismo).

 

Mucho antes de que se popularizara la idea de los hombrecillos grises y de ojazos negros que viajaban años luz para practicarnos penosos exámenes rectales, Hollywood disfrazaba hábilmente la propaganda anticomunista gubernamental con películas sobre invasiones de seres venidos del muy rojo planeta Marte. La edad dorada del género coincidió con la paranoia macartista, la sospecha generalizada de que Estados Unidos estaba penetrado por quintacolumnistas a las órdenes de los soviéticos. De este periodo datan películas clásicas como Invasores de Marte (1953), La Tierra contra los platillos voladores (1956) y El día de los trífidos (1962). En La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, de 1956, las esporas alienígenas que se transforman en copias idénticas pero insensibles de los vecinos de Santa Mira, California predicaban sin tapujos sobre las bondades de una sociedad sin distinción de clases.

 

Los asustadores profesionales al servicio de una oposición tan corta de ideas que no ha podido renovar su discurso político en décadas son niños de pecho al lado del maestro del terror Siegel; sus disparates no causan pánico sino risa.

 

México está pintado de rojo, sí, pero no del rojo comunista sino del rojo del semáforo pandémico, del de la sangre de las víctimas de dos sexenios y contando de violencia, del de nuestras venas aún abiertas.

 

¡Eso sí da miedo!

 

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