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Jueves, 24 Junio 2021 01:15

Lectura ligera del 18 brumario

Lectura ligera del 18 brumario Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Ninguno que intente apoderarse del poder a las bravas puede ignorar las lecciones del golpe de Estado de Napoleón contra el Directorio el 18 de brumario del año VIII de la República. Todos los traspasos bruscos del poder hasta entonces cuando no se habían debido a intrigas palaciegas, al puñal en la espalda, al veneno en el oído, a la emboscada en el callejón, se habían debido a las guerras; este, en cambio, fue el primero en el que sus protagonistas consideraron las circunstancias de los Estados modernos, las relativas a su complejidad, a su complicado entramado institucional o a la novedosa relación entre los gobernantes y los ciudadanos.


 

Nervioso, el más avanzado de los alumnos de M. Chartón repasó sus apuntes: apasionado de la historia romana, estudió los golpes de Estado de Sila y de Julio Cesar, y la malograda conspiración de Catilina. Aunque mucha sangre se había derramado desde que Caín molió a quijadazos a Abel, estos eran los lugares comunes a los que volvían los conspiradores dieciocheros. Los primeros, razonaba el aspirante a golpista, habían dirigido empresas eminentemente militares; habían combatido contra ejércitos, no contra asambleas. Y al tercero, lo alucinaba: no quería parecer a los ojos de los franceses, un traidor a la República dispuesto a destruirla en su ambición; un filicida capaz de sacrificar en el altar de su causa a los hijos de la patria --si es que hemos de creer todas las barbaridades que de aquel, dijo Cicerón--.

 

Soldado, al fin, el héroe de Tolón y conquistador de Italia y de Egipto y Siria no se hubiera afligido por cruzar sangrientos rubicones, por usar la fuerza bruta para conseguir su objetivo pero le preocupaban de veras, aunque fuera por puro pragmatismo, la legitimidad y la apariencia de legalidad de sus acciones, inquietudes de hombre moderno que, por supuesto, no estaban entre las principales de los antiguos. Definitivamente, el corso afrancesado de finales del s. XVIII no hubiera desencajado a principios del s. XXI más que lo que desencajó en su propia época…

 

Con esos pensamientos debajo del bicornio, en fin, Napoleón se dirigiría vacilante hacia la conquista de Francia (de Europa; del mundo, casi). Las manifestaciones espontáneas de apoyo que se sucedían en su camino desde Frenjús, donde atracó proveniente de El Cairo, hacia París, le convencerían de la legitimidad de su empresa: los campesinos le recibirían jubilosos, la guarnición parisina improvisaría un desfile en su honor, los ingenuos directores le agasajarían con grand plaisir; el banquero Collot le haría una discreta aportación a la causa de la salvación nacional: 500 mil marcos para financiar el golpe.

 

En cuanto a su legalidad, menudo problema: fulminado el Directorio tras las renuncias cómplices de Sieyès y Ducos, el Consejo de Ancianos y el de los Quinientos, reunidos mediante engaños en Saint-Cloud, a las afueras de París, rechazarían nombrarle cónsul y disolverse enseguida. Desesperado ante su negativa, el fantasma de Agátocles irrumpiría en el hemiciclo escoltado por un grupo de granaderos no muy amables que digamos convirtiendo a la Asamblea francesa en una verdadera Cámara húngara:

 

--¡No nos dividamos, unan su sabiduría y firmeza a la fuerza que me rodea! --les exhortaría, al borde del llanto; y descubriéndose el pecho, les retaría: --¡Si yo soy pérfido, sean ustedes Bruto!

 

--¡Viva la república! ¡Abajo el tirano! --le responderían los émulos del asesino de Julio César, y se le irían a golpes, derribándole. Y a golpes debería entrar Murat para rescatar al aturdido general y obligar a los parlamentarios a cumplir su capricho histórico.

 

(¿Acaso hubiera podido ser de otra manera?)

 

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