Lunes, 13 de Octubre del 2025
Jueves, 17 Junio 2021 01:38

Instrucciones para ser un pequeño (buen) burgués

Instrucciones para ser un pequeño (buen) burgués Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

En Tabasco, escribe Andrés Manuel López Obrador, la naturaleza juega un papel relevante en el ejercicio del poder público; en los políticos tabasqueños, según él, habría una tendencia natural al desenfreno: “[En Tabasco] todo aflora: los ríos salen de sus cauces, el cielo es proclive a las tempestades, la canícula enciende las pasiones haciendo brotar la ruda franqueza” (El poder en el trópico, 2015). Los tabasqueños son francotes, dicen lo que piensan, no se callan nada, ‘sus pechos no son bodega’.


 

Recientemente, el primer tabasqueño del país arremetió contra la clase media capitalina, atribuyéndole la derrota del lopezobradorismo en la Ciudad de México (en Ciudad de México del Oeste, para ser exactos). Desde el púlpito presidencial donde cada mañana ‘vomita su bilis bermellona’, el máximo agitador nacional se refirió a los ‘clasemediaros’ como “aspiracionistas que quieren encaramarse lo más que se pueda”, “inescrupulosos morales” y “partidarios de ‘el que no transa, no avanza’ y de los gobiernos corruptos”. Además, criticó la creación, por parte de estos, de una clase media especialmente egoísta “que da la espalda al prójimo”. ¿Quiénes se ofendieron por la verborrea clasista presidencial? Pues los wannabe a quienes les quedó el saco cutre de Jacquard.

 

Partiendo de Marx, al mundo podemos dividirlo en dos grandes clases sociales, la burguesía (los ricos, quienes poseen los medios de producción) y el proletariado (los pobres, quienes dependen de la venta de su fuerza de trabajo para sobrevivir). Entre una y otra subsiste un estamento al que llamamos pequeña burguesía (los ‘clasemedieros’, quienes tienen cierta capacidad de contratar mano de obra pero viven al borde de la proletarización debido a la competencia desigual de los grandes capitales). Colocados en ese incómodo ecuador, los pequeñoburgueses ambicionan integrarse a la burguesía a la que admiran aunque desde el punto de vista socio-económico estén más cerca del proletariado del que rehúyen. Alberto Cortez canta sobre su drama:

 

Por aquello de ser o no ser
es preciso tender muchas redes,
habitar un coqueto chalé
y ¡ay, soñar con tener un Mercedes!

 

La ambición tiene dos caras: si bien, en su justa medida alimenta un genuino deseo de superación personal, cuando falta conduce a la indiferencia, al conformismo, a tumbarse todo el día bajo un sombrero Zapata, y cuando sobra, al individualismo, a ganar a toda costa (a costa de los demás, pues), a adoptar conductas que antes eran consideradas vicios privados que quedaban entre el pecador y el cura y que hoy se nos presentan como virtudes dignas de imitarse. Mientras la primera acepción estereotipaba al México preinstitucional, la segunda caracteriza al México actual: el neoliberalismo, la ideología dominante durante las últimas tres décadas, ha sacado lo peor de nosotros fomentando el surgimiento del Mal d'Aurore, la serpiente que habita en nuestro interior y que cuando asoma nos hace ser unos ojetes.

 

Liberal, por supuesto, ha de ser
aunque el cuerpo le pida otra cosa
y si acaso dejara entrever
una leve tendencia izquierdosa.

 

Frente al egocentrismo que promueve el neoliberalismo, debería imponerse la noción de que uno sólo existe en sociedad, de que somos por y para el otro: que el maestro es para enseñar al alumno, el médico es para sanar al enfermo, el arquitecto es para construir un techo al desposeído; que el fuerte es para echar una mano al débil, no para aprovecharse de él. Fue Adorno (creo) quien aseguró que el hombre, antes que individuo es prójimo. (Para los lectores del Reforma el prójimo puede esperar).

 

Para ser un pequeño burgués
hay que estar todo el tiempo reunido:
“Dígale que me llame después”
y después: “El señor ya se ha ido”.

 

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